La cruda realidad en Venezuela: Cinco días en el Oncológico Razetti

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Una estudiante de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello, Yenily Yameida escribió en su blog yenilyalmeida.wordpress.com la tragedia que tuvo que vivir junto a su madre quien hace poco falleció a consecuencia de un cáncer.

Tras la crisis hospitalaria que se vive en Venezuela, son muchas las denuncias que hay por la escasez de medicamentos en los hospitales, en el Oncológico Luis Razetti los pacientes reciben sus tratamientos de radioterapia o quimioterapia, sin embargo, cada día hay menos materiales y sobre todo menos calidad humana entre los trabajadores del centro de salud.





Yenily narra los cinco días más tristes de su vida y la manera en que ella, su abuela y su mamá fueron tratadas en el Oncológico Luis Razetti.

A continuación su historia:

Estuve dos días sin dormir atormentada por la idea de que la gente en los hospitales estaba sufriendo la falta de insumos. Me identifico plenamente con su sufrimiento porque yo viví la desgracia de tener un familiar enfermo durante poco más de un año. La angustia que da el no saber qué va a pasar, cuándo van a reparar los equipos médicos, cuándo va a llegar el médico es insoportable. Mientras tanto, el Estado está pendiente de cualquier cosa, excepto ayudar a la gente que está enferma y muere lenta o rápidamente.

No solamente sufre el paciente. Los familiares nos bandeamos en la búsqueda de todo lo que nos piden en los hospitales. Recuerdo que a mi mamá le pidieron una vía central cuya especificidad no recuerdo, pero tenía tres canales. Esa vía no la tenían en el hospital. La conseguí en una farmacia por San Bernardino en Bs. 1200,00. Cabe acotar que yo gano sueldo mínimo y mi abuela está jubilada. Tuvimos la suerte de que una muchacha familiar de otra paciente tenía una y nos la regaló. Los familiares de los pacientes se apoyan entre sí porque todos estamos mal y si alguien tiene ayuda al otro.

Todos los días salía y entraba al hospital por el pasillo que comunica a la emergencia con el resto del centro oncológico. El día que ingresó mi mamá dejaron una bolsa de desechos médicos, esas que son rojas y sabes que no debes dejar en un pasillo. Me fui del hospital y la bolsa seguía ahí. Estaba botando un líquido rojizo. Al día siguiente la bolsa ya no estaba, pero el líquido se secó y dejó una mancha en el piso. Días después estaba la misma mancha ahí. A nadie le importó que esa fuese el área en la que esperaban los pacientes para recibir quimios o ir a consultas.

Mientras duró la estancia de mi madre en el Oncológico, cerraron dos salas por estar “altamente contaminadas”, ¿y cómo no? Limpiaban varias veces al día, pero lo hacían con agua, jabón y, ocasionalmente, desinfectante. Estamos hablando de la Emergencia de un Hospital Oncológico en donde conviven pacientes con diferentes problemas de salud ocasionados por una sola enfermedad y sus familiares. Cloro, tan importante para desinfectar, no había.

El baño de la Emergencia tenía pedazos de cartón en el piso que servían de alfombra. El agua, en cinco días, solo vino uno. En unos pipotes almacenaban el agua que se usaba para lavar las pocetas o bañarse. La regadera no tenía puertas, uno de los cubículos del baño no tenía puerta y el otro tenía puerta pero no cerraba. El recipiente de agua se llenaba cuando llegaba el agua al lavamanos. El líquido pasaba por un tubo de plástico y caía directamente al pipote. Rudimentario, pero efectivo.

El tercer día mi mamá tenía las muñecas moradas e hinchadas por todos los pinchazos que recibió. Inclusive, le tomaron la vía por un lado y seguía saliendo sangre por ahí. Le notifiqué a una enfermera y me dijo: “Ya voy. Estoy ocupada”. Suficiente será decir que mi mamá murió y ella nunca fue. Yo fui a buscar alcohol y gasa para detener el sangrado.

El sábado mi mamá estuvo toda la noche despierta y sufriendo por no poder respirar. Fui a buscar a una enfermera para pedirle que llamara a un médico. Su respuesta fue: “El Doctor está abajo y no va a subir”.

Mi abuela buscó a una enfermera para decirle que mi mamá estaba agonizando. Ella fue a verla y le dijo que mi mamá solo estaba cansada y ya. Que no estaba agonizando. Y se fue a dormir. Ellos cierran su puertica de enfermería para que no los molesten. Pero están de guardia.

El señor que estaba en la cama frente a la de mi madre sangraba mucho por la nariz. Su hermano le colocaba gasas porque las enfermeras solo iban a las horas que los médicos estipulaban tratamiento.

El doctor pidió una placa torácica el día viernes. Pero resulta que ese Departamento trabaja de lunes a viernes hasta las 4pm. La otra opción era conseguir hacérsela en una clínica. El problema estaba en que necesitábamos camilleros y una ambulancia para poder sacarla del Hospital. Era poco probable porque no había dinero para poder pagar una ambulancia que la trasladara y la recogiera. No lo hicimos. En el Hospital no había material para imprimir las placas, tenía que estar un familiar con un teléfono con cámara para poder fotografiarla. Tampoco podíamos llevarla en un CD porque no había dónde leerlo.

Quien se llevó el premio como el más deshumanizado fue el responsable de tomar las muestras de sangre. Mi mamá necesitaba un examen para medir los niveles de amonio en la sangre. El personaje subió y le tomó la muestra. Yo le dije que en la clínica pedían un envase verde; él respondió que no tenía envase de ese color y que tendría que llevarlo en el morado porque yo tenía que llevar el envase entonces.

Fui hasta la clínica y obviamente me dijeron que no podían recibirme la muestra si no estaba en el envase tapa verde. Me dieron el envase y regresé al hospital. Le comuniqué el hecho a un enfermero y me indicó que bajara a hematología y le pidiera a este señor que le tomara la muestra nuevamente.

Cuando bajé a hematología, el personaje me dijo: “Yo te dije a ti que preguntaras primero porque yo no iba a trabajar doble. Esa paciente es muy difícil tomarle la vía. Dile a un enfermero que te haga el favor. Yo no voy a subir”. Acto seguido, me lanzó la jeringa y otros materiales para que me los llevara. Los tomé, impresionada. Juro que jamás me habían tratado así y nunca me imaginé que mientras mi mamá sufría alguien podía negarse a tomarle una muestra de sangre.

Cuando subí le conté al enfermero. Él fue a decírselo a la doctora de turno y ella me indicó que bajara nuevamente a decirle que subiera. El tipo subió, visiblemente molesto porque “él no tiene por qué trabajar doble”, porque como esa muestra no era para ese hospital, entonces él no tenía por qué hacerlo. Le tomó la muestra de sangre de mala gana. Estuve a punto de decirle que no lo hiciera porque sentí en ese momento que el sufrimiento de mi madre era innecesario.

Me pregunto entonces, ¿por qué estudiaste una carrera relacionada con la salud si no tienes vocación?, ¿por qué maltratas al paciente?, ¿por qué maltrataste a mi mamá que no te hizo nada?

Los récipes del hospital eran papel reciclado, sin membrete ni nada. La escasez nos está comiendo vivos. Usted puede vivir sin comer arepa, pero dígale a un paciente con cáncer que se dañó el equipo de la radioterapia, que no hay cupo, que no hay algún medicamento para su quimioterapia. Dígaselo y me cuenta cómo se siente después.

Escasean muchas cosas en los hospitales, es verdad. Pero la escasez más fea está en la calidad humana, en ser gente. Porque eso no se repara con dólares, eso no lo repara el Min Salud. Eso está entre nosotros, entre el personal que maltrata, el enfermo que sufre y el familiar que se siente atado de manos ante tal situación. Lo perdimos todo, incluso los que nos hacía ser humanos.