Fausto Masó: La primera noche

Fausto Masó: La primera noche

Cuando Capriles aceptó la candidatura de la MUD, esa primera noche sacó a la oposición del derrotismo, logró galvanizarla, unificarla, animarla para un combate desigual frente a un adversario que se comporta como si poseyera el monopolio del insulto, de la rectitud moral y oponérsele fuera un delito de lesa patria; cambió las reglas del juego, entusiasmó a sus seguidores, movilizó a los que luchan por principios, desconcertó a Maduro. Seguir en ese estilo provoca la respuesta indignada de lo que califican cualquier crítica de injuria. Capriles agitó el avispero, pero si retrocede se lo comerán vivo. No queda otro remedio que avanzar y que el sol salga por donde salga.

¿Será ese el tono de la campaña? No hay otro, el de la rebeldía necesaria frente a la amenaza que se cierne sobre el país, de una dictadura democrática, un gobierno autoritario con respaldo internacional, como ya lo vimos en las exequias. Este régimen tolerará una oposición al estilo de la que permitía el PRI en el pasado.

O se pone en pie la oposición o le pasarán por encima, la convertirán en una farsa, la anularán moralmente. Se trata de hablar de igual a igual con el chavismo, rechazar ser ciudadanos de segunda clase, a menos que se le ocurra a la oposición comportarse como el que come pescado y les coge miedo a los ojos.





Los políticos crecen cuando demuestran coraje y toman decisiones sin el amparo de las encuestas. Con sus palabras, Capriles se convirtió en el líder de la oposición, algo que no había conseguido después de ganar las primarias; tomó una decisión difícil, en contra de la opinión de expertos y analistas de encuestas, apostó por que el país prefería un líder capaz de asumir riesgos, de encabezar a sus seguidores en una lucha heroica, movidos por los principios, por la convicción de que democráticamente hay que impedir seis años más de un gobierno desastroso.

¿Basta con esto para ganar las elecciones del 14 de abril? Nadie sabe, pero sirve para dar el primer paso en un largo camino, donde se requerirá armar un discurso que le muestre a los humildes una salida a la miseria que no le ofrece el chavismo.

La estrategia de Maduro no por elemental e inescrupulosa deja de ser efectiva: apelar a los peores instintos machistas, usar sin pudor el sentimentalismo que despierta el fallecimiento de Chávez, explotar el resentimiento social, las inmensas ventajas de un poder omnímodo.

Los dados están cargados a favor de Nicolás Maduro, pero no queda otro remedio que dar la pelea para salvar la democracia porque el plan del PSUV es convertirse en una dictadura con apariencias democráticas que celebre elecciones en las que la oposición no tenga oportunidad de luchar, como en los peores tiempos del PRI.

El PSUV marcha hacia el enfrentamiento entre militares y civiles, por eso los guiños que envía Maduro al Ejército. Los gobernadores tampoco lo obedecerán como si fuera Chávez.

¿Y quién quita que al final la abstención chavista no nos sorprenda el 14 de abril?

La campaña de la mentira ataca el corazón del socialismo del siglo XXI, cuando el gran mentiroso no es tan ingenioso como su antecesor, porque, al final, el socialismo totalitario se vuelve un embuste en beneficio de una nueva clase.

El que tenga ojos que vea.