Leopoldo Fontana: Desde afuera

thumbnailleopoldofontanaComo prometido, heme aquí de nuevo después  de un “taima” de dos semanas.

Si vemos una pintura a dos centímetros de ella, lo que percibimos es una mancha indefinida. Pero si nos alejamos, la vemos  completa.

¿Se acuerdan cuando decíamos, hace quince años, que si a una rana la metían en agua hirviendo se sancochaba, pero si la ponían en agua fría para irla calentando, se adaptaba?





Este “taima” me hizo ver desde afuera varias cosas. Primero que nos hemos ido adaptando a esta cosa con “m” en que nos han convertido el país. Y eso se hizo evidente cuando nos enfrentamos a los supermercados llenos de todos, y los más diversos productos. Las farmacias en que no faltan las medicinas. Afortunadamente no tuvimos que comprobar la eficiencia de las clínicas. Las casas tenían de vidrio las puertas de entrada, y las ventanas sin rejas. Se caminaba de día y de noche sin mirar para atrás.

Y algo tristísimo: ¡ver a tantos venezolanos con la nostalgia infinita del país que los botó, porque tenían el futuro vedado! Pero también las posiciones directivas que ocupan hoy los profesionales que hacían de Pedevesa una de las mejores empresas del mundo, cuando  era de Venezuela. ¡Y no “del pueblo”! Para citar ese ejemplo. Hay otro: el rector de M.I.T. (Massachusetts Institute of Technology), una de las primeras universidades del orbe, ¡es VENEZOLANO!   Esta sangría de talentos es una de las tragedias más grandes que nos agobian. Porque los venezolanos siempre habíamos viajado, pero nunca emigrado.  Hay más de dos millones de nosotros fuera. ¡Y no por gusto!

Después de quince años, y los mayores ingresos petroleros de nuestra historia ¿cómo estamos?  Citemos a Chávez, al  que le fascinaban tanto  las frases rimbombantes: “¡el que tenga ojos que vea!

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