¿Es indispensable tener sexo?

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Nuestra sociedad está fuertemente sexualizada y el sexo se ha convertido en una mercancía como otra cualquiera. Se venden encuentros en las páginas web, los periódicos ofrecen manuales de instrucciones para encontrar al alma gemela, la publicidad exalta las virtudes de vestidos para seducir, cremas de belleza para seguir gustando e incluso píldoras mágicas para aumentar las prestaciones sexuales. Según el escritor Michel Houellebecq, si nos amontonamos es para olvidar nuestra finitud, porque la vida no es otra cosa que la nada. Al multiplicar indefinidamente el sexo, intentamos exorcizar nuestras carencias, pero esto sólo nos aporta una satisfacción provisional. EntreMujeres

En el nivel de la sexualidad se reproduce el mismo comportamiento de consumidor exigente que en los demás mercados. Ahora el goce debe estar garantizado. El Viagra y el Cialis, medicamentos prescritos al comienzo para curar los trastornos de la erección, se utilizan ahora para mitigar la angustia de rendimiento: “¡Se me levanta cuando quiero y donde quiero!”. Su uso ha llegado a trivializarse tanto que, en Francia, en 2006, el periódico Le Monde consagró dos páginas enteras, sin ninguna crítica ni restricción, a estas nuevas píldoras de la felicidad sexual, y un semanario las convirtió en portada. Para ampliar el mercado, la industria farmacéutica creó un nuevo síntoma: la “disfunción sexual femenina” que, según el laboratorio que intenta comercializar un equivalente femenino del Viagra, afectaría al 43% de las mujeres de entre 18 y 59 años.

Una sexualidad plena se ha convertido en una norma en nuestra época, y el cuerpo se ha vuelto una simple máquina de placer cuyos registros hay que mejorar. Para estimular la sexualidad hay que seguir los consejos de las revistas, comprar los sex toys (juguetes sexuales) y recurrir a las píldoras milagrosas en caso de avería. La frigidez se ha convertido en una enfermedad vergonzosa y la impotencia en un síntoma que es necesario curar por completo. Tanto en la cama como en el trabajo, el hombre se siente sometido a una obligación de resultados y teme ser puesto de patitas en la calle si no está a la altura de lo que se espera de él.