Gustavo Tovar Arroyo: La hora urgente de la rebelión

Estambul: bordado de civilizaciones.

En medio de un insomnio terrible y de mucha ansiedad escribo esta nota desde Estambul, la ciudad misteriosa que abrigó en su seno a tres grandes imperios: el Romano, el Bizantino y el Otomano. Estambul no es como París una ciudad lujuriosa, es más bien una ciudad bordada en largos y sucesivos quejidos. Uno recorre sus calles y sus mercados entre suspiros y lamentos. Es hermosa por enigmática. Una ancha y vivaz alfombra trenza sobre ella a la cultura de Oriente con la de Occidente, las borda. Uno respira ese tejido diverso y lúcido a cada paso. Es fascinante y conmovedor vivirlo. Quizá Estambul es la única ciudad del mundo que logré este bordado de civilización con tanto esplendor y desconcierto. Atribuyo los quejidos que parecen dispersarse por doquier a las largas luchas que aquí se vivieron. Ese estirado dolor que nos causa pelear con un hermano, un dolor que no cura, que nos agobia y sofoca, que nos desvela.

Bordar otra Venezuela
Mientras me paseo por las calles de Estambul, aturdido por las noticias de Venezuela, pienso inevitablemente en dos palabras que forman la esencia de la humanidad: resistencia y rebelión. Palabras proféticas y románticas, pero crudas en su realidad y desgarradoras en la experiencia. Ante el fraude y el cinismo instaurado por Maduro, ante la traición y renuncia frente a los cubanos, no tendremos otra opción que la resistencia y la rebelión. Esas palabras se clavan hoy en nuestro espíritu y nos empujan con ímpetu. Resistir, me digo, como lo hizo Cristo, para bordar otro país con nuestro sacrificio. Resistir, pese a las heridas y la angustia, para bordar otra Venezuela. La resistencia y la rebelión son nuestro trabajo de parto histórico.

Cristo y la resistencia
La resistencia es en sí misma una forma de rebelión, quizá la más espiritual. Los cristianos pusieron la mejilla una y mil veces hasta que a la tiranía se le cansó el brazo de tanto golpearlos, y cedió. Hoy la historia de la humanidad es otra debido a ese esfuerzo. Se requiere de mayor fortaleza de espíritu para resistir que para atacar. Resistiendo, uno no sólo se ennoblece a sí mismo, uno ennoblece a la nación, la hace grande: ensancha su espíritu. Una sociedad que no desea despedazarse entre sí, pero que tampoco quiere esclavitud ni vasallaje debe rebelarse, resistiendo. Cristo cambió el curso de la historia hace dos mil años porque se rebeló, resistiendo. Resistir hasta el punto de poner la otra mejilla (pero ponerla, que quede claro, no replegarse, no guardarse, mostrar el rostro) como muestra ineludible de amor al prójimo y a Venezuela.





Gandhi mostró el rostro
Los franceses -más románticos y lujuriosos- crearon su rebelión política movilizando sus rabias y restregándolas en el rostro del poder absoluto: lo vencieron. Los cristianos crearon su rebelión espiritual resistiendo las rabias del poder absoluto romano y también lo vencieron. Dos formas de resistencia y rebelión que Gandhi unió a través del ahimsa -o resistencia activa, movilizadora, espiritual y no violenta- para vencer a los ingleses y también logró vencerlos. No se quedó en su casa, mostró el rostro y ofreció la mejilla para demostrarle a la tiranía que su fuerza espiritual superaría los desafíos que impusiera el totalitarismo. La rebelión de Gandhi fue política pero impulsada por la fuerza espiritual y noviolenta de Cristo. Bordó una nueva India sin despedazar a su prójimo. Amándolo en la rebeldía.

La rebelión noviolenta
Paz sin libertad es esclavitud y para conquistar la libertad en tiempos de tiranía hay que resistir y rebelarse: ser un insurrecto moral. La forma más sublime y civilizada de insurrección es la noviolenta. El insurrecto noviolento no intenta doblegar al opresor, sino transformar su alma. El ejemplo es fundamental. No agrede, convence. No vocifera, dialoga. No huye, arrostra. Se requiere de mucha fuerza espiritual para lograrlo; el valor debe superar cualquier miedo (pero existe el miedo). En Venezuela se ha impuesto con urgencia una insurrección espiritual y política noviolenta. Me quita el sueño pensar en esto, no lo niego, pero ya es nuestra obligación histórica hacerlo. La rebelión, como bien señala el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, es el recurso extremo del hombre frente a la opresión y la tiranía. En Venezuela, después del fraude de abril, es nuestro recurso.

Capriles y la rebelión urgida
Muchos han sido los herederos del pensamiento y obra de Gandhi: Luther King, Mandela, Havel, Walesa; Otpor (Yugoslavia), la revolución naranja (Ucrania), la revolución de terciopelo (Checoslovaquia) o la primavera árabe (Egipto). En Venezuela, el movimiento estudiantil que en 2007 venció a Chávez lo hizo apegado a la tradición noviolenta. Acaso sin saberlo, Capriles ha heredado esa lucha. Estoy seguro de que no ha estudiado la teoría de la rebelión pacífica y noviolenta descrita por Gene Sharp en “De la dictadura a la democracia” (síntesis del pensamiento de Gandhi), pero la intuición lo ha llevado a ella. El camino prometido por Henrique pasa por esta barrera de fuego. ¿Logrará cruzarla? Estoy convencido de que, de proponérselo y luchar, lo cruzaría. Es una decisión difícil, pero hay que tomarla si realmente se aspira un cambio. Sólo la movilización social reivindica derechos y cambia la historia.

Un bordado llamado Venezuela
Capriles se ha alzado como el líder unívoco de la paz. Es un convencido de la igualdad de todos los venezolanos. No guarda rencores, cura rápido sus heridas. Pero si realmente desea un cambio de rumbo en el país tendrá que tomar el empinado camino de la resistencia y la rebelión espiritual (y política). No soy quien para juzgarlo si no lo hiciere. La verdad ha mostrado suficientemente su sacrificio y entrega. Su espíritu -como su nobleza- es desbordante. Su voluntad ha sido probada de sobra. Para apoyarlo, debemos comenzar por la inconformidad y la desobediencia, debemos restar poder a las instituciones fraudulentas y desconocer a los usurpadores. Una burla, un irrespeto, son flechas noviolentas. Desafiemos a la mentira, es nuestro recurso último. Pero no desde las casas, sino desde las plazas y las calles. Que nuestras piedras sean flores, que nuestro tanque de guerra sea nuestro pecho, que nuestra espada sea la palabra. No sólo la paz bordará otra Venezuela, también la valentía.

Es la hora urgente de la rebelión y de los valientes, la noviolencia no sólo borda civilizaciones, borda lo más importante: la hermandad…