Gustavo Tovar Arroyo: El partido de los pajizos

Gustavo Tovar Arroyo: El partido de los pajizos

thumbnailgustavotovararroyoLa entraña que habla

Este artículo será escrito desde la entraña. Es un grito en medio de la devastación y una convocatoria. Puede que traiga consecuencias negativas en el seno de la oposición, pero el riesgo es necesario. Las consecuencias de no escribirlo, de no ventilarlo, pese al estilo, serían infinitamente peores.

El país se nos desbarata y pervierte, y nadie, o muy pocos, se oponen. Si no repudiamos y enfrentamos a la autocracia como siempre se ha hecho: viéndola al rostro, desafíandola y luchando contra ella en todos los escenarios (protestas, movilizaciones, elecciones, desconocimiento civil) las expectativas de democracia, libertad y de justicia estarán perdidas.





Así que escribiré y esperaré con entusiasmo las críticas, son urgentes ante tanto acomodo y languidez.

 

La historia nos absolverá

Estoy seguro que la historia nos absolverá o, al menos, mostrará que algunos nos atrevimos a escribir desde la asfixia -inconformes, indignados, exasperados- ante la podredumbre madurista, que todo infecta y fermenta.

Mostrará, la historia, que no todos los venezolanos le dimos la mano a la perfidia, ni le hincamos la rodilla al cinismo, mostrará que no todos “dialogamos” nuestros principios con los verdugos del país, mostrará que le enseñamos los dientes y hasta mordimos (con nuestra crítica) a quienes dejaron caer la guillotina sobre Venezuela y contra quienes permanecieron impávidos y ajenos mientras eso ocurría.

La historia nos absolverá porque verificará que algunos arrostramos, vociferamos y  combatimos con descaro y sin amaneramientos la peste chavista; verificará que no todos permanecimos complacientes (¿cómplices?) ante la vejación.

Mostrará como algunos intentaron emular a un pueblo que algún día recibió la gloria por ser bravo y no pajizo (amarillento). ¿O acaso el himno nacional -sí “nacional”- canta: “Gloria al pajizo pueblo que con el yugo dialogó”?

No, el canto no es ése, es otro muy diferente.

Muy diferente.

 

Las cualidades de la paja

Antes de herir sensibilidades deseo retratar las cualidades de la paja a las que me refiero en esta entrega. Espero atajar temprano posibles suspicacias (¿será que sí las tiene?). Igual sigo.

La paja, como sabemos, es un filamento vegetal muy delgado, doblegable e insignificante que, una vez perdida su vitalidad y fuerza, una vez que se seca y languidece, se torna amarillenta.

Para los venezolanos la palabra “paja” tiene un sentido procaz que identifica a personas que recurren permanentemente al onanismo (la masturbación, disculpen el rebuscamiento semántico) y se les nota desganados, alelados y lentos: agüevoneados.

En este suelto, pese a que lo escribo desde la entraña, no le doy esa connotación insolente a la palabra (¿o sí?), libéreme Dios de semejante blasfemia. Me persigno para redimirme de pecado.

La cualidad que rescato de la paja en este suelto es la del filamento doblegable, que perdió su fuerza y vitalidad y se tornó amarillento. Digamos que es una cuestión de estilo, mi estilo.

¿O no?

 

El partido de los pajizos (amarillos)

Me justifico y excuso señalando que lo pajizo no es por desganados, alelados o lentos (por onanistas), no, lo pajizo es por su insignificancia, por la pérdida de vitalidad, por la delgadez (moral), por lo doblegables, pero sobre todo por su languidecimiento amarillento frente a la dictadura.

Por cierto, ¿será por casualidad que las siglas “p” y “j” se inmiscuyen en la metáfora?

No me odien ni detesten, no me insulten tampoco, es más fácil sacudirse el término que contravenirme. Mucho más fácil.

Además, créanme, no soy yo el único que lo expone, un creciente pensamiento crítico lo vocifera, sobre todo por la nimiedad amarillenta, por la delgadez (moral), desvergüenza y “paja loca” de llamar a los estudiantes violentos cuando todos sabemos que los únicos violentos han sido y son los chavistas. Ya da náusea la cantidad de veces que lo repiten como para justificar las atrocidades barbáricas del madurismo.

Protestar es reivindicar y desafiar; protestar personifica masivamente y a un tiempo las palabras dignidad y coraje.

Protestar revitaliza y dinamiza una sociedad, la aviva. Quien protesta no es un violento, todo lo contrario, quien protesta lanza el yugo con virtud y honor, es un bravo que gana su gloria como pueblo.

No se presten a la infamia. Ustedes no son ni jamás han sido producto de la perfidia, ustedes no son guayabas: amarillos por fuera y rojos por dentro.

Ustedes son hijos y padres de un enorme sueño de justicia. Así se les reconoce y admira. Háganlo realidad, deslástrense de lo pajizo y reivindiquen su raíz, sean los radicales de lo justo.

Lo primero es la justicia que es un valor, no un color.

 

¡Vuelvan!

Vuelvan a ser el partido de lo justicieros, de los recios transformadores sociales y de los esmerados sembradores de nuevas realidades políticas. Vuelvan a la plenitud y al desafío, a la visión y al sueño de justicia y libertad.

Vuelvan a ser una organización sin colores pero de principios, que inspiró tanto y a tantos. Vuelvan a descollar como los jóvenes soñadores de la democracia y el virtuosismo, como los admirados reinventores de la palabra política en el amanecer del siglo.

Vuelvan a dictar cátedra con honor contra la dictadura del deshonor.

Pero vuelvan, por favor, los necesitamos. La historia nos absolverá a todos, no hay duda. Pero vuelvan. Unidos somos más bravos, somos más pueblo.

Un himno nos marca la ruta de la gloria. Gritemos con brío ¡muera la opresión! Y recuerden siempre, compatriotas fieles: la fuerza es la unión.

¡Vuelvan!