La crisis económica es tan evidente que la habitual política de negar los problemas del país ya no es eficiente.
La tensión en la ciudadanía es palpable en las calles, el metro y los supermercados. Las constantes protestas por los cortes eléctricos, las manifestaciones por el racionamiento de agua y los intentos de saqueos por la escasez de alimentos se ha incorporado a la rutina del venezolano.
La vida del venezolano se ha transformado: Los hijos ya no van a las escuelas porque acompañan a las madres en las colas de los supermercados. Los chóferes y el transporte público están agonizando por la escasez de repuestos. Las medicinas no se consiguen en las farmacias, a veces en las redes sociales. La lucha contra el cáncer se pierde en los rostros de los niños en el hospital J.M. de los Ríos que protestan casi a diario. El sueldo es devorado por la inflación, el precio en los productos puede aumentar en tan sólo tres días. Se gana más por cestaticket que por sueldo mínimo. Aquellos con vehículos han optado por consumir la gasolina de 91 octanos, la más barata. La inseguridad mantiene prisionera a la familia venezolana y hasta nos ha arrebatado a nuestras reinas de belleza.
La lista no termina…
Sin embargo, ante este caótico escenario que raya en lo apocalíptico, el gobierno ha decidido enviar un mensaje: La cosa está muy dura pero tengan fe.