Pedro Castro: La antipolítica como el centro de la política

thumbnailpedrocastroHace mucho tiempo, en nuestro país, la anti política se convirtió en el centro de la política. Este extravío se ha producido en todos los sectores, tanto en oficialistas, como de oposición.

Pero este fenómeno se hizo mucho más grave a partir del momento en que la política se convirtió en el capital de un sólo líder, y dejo de ser una praxis institucional de ordenamiento de la sociedad para proveer un orden de vida civilizado.

En el oficialismo, este extravío se produjo por las obvias razones de que estos llegaron a creer que la política era el capital del “magnifico” que él podía manejar a su antojo y que la institucionalidad del país era una especie de goma moldeable que contaba poco. Aunque lo peor fue, que llegaron a creer además que esta elasticidad del simulacro institucional sólo podía estar en función de los intereses del líder: ni siquiera del proceso, porque el proceso era Chávez y su permanencia en el poder. Por eso, el hijo del “supremo” cree que él es el administrador del capital heredado y que poco importa el sistema institucional del país, siempre que pueda administrar consignas: “Chávez vive la patria…”





La oposición también perdió el camino de la política hace tiempo y no sólo por su rechazo a los partidos políticos y su amplio rechazo a los esfuerzos que hacen vastos sectores descontentos con las distintas estrategias para enfrentar el régimen chavista. Y en este sentido, la cuestión es más grave dentro de los sectores opositores.

En los partidos, grupos y opinadores, que se enfrentan al chavismo – los vemos a diario en las discusiones, artículos y documentos- la política ha sido sustituida por la cuestión social, económica, gerencial o por el juicio moral. Los distintos líderes creen que el secreto de la política es hallar la fórmula para resolver la cuestión social. Todo lo reducen a cómo elaborar un discurso social que seduzca a la ciudadanía, sobre todo a los más pobres. Esto por supuesto, ha colocado a los partidos (y otros sectores) a competir con el chavismo. Con lo cual han reducido el esfuerzo político al ejercicio de cómo lograr hacer creíbles el discurso, no por nuestro ejercicio de la política, sino por alcanzar la taumaturgia de resolver los problemas directamente, sin darles tantos rodeos: misiones, tarjetas mi negra, subsidios ingeniosos.

Esto supone, para el liderazgo, asumir la misma premisa del “gigante”, de que la pobreza existe porque alguien le robo al pobre algo que le pertenecía por derecho (con el agravante de que hasta el hiperuránico sabía que eso era pura propaganda).

De igual manera, se insiste en que la solución no es política sino económica, o peor aún gerencial ¡Aquí lo que hace falta es un gerente! –antes, en los 90, lo que hacía falta que ironía miren ustedes era un militar-.  Basta con formular y ejecutar un programa económico viable de acuerdo con las leyes de la economía moderna. Lo que olvidamos es que las llamadas leyes de la economía no son más que arreglos políticos institucionales construidos a partir de consensos (o no) sociales y no leyes naturales al margen de la institucionalidad.

El gran filosofo Kant, planteo que los hombres debíamos construir sociedades en donde pudieran convivir diablos, con lo que el asunto de la corrupción moral y de su control pasa también por el fortalecimiento institucional y no por destilar el hombre político químicamente puro e incorruptible.

La verdad, es la que siempre ha sido formulada por los sectores democráticos exitosos de occidente, que la pobreza y la corrupción se apoderan de una sociedad cuando las instituciones son débiles o inexistentes.

Un partido político y me refiero a los de oposición, que sustituya la política por la cuestión social, económica o moral, aunque suene duro, está en la anti política. Un partido político hace política cuando produce un discurso que promueve las instituciones que resolverán los problemas de la sociedad. Cuando construye mediaciones –significantes socio-simbólicos- que permitan el éxito de una política social y económica. No al revés, creyendo que sin construir instituciones se podrá tener éxito con la política económica y social.

Durante al menos los tres primeros lustro después del año 58, se logro crear una institucionalidad que impulso al país a niveles significativos de desarrollo, sacar de la pobreza a un importante porcentaje de venezolanos, lo que fortaleció su clase media a partir de los grupos profesionales y de trabajadores que se incorporaron a la vida política. De igual manera durante este período la corrupción y los corruptos fueron un fenómeno marginal en la vida social, porque los partidos políticos mantuvieron controles significativos en su vida interna y en el ejercicio del poder.

La verdad es que si queremos construir un país desarrollado y  sin pobreza debemos recuperar el sentido de la política como una praxis institucional de ordenamiento de las formas de vivir de manera compartida y solidaria. Si queremos eliminar la corrupción debemos construir instituciones sólidas donde el hombre fuerte deje de ser necesario y por ende  las prácticas ilícitas queden minimizadas o excluidas.