La transición hacia la libertad por @edgardoricciuti de @VFutura

thumbnailEdgardoRicciutiLas transiciones políticas son procesos extraordinarios que responden a la necesidad de recomponer los nexos básicos de interconexión entre los individuos de una determinada comunidad.

Cuando los acuerdos de convivencia se quiebran, producto de la inobservancia de pautas preestablecidas, adviene una ruptura emotivo-comunicacional e institucional entre los agentes políticos que detentan el ejercicio del poder y sus titulares, es decir, aquellos ciudadanos que les habían otorgado su confianza y cuota de representatividad.

Un gobierno de transición, implica el surgimiento de una muy alta conflictividad donde son recurrentes fenómenos de recrudecimiento de la violencia. La inestabilidad política impulsa al establishment a tratar de reconstruir con la fuerza algo que difícilmente puede reaparecer: la confianza y el apego hacia el sistema político degradado.





La transición es un proceso muy delicado, pues supone la consolidación o re-democratización de las instituciones luego de un manejo arbitrario del poder por el régimen caído, donde cuan más amplia resulte la inclusión de gremios, y grupos sociales, mayores posibilidades de éxito y estabilidad tendrán el sistema político naciente.

La  crisis de los regímenes no democráticos y la necesidad de un gobierno de transición, generalmente es dada por una violencia derivada de la incompatibilidad e incoherencia entre las imposiciones inadecuadas del régimen con la voluntad ciudadana.

Se trata de una disolución del acuerdo de sometimiento al orden, cuya raíz puede ser incluso bicéfala si tomamos la explicación de legitimidad dada por Leonardo Morlino. Para este autor, existen dos tipos de legitimidad: la específica y la difusa. La primera es aquella anclada a una percepción positiva y de satisfacción del ciudadano por la implementación de políticas acertadas;  la segunda, se basa en una alta dosis de confianza en las instituciones políticas como el marco referencial para la aceptación de reglas compartidas.

En sistemas liberal-democráticos, difícilmente se llega a una inconformidad que desemboque en violencia por una merma de legitimidad específica, debido a la  existencia de mecanismos institucionales para corregir ciertas deficiencias de la gobernabilidad.

En sistemas autoritarios como el venezolano, donde políticas erradas no sólo no son corregidas, sino premeditadamente implementadas para el empobrecimiento de la ciudadanía como estrategia para una dominación más certera, la ausencia de legitimidad específica puede desembocar en la violencia política, producto de un rechazo natural a una existencia paupérrima.

Por si esto no fuese suficiente, el régimen, al tratar de imponer patrones conductuales y culturales que son incompatibles con las normas más elementales de inteligencia, como son las que caracterizan al comunismo, aumenta exponencialmente el peligro de conflicto, ruptura social, política y caos generalizado. En pocas palabras, la fractura que se generaría en Venezuela respondería a una ausencia de ambos tipos de legitimidad.

La trascendencia de un gobierno de transición en casos tan graves de ingobernabilidad como en el de Venezuela, plantean una reconstrucción de las principales instituciones del nuevo sistema político descartando de manera categórica las presiones de tiempo, las pseudo élites desplazadas, lobbies de maletín y las presiones de castas viles que cuidan sus míseras cuotas de poder.

 

Edgardo Ricciuti