Caracas se acostumbra a las protestas (Fotos)

Un grupo de policías en motocicleta llega a una intersección donde camaradas acaban de dispersar a manifestantes estudiantiles con gas lacrimógeno en el distrito caraqueño de clase media alta del Chacao, un importante centro de resistencia al gobierno socialista de Venezuela.

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Desde una calle lateral aparece un joven con una máscara verde fosforescente de hockey y una camiseta blanca. En su mano lleva un guante que resiste el fuego y con el que puede devolver las granadas de gas lacrimógeno.

El muchacho provoca a los policías, acompañado por otros jóvenes escudados en una armadura de metal que dice SOS. Estallan petardos cerca de los policías, que se retiran. Pero es una retirada táctica. Segundos después asoma otro grupo de agentes en motocicletas con chalecos antibalas y persigue a los jóvenes. Unos papagayos que observaban todo desde un árbol huyen despavoridos.





La policía se topa con una cadena metálica y no puede seguir. Los jóvenes enmascarados escapan, ante la mirada atónita de los clientes de una tienda de ropa cara. Los agentes corren la cadena, pero apenas se van dos hombres de mediana edad salen de un edificio de oficinas y la vuelven a colocar cerrando la calle.

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A lo largo de un mes de protestas callejeras casi diarias ha surgido una coreografía cruda que se repite entre las fuerzas opositoras de este barrio, epicentro de algunas de las protestas más intensas que registra Venezuela en más de una década. Varios cientos de jóvenes colocan barricadas y tiran piedras, botellas y petardos a la policía. Los agentes disparan gases lacrimógenos y perdigones de plástico contra los manifestantes, en medio de los abucheos de los ocupantes de los rascacielos de la zona.

En una pared cerca de la Plaza Altamira, donde se concentran los manifestantes, alguien escribió una frase del líder opositor encarcelado Leopoldo López que ha pasado a ser una consigna: “El que se cansa, pierde”.

El gobierno sostiene que se trata de niños bien malcriados. Pero una consulta informal revela que hay cada vez más elementos de clase media y baja entre los manifestantes, cansados de la escasez crónica de alimentos básicos, de una inflación del 56%, de los delitos violentos y de las pocas perspectivas laborales.

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“No puedo salir a protestar en mi barrio”, afirmó Vi Dibrahim Torrealba, estudiante de medicina de 29 años que vive en Catia, un barrio de gente humilde. ¿Por qué? Bandas de motociclistas armados a favor del gobierno no lo permiten, según Torrealbe y otros.

“La escasez me afecta más que a los ricos”, afirmó Any Salazar, estudiante de comunicaciones de 20 años del Petare, uno de los barrios pobres más grandes de América Latina. La delincuencia tampoco. “Me han robado tres veces en este año en la calle”.

Los manifestantes son mayormente hombres, aunque hay algunas mujeres. Algunos usan máscaras de gas y otros se las arreglan con elementos como mascarillas para protegerse del polvo y anteojos para nadar o para esquiar. Abundan asimismo las soluciones caseras para combatir los gases, que pueden penetrar la ropa. Una es ponerse Maalox y agua alrededor de los ojos. Otra es esparcirse pasta dental en el rostro o Vicks VapoRub en las fosas nasales. Se usan mucho las máscaras para proteger la identidad y evitar represalias. La bandera venezolana es un accesorio muy popular.

Ha habido actos de vandalismo, aunque casi siempre calculados. Los manifestantes rompen muros para disponer de piedras e irrumpen en obras en construcción para conseguir objetos para las barricadas. El domingo quemaron un quiosco.

El gobierno dice que 21 personas murieron desde que comenzó la ola de protestas el 12 de febrero.

El presidente Nicolás Maduro atribuye muchas de las muertes a los manifestantes, incluidos un motociclista que se tropezo con un cable tendido en una calle y una anciana que según las autoridades falleció cuando se dirigía a un hospital por el trancón de tráfico generado por las barricadas.

 

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La mayoría de las manifestaciones son pacíficas, como la del lunes en la capital montada por médicos que protestaban la escasez de medicinas y de otros elementos, pero los extremistas de ambos bandos tratan de exacerbar las tensiones.

La ciudad occidental de San Cristóbal se ha mostrado particularmente agitada. Un líder estudiantil murió allí de un balazo en el pecho la noche del lunes, según informó el alcalde Daniel Ceballos. La Guardia Nacional había estado batallando con manifestantes todo el día y había desmantelado barricadas en cruces importantes. Ceballos dijo que la ciudad de unos 600.000 habitantes estaba “paralizada”.

Los residentes del Chacao no experimentan nada como el caos de San Cristóbal. Pero de todos modos no les gusta nada los inconvenientes derivados de las batallas callejeras de todas las noches, con calles bloqueadas, rejillas de alcantarillas abiertas y bolsas de basura quemadas que despiden un olor pútrido.

Pese al malestar, no obstante, hacen colectas y ofrecen alimentos, Maalox, gotas para los ojos y mascarillas protectoras para los manifestantes.

“¿Quién quiere agua?”, grita Vivian, una joven de 26 años que luce una máscara de leopardo de las que usan los luchadores mexicanos y zapatillas de marca. Distribuye botellas de agua y galletitas mientras en los alrededores llueven gases lacrimógenos.

Vivian no da su apellido por temor a represalias. Es de una familia adinerada pero dice que la clase no tiene nada que ver con esta lucha: “Estamos peleando porque todos estamos viviendo mal”. AP

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