Fernando Luis Egaña: ¿Cuándo entraremos al XXI?

Muchos países de América Latina y el Caribe han aprovechado bien las oportunidades de desarrollo y modernización del siglo XXI. Sobre todo en referencia a una inserción inteligente en la globalización y a un impulso importante del emprendimiento y la innovación social y económica. Y todo ello en un ambiente de libertades públicas, mejoramiento social y debate democrático que tiende a consolidar las instituciones políticas y jurídicas.

De eso se trata entrar en el siglo XXI. Pero hay Estados de otros países que se resisten a transitar este camino y en cambio se empeñan a mantener un poder hegemónico a costa del progreso nacional.

Es el caso de Venezuela con el régimen bolivarista. Y es que no sólo no ha entrado en el siglo XXI sino que ni siquiera se ha mantenido congelada en el siglo XX, porque más bien lo que ha acontecido es un proceso regresivo hacia lo decimonónico y hasta más atrás. Bastaría mencionar que el encargado de la presidencia y candidato presidencial, Nicolás Maduro, se ocupa con preferencia de relatar sus experiencias místicas con el espíritu del finado ex-presidente Chávez, para rendir suficiente cuenta de la profundidad del retroceso en que está sumida esta República transmutada en satrapía.





Si la convivencia y la tolerancia político-social son signos distintivos del siglo XXI latinoamericano, como lo demuestra Brasil o México, las dos naciones más grandes de la región, por no hablar de Chile, Colombia, Perú o El Salvador, el caso de la extremada confrontación venezolana instigada por la hegemonía imperante, demuestra lo lejos que se está del presente siglo.

Y también de lo positivo del anterior, porque la cultura democrática venezolana, otrora envidia continental, es obra de siglo XX, así como su paulatina destrucción ha sido consecuencia de los cuatro gobiernos consecutivos del oficialismo rojo. El auge de la violencia criminal, la creciente anarquía en la vida cotidiana, y la carestía que experimenta la familia venezolana en su desenvolvimiento básico, son señales inequívocas que se anda en la dirección contraria al siglo XXI.

En Venezuela la economía no se dinamiza o diversifica, sino que se estanca y centraliza. Prácticamente no hay inversiones extranjeras ni flujos significativos de turismo internacional. Los servicios públicos están en situación de descalabro, en particular el eléctrico, el hídrico y el vial. Los medios de comunicación son cada vez menos independientes y más condicionados por la autocensura.

Y la gran estrategia de dominación consiste en utilizar todos los recursos económicos y políticos, comenzando por los caudales de la bonanza petrolera más prolongada de la historia, para establecer sistemas de control clientelar-populista y así redoblar la dependencia socio-económica de la población ante el Estado. Y semejante esquema, obviamente, no puede ser ejemplo de siglo XXI.

¿Cuándo entrará Venezuela en el siglo XXI? No se puede saber con exactitud en términos de fechas, pero en cambio si se puede ponderar en términos de condiciones. La superación de la hegemonía retrógrada que aún impera, marcará el inicio del siglo XXI venezolano. Y esperemos que mucho más temprano que tarde.

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