El papa ¿”renuncia”, “dimite” o “abdica”? Esa es la cuestión lingüística

El papa ¿”renuncia”, “dimite” o “abdica”? Esa es la cuestión lingüística

Que un papa abandone su cargo en vida es un acontecimiento extraordinario que apenas cuenta con precedentes. Por eso no es raro que todos, en particular los medios de comunicación, dudemos sobre las palabras que debemos usar para contarlo.

(foto EFE)

Cuando en la mañana de ayer las redacciones de los medios se vieron sorprendidas con la noticia de que Benedicto XVI había decidido abandonar el papado surgieron las primeras dudas: un papa… ¿dimite?, ¿renuncia? o ¿abdica?

Antes incluso de recibir la primera de las muchas consultas que le llegaron sobre este asunto, la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) se puso manos a la obra.





Se cotejó la propia declaración papal. Benedicto XVI en su intervención original en latín empleó el verbo “renuntiare” y en las traducciones a diversos idiomas publicadas en la web del Vaticano aparecían los términos “renuncio”, “renoncer”, “renounce”, “rinunciare”…

Consultada por la Fundéu BBVA, la Conferencia Episcopal Española fue clara: “el papa no dimite ni abdica, el papa renuncia a su ministerio” conforme a lo que establece el Código de Derecho Canónico.

El siguiente paso fue consultar el diccionario de la Real Academia Española, que nos da algunas pistas: la primera acepción de “abdicar”, la más apropiada en este caso, es “ceder su soberanía o renunciar a ella” según una definición que empieza aclarando que esto es “dicho de un rey o príncipe”.

“Dimitir”, dice el DRAE, es “renunciar, hacer dejación de algo como un empleo, una comisión, etc.”

Y por último “renunciar” supone “hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que se tiene, o se puede tener” o “desistir de algún empeño o proyecto”.

Por tanto parece que, como dice el lexicógrafo Martínez de Sousa, “el que abdica renuncia, el que dimite renuncia, el que cesa renuncia y, por supuesto, el que renuncia renuncia”.

Así las cosas, estos verbos parecen tener un sentido muy próximo, si no equivalente, lo que los haría casi sinónimos.

Pero no corramos tanto. Los llamados sinónimos totales son raros en las lenguas; la que más abunda es la llamada sinonimia contextual o parcial, que se da cuando dos palabras son intercambiables solo en algunos contextos.

Por ejemplo, “padre”, “progenitor” y “papi” son sinónimos, es decir, ambos se refieren al “pariente masculino en línea recta ascendente de una persona”. Pero ninguno nos referimos normalmente a nuestro padre como “progenitor” ¿no es así? Ni utilizamos “papi” en los mismos contextos porque tiene una connotación distinta, más cariñosa o cercana.

Las palabras denotan, pero también connotan. La sinonimia, como dice el semantista Stephen Ullmann, no existe. Las palabras ni saben, ni pesan, ni huelen igual, por mucho que el diccionario las defina de la misma manera.

Las voces de una determinada lengua tienen, además, sus propias apetencias. Un verbo gusta de algunos complementos, de algunas expresiones, más que de otras. Se forman así colocaciones, formas establecidas que a todos nos suenas naturales.

En el caso que nos ocupa, la colocación establece que es más adecuado decir que el papa renuncia, ¿por qué? Por el mismo motivo por el que el pan se corta en “rebanadas”, el embutido en “lonchas” y una sandía en “rodajas”.

Las palabras tienen, ya decimos, sus leyes de buena vecindad. No deja de ser un misterio, como tantos… EFE