Thaelman Urgelles: Misteriosas muertes de caudillos: Eva Perón

“Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación…”

Con ese escueto mensaje, millones de ansiosos argentinos que esperaban ante sus aparatos de radio fueron enterados del desenlace que se esperaba desde hacía varios días. La gran mayoría con un inconsolable pesar y no pocos con alivio y hasta con júbilo, tal era la polarización generada en el país por la revolución peronista y el clima de crispada idolatría generado por la manipulada propaganda oficial. La hora misma del deceso fue alterada en dos minutos a solicitud de Raúl Apold, principal propagandista del régimen: las 20.25 era una cifra redonda, más recordable para siempre que la irrregular 20:23, hora exacta de la muerte. Cada noche, durante los 3 años siguientes del gobierno, los locutores de todas las radioemisoras hacían un alto a las 8:25 para recordar “… la hora en que Evita pasó a la inmortalidad”.

Pocos meses antes, la antigua actriz y locutora había sido investida como “Jefa Espirirual de la Nación”, un extraño título para ser concedido en una república a la que antaño había sido valorada por la solidez de sus instituciones y en particular por su fondo educativo, cultural e intelectual. La recia personalidad de esta joven menuda de origen humilde, desplegada durante uno de esos misteriosos accidentes de la historia, la habían elevado a insospechadas cúspides de fervor colectivo entre sus compatriotas, muy especialmente entre los más pobres entre los pobres, a quienes nombraba indistintamente “mis grasitas… descamisados… o mis cabecitas negras”. Claro que allí jugó también un papel determinante la afinada astucia de su marido, el general y dictador populista Juan Domingo Perón, quien fue el diseñador y constructor del mito de Evita y su más aventajado beneficiario.





Durante los casi dos años de enfermedad se fue labrando in crescendo la apoteosis evítica, la cual alcanzó su clímax el 26 de julio de 1952 en la hora su muerte. En los días siguientes el país fue una auténtica locura; no se trabajó por dos semanas, mientras en las cúpulas gubernamentales, sindicales, partidistas y en la calle toda, se barajaban las más extravagantes propuestas para su glorificación postmortem. Monumentos de la más exótica dimensión, decorado y ubicación se proponían de uno y otro lado, mientras el cadáver era embalsamado por el más famoso especialista mundial de aquel momento, el médico español Pedro Ara, quien había trabajado en el mantenimiento del cuerpo embalsamado de Lenin.

Si la enfermedad, muerte y duelo por Evita había representado un monumento a la desmesura latinoamericana, la compleja peripecia de su cuerpo momificado dio lugar a uno de los más estrambóticos mitos contemporáneos. Aunque la idea inicial era mantener provisionalmente el cuerpo expuesto en la sede de la CGT, central sindical peronista, mientras se construia el monumental mausoleo, con el tiempo la cripta se fue quedando en esa locación y de allí fue secuestrada por una unidad militar la noche del 22 de noviembre de 1955, dos meses después que un golpe militar depuso a Perón y lo envió al exilio. A partir de ese momento comenzó un macabro periplo que se prolongó por 9 años y recorrió dos continentes, por tierra, mar y aire. Abundante bibliografía existe sobre esta historia surreal, entre la que destaca la espléndida novela “Santa Evita”, del inolvidable escritor y periodista Tomás Eloy Martínez.

Durante 17 meses el catafalco fue mantenido clandestino en los más insólitos recovecos de Buenos Aires: por varias semanas en el furgón de una camioneta que era estacionada cada noche en distintas calles de la ciudad, en depósitos militares, hasta de pie en la oficina del oficial a cargo de su custodia. Todo ello para evitar que los simbólicos restos cayeran en manos de la activa oposición peronista. Tal era el temor o la reverencia despertados por aquel tesoro entre sus custodios, una feroz dictadura militar, que ninguno de ellos se atrevió a enterrarlo o destruirlo, como hubiese sido pensable. Finalmente, en abril de 1957 lo embarcaron secretamente a Italia, donde fue sepultado en un cementerio cercano a Génova, bajo una falsa identidad, con la complicidad de las autoridades italianas y hasta de la Santa Sede.

El reclamo del cadáver de Evita dio lugar en la Argentina a numerosas acciones, cada cual más sorprendente y osada. El general Aramburu, líder del golpe de Estado de 1955, fue secuestrado y asesinado en 1970 por una naciente organización guerrillera –los Montoneros- en reclamo de los restos. Luego el propio cadáver de Aramburu sería secuestrado en 1974 por los mismos Montoneros, para canjearlo por el de Evita. En 1971, como parte de negociaciones políticas con el exiliado ex-dictador, la junta militar del momento le devuelve los restos, que pasaron a formar parte de un altar erigido en la mansión madrileña de Perón. Cuenta Tomás Eloy Martínez que allí comenzaron a efectuarse, cada noche y mientral el anciano general dormía, ritos de “transmutación espiritual de Evita” hacia María Estela Martínez, “Isabelita”, la nueva esposa de Perón, oficiados por José “El Brujo” López Rega, sórdido personaje que junto a Isabelita causaría en adelante harto dolor, muerte y vergüenza en la nación Argentina.

El cuerpo embalsamado retornó a su patria en 1974 y dos años después fue entregado por una nueva junta militar a los Duarte, familia paterna de Eva, quienes la sepultaron en el cementerio bonaerense de La Recoleta, donde hoy descansa sin mayores aspavientos. Aunque la tumba es un lugar de culto y peregrinación peronista y turístico. A propósito del uso de la muerte de Evita para manipulación emocional masiva, el inmenso poeta y narrador Jorge Luís Borges escribió un muy breve relato, publicado en 1956, luego del derrocamiento de Perón. Titulado “El Simulacro”, transcribiré el segundo de sus dos párrafos y les obsequio el url para su lectura completa:

“¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología”.

http://literaturaeimaginarios.files.wordpress.com/2012/05/jorge-luis-bor…

@Turgelles