Edgardo Ricciuti: Tiempos de Príncipes

thumbnailEdgardoRicciutiLa invitación de un grupo de estudiantes de la UCV como ponente del foro: “Niccoló Machiavelli como inspirador para la política futura”, resultó ser muy interesante por el estímulo, las reflexiones y la retroalimentación compartida con los jóvenes asistentes. Quisiera recordar algunas de las consideraciones  e interrogantes allí expuestas.

A cinco siglos de su primera aparición, ¿Cuál es la lección contenida en los textos políticos de uno de los autores más conocidos del mundo? ¿Son útiles los consejos que el florentino da a aquellos que quieren incursionar en el arte del gobierno? ¿Cuál es el mensaje que podría dar cuerpo a una restauración de los principios más elementales de dignidad humana y virtú política?

El foro se enfocó en evidenciar cómo el viejo dilema sobre la moralidad o inmoralidad de Machiavelli ha quedado definitivamente atrás. Él no trata de corregir la concepción cristiana del hombre bueno, ni mucho menos dice que los santos no son santos, o que ese “honorable” comportamiento no es honorable o no tiene que ser admirado por algunos devotos creyentes del más allá; se limita a afirmar que ese tipo de bondad, ese modo pasivo de vivir, ese comportamiento resignado ante la suerte y que demuestra fortaleza sólo para soportar el sufrimiento, jamás podrá generar el temple para crear y mantener una sociedad fuerte, segura y vigorosa.





La autonomía de la política, como una categoría separada del mundo de los espíritus, existe y tiene sus propias leyes, que son incompatibles con las construcciones morales hechas a la medida para santos, predicadores, sacerdotes, evangelizadores o para cualquiera que sueñe con el edén aquí en la Tierra. Cualquier persona que niegue esto, vivirá disociada, al margen de la realidad y será un valioso colaborador de déspotas y tiranos, cuya mejor clientela son, sin duda, los soñadores.

Su obra siempre fue y seguirá siendo vigente justamente por ese cambio tan radical que generó su pensamiento; surge de él una visión realista de la  política, que dejará al descubierto toda utopía en la construcción política de modelos de ordenamiento.

Machiavelli es indudablemente quien entierra al fatalismo, a la resignación y a la poca confianza en sí mismo del hombre medieval, abriéndole las puertas a una nueva época de libertad individual y dignidad, alcanzada a través del honor y de una alta reputación.

La religión cristiana se había encargado de glorificar a hombres humildes y resignados ante su fatum, fomentando el desprecio por todo aquello que energiza al hombre haciéndolos fuertes, sanos y vigorosos. Ante esos hombres, prisioneros y paralizados por temores supersticiosos y por una férrea autocensura de aquella sociedad inquisidora y retrógrada, que vegetaban a la merced de la fortuna, el florentino hace resurgir a la virtú; entendida ésta como aquella capacidad humana que por el empuje de su voluntad, alcanza el éxito a través de la lucha, el esfuerzo, la audacia y el valor. En esta contraposición se centra el inicio de la ruptura principal entre una concepción de vida que espera la muerte, típica del hombre medieval, y una nueva forma de concebir la existencia basada en el hecho de poder modificar los acontecimientos futuros mediante una conducta propia del sujeto. El hombre virtuoso transforma su destino con osadía y revierte la fortuna a su favor.

Los estudiantes, en suma, deben considerar que las raíces de un hombre que abandona las tinieblas de la superstición, que supera el temor de lo inexplicable, que adquiere fe en sí mismo, que busca la fuerza en su interior, un hombre como sujeto en su entorno y ya no como objeto, un hombre que acciona y modifica sin permitir ser accionado, nace de este cambio radical que se gesta en el Renacimiento italiano, período de gloria por la resurrección del hombre. La médula de los aportes de Machiavelli es ésta, y partiendo de allí es que podemos construir la política futura.

Edgardo Ricciuti