Juan Guerrero: Mucho rosa y poco azul

Sin lugar a dudas es la Ilíada de Homero el mayor culebrón de la historia. De ese extenso poema se han originado los estereotipos que prefiguran el lagrimeo de una humanidad que poco ha avanzado para superar su quebradizo comportamiento emotivo, que lo vincula a sus pulsiones más íntimas hasta elevarlo a pasiones de fe y paroxismo.

La imagen arquetipal del amor y lo amoroso ha sido el motor que por siglos ha movido al mundo. Bien arrastrando a unos a conflictos bélicos, como cuando Paris rapta a Helena y arde Troya, bien en la cotidianidad de las relaciones filiales, de amistad o propiamente amorosas, tanto heterosexuales, homosexuales, bisexuales o transexuales.

Este parece ser el tema que en Azul y no tan rosa (2012) presenta el realizador Miguel Ferrari, un film de este director quien además es productor y autor del guión de su opera prima, donde la argumentación para hilvanar los trazos de visiones sobre el mundo de las minorías sexuales, se difumina en pequeñas aristas entremezcladas con valores sobre el amor, la amistad, la solidaridad y el respeto a las minorías sexuales excluidas.





Todo ello mientras el film alcanza su máxima tragedia en el desenlace que lleva a la muerte de Fabrizio (Sócrates Serrano). Diego (Guillermo García) es el novio de Fabrizio, quien es un conocido pediatra. Por su parte, Diego es un fotógrafo que en su juventud tuvo un hijo, Armando (Ignacio Montes) a quien no veía desde hacía cinco años y quien regresa a visitar al padre cargado de rencores y temores.

La trama se intensifica cuando el joven médico es agredido por unos pandilleros homofóbicos. Muere entre los acordes de un aria que se escenifica de buena manera en un teatro que resalta su fina ornamentación, y mientras Diego enseña a su hijo las imágenes fotográficas que se revelan en el laboratorio.

El guión registra una saturación de argumentos que parecen presentarse en secuencias que llevan a un cierto cansancio de la trama y que, sin embargo, logran salvarse y en momentos superar el tedio, merced a los instantes de humor negro que una bien transformada Hilda Abrahamz (Dolores del Río) saca risas y relaja un tanto la cruda historia de quienes sufren en silencio esta discriminación.

Buenas interpretaciones logran Elba Escobar, Juan Jesús Valverde y Carolina Torres en el papel de Perla Marina, como señora de servicio, mujer golpeada por el macho heterosexual.

No es la primera vez que este tema se presenta en nuestra todavía poco desarrollada industria del cine venezolano. Apenas en 2009 se estrenó una discreta película, Cheila: Una casa pa´ Maita del realizador Eduardo Barberena, que pasó desapercibida para el público por la escasa promoción recibida.

Esta nueva propuesta sobre un tema que gradualmente se abre a la discusión pública y familiar, logra interesar por varias razones. Creo que una de ellas es la presión de los dirigentes de las ong´s que luchan para encontrar protección y leyes que protejan a estas excluidas minorías sexuales (LGBT). La otra es por la ironía y humor negro presentes en la cinta. Quizá acá es donde, por ignorancia y analfabetismo cinematográfico, la audiencia venezolana se engancha y ve y observa con “ojos benevolentes” la tragedia de quienes viven en la Venezuela moderna la agresión de los homofóbicos, personas que en el fondo temen la presencia de estos seres humanos.

Engancha además esta película por el buen manejo de cámara y la ingeniería de sonido que permite escuchar sin mayores ruidos los parlamentos de los personajes, quienes saben desplazarse en el espacio de sus encuadres. Plasticidad en los giros de un baile por demás sensual y fotográficamente bien captado, aunque también demasiado abusado para nuestro gusto.

Las locaciones (Caracas, Mérida, Madrid) logran en sus detalles la sensación de espacios limpios, cuidados y maravillosamente logrados. Mención especial la locación de una estructura policial que finalmente deja atrás la mentalidad de ranchería hamponil. Esto se observa además, cuando es apresado el asesino homofóbico.

Sin embargo, la sensación de lo edulcorante, la melcocha de lagrimeo tienden a desgastar y hasta abusar un tema que intenta irse por el enganche del amor y lo amoroso, como conceptos universalmente aceptados.

Creo que este tema y quienes dentro de él se mueven, tienen y deben ser aceptados en primer lugar porque son seres humanos. Después vendrás las demás aceptaciones, sus diferencias, sus gustos y colores de preferencias.

Una cinta cinematográfica hispano-venezolana llena de buenas intenciones, de discusión familiar y educativa. Temática que cada día alcanza mayor realidad en la cotidianidad de nuestras acartonadas vidas, donde la heterosexualidad debe ceder espacios para darle la bienvenida a quienes sienten y ven la vida desde otros ángulos de sentimientos y la aprecian, ya no tan azul y sí un poco más rosa.

 

[email protected]  /

@camilodeasis