Alfredo Álvarez: El país que fuimos

María Coloma es un nombre ficticio. Recurro a él para proteger la identidad de una noble mujer, artesana, agricultora en el Valle de Quíbor, marchante de antigüedades así como de unas artesanías de delicada y detallada elaboración. Confieso que estoy seducido por la generosidad ilimitada de sus procederes, pero sobre todo les hablo de un ser humano muy particular. Nos muestra sin reservas los ambientes de su hogar, una vetusta casona, plena de corredores, fotos antiguas, muebles de paleta y sobrios aguamaniles. En sus paredes hay carteles de productos que no recuerdo hayan existido antes, pero de seguro sobreviven indemnes en el imaginario popular. Aceites para el cabello, bebidas de caña de azúcar higienizadas, manteca vegetal y cigarrillos de tabaco rubio. También proliferan unas botellas de vidrio con mágicos colores, radios de fina madera que aún funcionan, antiguos teléfonos de baquelita con tono y conexión para llamar a cualquier parte del mundo, baúles con olor a nostalgia y recuerdos de sólida trascendencia.

En los fondos del inmenso patio de su casa, instaló un taller donde elaboran artesanías de madera, que en nada deben envidiar a las del taller mejor instalado de todo su entorno. Maria y yo tenemos una cita para el venidero mes de Octubre, cuando juntos iremos a revisar las antigüedades de sus otros amigos, a ver qué cosa de interés logro encontrar para mi satisfacción de coleccionista aficionado. Los ingresos por su trabajo son magros y conjuntamente con su esposo regentan una finca de unas 20 hectáreas donde siembran pasto y venden las pacas de heno a los criadores de vacunos y ovejas de la zona. Ella y su familia se parecen al país que fuimos.

Unos malandros de nuevo cuño, reconocidos por todos en el pueblo, les visitan cada tres meses para cobrar un impuesto de 5 mil bolívares que les gravan sin anestesia, sin aviso ni protesto. Deben pagar a sus extorsionadores sin chistar, pues corren el peligro de ser asesinados como ejemplarizante represalia. No vale la pena denunciar, me dice al tiempo que humilla su mirada contra las lavadas baldosas del bucólico patio. En su última visita les advirtieron que la cuota correspondiente al mes diciembre, tendrá un incremento notable. Ya saben le dijeron, “la inflación está muy cara”. Yo le adiciono que según cifras del BCV, hoy día alimentarse cuesta 60% más que el año pasado y hay que buscar el sustento como sea. Este es el país que somos ahora.





En los límites del noroeste Quibor está el caserío de Guadalupe un notable sitio donde habitan los mejores talladores de madera de Venezuela. No es broma ni exageración, hay tantos como piedras en el agreste suelo de este valle, y cada uno de ellos ofrece obras tan bien logradas, que le cortan el aliento al más exigente comprador de artesanía. En la ruta, me detengo para aprovisionarme de agua mineral y gaseosas. El dependiente del negocio me aconseja no proseguir mi ruta, pues la inseguridad es de tal magnitud, que lo más seguro en mi hoja de ruta es un atraco o el despojo de mis propiedades, incluyendo el vehículo y mi vida. Con esto hemos topado.

Desatiendo sus recomendaciones y me adentro por el maravilloso paisaje. Hay tierras fértiles en plena producción. De aquí sale cerca del 70% de hortalizas para satisfacer el consumo nacional. Se aprecian cultivos bajo ambiente protegido, rebaños de cabras listas para producir el mejor queso imaginable, y gente de una vocación por su trabajo, solo comparable con la dureza con la cual el sol castiga impertérrito, las tierras de este valle maravilloso. Carlos A. fabrica unas pelotas de béisbol increíbles. Antes de tocarlas te deben advertir que son una pieza de madera, para que puedas creerlo, y aún con ella en tus manos, te asalta la duda. Son únicas e irrepetibles. Me compré una de ellas y la tengo sobre mi mesa de trabajo. No dejo de mirarla con sobrada satisfacción y un justificado orgullo. No hay otra similar a la que atesoro con deleite y atesoro con una infantil fascinación.

Guadalupe luce solo y abandonado. La carretera que nos lleva hasta sus predios es obra de este gobierno. Exhibe un asfalto en buen estado pero la gente de fuera no los visita como antes, gracias a esa campaña de RRPP de los moradores de Quibor. La inseguridad es un mal jefe de relaciones públicas y el temor que infunden los malandros, no deja de ser uno de los peores consejeros al momento de hacer shopping turístico. Carlos A. abandonó el oficio de artesano, no tallará más pelotas de béisbol ni nada que se le parezca. Procura el sustento de su hogar manejando un taxi, porque la cosa se le puso muy dura. Solo sobreviven los artesanos y marchantes más consecuentes. Los demás lo intentan buscando otros derroteros. La revolución se come a los más desasistidos.

Hablo con Luis, un amigo invitado de Caracas, quien no deja de expresar su gozo por lo que ven sus ojos y por lo que tocan sus manos. Este es un país que pese a todo te guarda tus sorpresas, dice mientras discute algunos precios con su interlocutor del momento. En la tarde fuimos a La Costa a ver las obras en gres de Miguel Ángel Peraza y al día siguiente las mariposas de vidrio de Nemate, en la zona de las Cuibas, muy cerca a Barquisimeto. El trabajo de los artesanos es la prueba palpable de las reservas éticas del país, pero según Luis, ya se aprecia en ellos, ese cansancio inevitable por la crisis general que nos sacude cada día como sociedad. Este país está igual que los artesanos, unos quieren creer en que es posible mejorar, pero hay otros que quieren migrar en busca de mejores aires.

La anomia

Entonces emerge en nuestra conversación, con sus burdos modales, ese catálogo de calamidades que ahora somos como país. Nos toca reconocer que la ruta de viaje que propone el Socialismo del Siglo 21 no oculta su mayor propósito, el cual no es otro que liquidar la actual estructura del Estado que le sirve de apoyo a las erosionadas instituciones democráticas. Como un ejemplo de la colonización de las instituciones, se aprecia la liquidación del estado de derecho y la propuesta de ese estado comunal, que no hace más que confirmar todas esas soportadas sospechas. En los 14 años perdidos, hemos retrocedido a estadios ampliamente superados por la republica civil, circunstancia que nos ubica a la saga de algunos países de América Latina, con mucha menos fortuna que nosotros. Si Jose Ignacio Cabrujas decía con estupor que éramos antes que un país; un campamento, no quisiera escuchar su calificación una vez evaluada por el dramaturgo la presente tragedia.

Hay otro “pequeño problema” en ese dudoso tránsito al Socialismo que exhibe sin pudor la apología oficial. Al liquidar las instituciones de la democracia, hemos quedado totalmente desguarnecidos y al amparo de esa calamitosa anomia que nos circunda y que nos retrotrae al inicio de la civilización. Ahora somos una especie tribu federada que mora en el espacio que en un buen momento, se llamó Venezuela. Impera la ley del más fuerte, no hay autoridad posible que defienda al ciudadano, mientras las instituciones han sido asfixiadas “para suplantarlas” por otras que solo existen en la febril imaginación de sus promotores. La republica civil construyó en 40 años un verdadero país, que ahora nos luce desdibujado por el peso de la propaganda ideologizada de unos traficantes de sueños.

Merece mención lo atinente a la propiedad privada. Venezuela aparece en el lugar número 129 de un ranking mundial con un puntaje de 3.4, por debajo de Zimbawe país que ocupa el lugar número 128 con una calificación de 3.5. Nuestro amado país, como bien sabemos, exhibe una notable fragilidad institucional en la protección de los derechos de propiedad, pues precisamente el Estado erosionó las bases institucionales de los derechos de propiedad con sus políticas económicas erráticas y suicidas. Promueve leyes que incitan al ausentismo laboral, la flojera y la baja productividad en las empresas. Castiga el emprendimiento privado y persigue a los productores de bienes y servicios, para él, poder importarlos. En Caracas el mayor índice de inasistencia en escuelas y liceos es consecuencia directa de las balaceras que a diario se suscitan en las instalaciones educativas.

60 muertos por día.

Vale recordar que el concepto de Nación sirvió históricamente para dar un sentido de integración social en la construcción imaginaria de la realidad social, porque el modo en que dicho concepto se constituye hacia el interior de un territorio, presupone una concepción de la política que tiende a erradicar el conflicto entre quienes forman parte de ella, para localizarlo como agente externo, amenazador de la unidad. Dicho en otros términos, las diferencias propias de toda sociedad compleja son visualizadas como elementos disolventes de la vida en común, por lo que previamente deben ser erradicadas. Nosotros hemos hecho lo contrario.

Durante el 2010 -indican cifras de la ONU- el 42% de los homicidios que se cometieron a nivel mundial fueron perpetrados mediante la utilización de armas de fuego. En América Latina, ese mismo porcentaje totalizó 70%, de las muertes violentas pero en lo correspondiente a Venezuela, ese rango representa 80% del total de homicidios cometidos durante ese mismo lapso. Las cifras de PROVEA del 2012 advierten que las muertes violentas en nuestro país alcanzaron la respetable cifra de 21.692 ciudadanos caídos en hechos violentos. Unos 60 muertos cada día.

Otro enfoque. El estudio de Entorno Social 2013 nos ofrece detalles más reveladores. La población del país envejece, aspira una mejor calidad en el servicio de la salud pública, demanda libertad para elegir y reclama un mayor bienestar económico. Crecieron los hogares con jefatura femenina, lo que significa que 61% de los núcleos familiares en todo el país sean liderados por mujeres. La tasa de asistencia de los jóvenes al bachillerato no alcanza 60%, evento que los descalifica para optar por las mejores plazas en el mercado de trabajo. De sus contundentes conclusiones deriva una muy lacerante por el impacto de su revelación: el estudio nos indica que en Venezuela “se privilegia el bienestar de la familia y específicamente de los hijos, pero no les preocupa el país.”

En lo fundamental la sociedad moderna estima que tres deben ser los derechos fundamentales que asistan a sus ciudadanos. Derechos civiles, derechos políticos y derechos sociales, los cuales funcionan como los ejes constitutivos de la ciudadanía. En lo civil (o lo cívico) se reconoce la potestad del ciudadano para ejercer sus derechos legales, participar en el poder político, como elector o como elegido. En lo social, se refiere al imperativo de disfrutar de un nivel de vida con un determinado estándar de calidad de vida.

Estas no son las garantías que exhibe la transición que ofrece el Socialismo del Siglo 21. La duda que nos asalta es terrible y demoledora. Sera rigurosamente cierta la imagen que poseemos de esa Venezuela idealizada en los discursos de la republica civil, donde se nos habla de un país democrático 100% en sus ejecutorias, de sustentable economía petrolera, poseedor de una población joven e infatigable, con energía barata y disponible. Salud y educación disponible para todos, una amplia clase media y oportunidades de desarrollo personal para cada uno de nosotros. Viendo lo presente no lo creo, me temo que ese país idealizado se vació de contenido y lo que ahora se nos presenta es una parodia muy mal contada de la historia ya conocida.

La polarizada opinión disponible sobre nuestro destino como sociedad, nos indica que vivimos una prolongada “transición”. No se nos aclara que clase de proceso es en definitiva, pero en cada exposición lucen los acordes de la parte más interesada. Hay uno que nos lleva a la ficción del Socialismo y otro que nos sugiere que vamos a la gloriosa resurrección de nuestras libertades más valoradas.

Ese detalle nos remite a un pasaje del libro Mi Lucha de Adolfo Hitler, citado por Wilhelm Stapel un apologista de la causa nazi, donde sugería “que la buena táctica en materia de sicología de masas es renunciar a toda argumentación y presentar a la masa solo la gran meta final”. El mismo Stapel decía, que dado el carácter elemental del nazismo, era una tontería atacarlo con argumentos. Al ser tan elemental en su formulación teórica, los argumentos solo tendrían efecto si el movimiento se hubiera impuesto con la ayuda de argumentos. Si no fuera por lo grave del momento, pudiéramos pensar que se trata de una jodedera tan común entre nosotros los venezolanos, pero la cosa es más que algo más que seria. Es patética.

Mirando la tragedia nacional, seria reconfortante recuperar el país y los mejores argumentos. Por ejemplo uno que permita que los artesanos no se vean extorsionados por el nuevo lumpen rojo, o mejor dicho, a no verse obligado a cambiar su trabajo por el de taxista para sobrevivir con algo de decoro. Teseo al hablar de la historia de Ática, pronuncia una interesante consideración sobre el origen de la palabra democracia. Dice que los demiurgos (artesanos) y los geomoros (campesinos) conformaron una alianza que dio origen a una muy singular forma de gobierno. El poder era ejercido por artesanos y campesinos, para según él, derivar en el significado de la palabra democracia.

Un poderoso argumento que compartiré con Maria Coloma cuando la vea nuevamente en el mes de octubre próximo. Campesinos y artesanos.

@AlfredoKbza