Pensó Maduro que identificarse con “El Pollo” Carvajal al extremo de amenazar al gobierno de Holanda para que no aceptara la petición de extradición de Estados Unidos, era una cuestión de “machismo revolución” y no previó los costos que en términos políticos y económicos le podía significar su tremendura. Y es que, interferir de la manera en que lo hizo en una decisión de la justicia norteamericana, lo retrató como cómplice de narcos y terroristas y ahí si puede decirse que quemó las naves en el respeto de aquella advertencia que le gustaba repetir a los romanos: la mujer del César no solo debe ser honesta, sino que debe parecerlo.
Maduro, entonces, obligó a mover contra él a las pocas piezas que le quedaban en el Ejecutivo estadounidense, y ayer vimos cómo el Departamento de Estado, no esperó por la aprobación en el Senado de la resolución de la Cámara de Representantes que aplica sanciones a un grupo de funcionarios del gobierno del sucesor de Chávez “por violaciones de los derechos humanos”, y anunció su propia resolución y una lista que conoceremos en pocos días.
¿Cómo se operó en días –o más bien en horas- un cambio que deja al gobierno madurista sin aliento, ni capacidad de respuesta?
Bueno por jugar “a lo macho”, “a lo revolucionario” con un valor o principio que para toda sociedad democrática es sagrado.
Hablamos de la justicia que debe respetarse, aceptarse admitiendo la buena fe de jueces independientes al margen de sospechas de concusión o parcialidad y plegados a la voluntad de otros poderes.
Que puede que no existan o sean burlados en Venezuela, pero que cuando se manifiestan en países donde existe el estado derecho, o se respetan o el que las violenta se expone a duras, a inapelables sanciones.