Laureano Márquez: Venezuela

Laureano Márquez: Venezuela

Pequeña Venecia según algunos y según otros nombre despectivo dado por Vespucio a quien trató de comparar a unos modestos palafitos con la imponente ciudad italiana. Tierra de gracia y paraíso para Colón, al adentrarse por primera vez en el continente americano. Los conquistadores soñaban con una ciudad completamente hecha de oro, la leyenda de El Dorado y resultó que el oro estaba y era negro.

¿Qué somos? ¿Qué es este territorio lleno de historias, aventuras, leyendas?; ¿cómo somos sus hijos?; ¿con qué soñamos? Me aturde la sensación de que medio país crea que la otra mitad no tiene derecho a existir por su manera de pensar. Me agobia la idea de saber que alguien piense que otro, semejante a él, no es gente, sino escoria. Me enferma escuchar en un programa que Chúo Torrealba tiene una manguera conectada desde el recto al cerebro y que por eso lo tiene lleno de excremento (por no usar la palabra original). ¿En qué nos hemos convertido? ¿Por qué hemos envilecido tanto nuestro destino? ¿A dónde nos conduce la negación del otro, su exterminio moral? Llevo una semana pensando en la definición de democracia de George Bernard Shaw: “La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos”. ¿Qué nos merecemos los venezolanos? Quizá esa es la gran pregunta que todos los sectores de la sociedad debemos hacernos este domingo. Por fin qué carajo somos y hacia dónde queremos ir.

Esta semana tuve una inesperada reunión de varias horas con unos trabajadores del sector delictivo. Me sorprendió que ellos estuvieran, también, divididos políticamente. Había caprilistas y maduristas. Y me llamó la atención que en un intercambio de ideas y de opiniones políticas y estando todos armados ninguno decidiera dispararle al otro. Había algo superior que los convocaba: el delito. ¿No será que nosotros también, siguiendo este ejemplo, podamos encontrar algo superior que nos convoque? ¿No será que no hemos definido todavía el concepto Venezuela, el destino de este proyecto? ¿No será que nos toca reinventarnos? Creo que Cabrujas tenía razón: Venezuela todavía no se ha fundado. El “vivamos, callemos y aprovechemos” nos rige. Fingimos afectos y desafectos que encubren la misma búsqueda frenética de aquel conquistador español de ambición desmedida.





¿Qué queremos ser? ¿Hacia dónde vamos? Las preguntas me asaltan una y otra vez y entre asalto y asalto, me invaden los sueños, todo lo bonito que hemos logrado.

Me dejo llevar por la idea de la paz, la razón y la justicia y de repente otro país se me aproxima a esa masa gris de excrementos que tengo, como Chúo, en la cabeza: sí puede ser, claro que podemos soñar, claro que hay esperanza. Yo creo que podemos ser otra cosa. Quiero niños que jueguen a la paz, no chamos de 18 años que me apunten con una pistola. Quiero hospitales y escuelas, administradores honestos, quiero vías buenas, quiero universidades que nos llenen de sabiduría, quiero que de una vez por todas nuestra alma nacional se libere de sus atavismos. Quiero que nos sentemos un rato, que nos escuchemos. Quiero que los índices de inseguridad de cada fin de semana no sean culpa de las víctimas. En una tertulia que tuve con unos amigos a los que siempre les di la razón, en esos momentos en que el destino te confronta con la solución final, hablando de sueldos y ganancias vino a discusión el salario de los profesores universitarios, tema que me pareció de lo más distante a una conversación hamponil. Sin embargo, la reflexión de uno de los jóvenes, aún hoy golpea mi poceta cerebral: “¡Los profesores universitarios ganan una miseria, dígalo ahí causa, cómo va a progresar un país en el que los que tienen que educar ganan una miseria!”. Puede que usted crea, amable votante, que esto me lo inventé. Que un secuestrador no haría una reflexión así. Pues lo hizo y lo que me dolió al mirarle desde el piso, desde donde todo otro se ve grande, es que era mucho más elevada la certeza de su reflexión y que si tuviésemos maestros y profesores mejor pagados y escuelas y museos y sueldos y fábricas y empleos y avenidas y parques y deportes y sueños y esperanzas y un poquito de decencia, quizá todo sería mejor. Un muchacho que, sin saberlo, retrataba su tragedia, que era también la mía, aunque graduado en la UCV.

Este domingo son las elecciones. Yo no soy quién para decirle a usted qué debe hacer.

La certeza de que la vida es buena y de que la quiero bonita para todos mis hermanos, incluidos los que casi me la quitan, me llevará a intentarlo una vez más. Quiero que de una vez por todas Venezuela se funde.