Gonzalo Himiob Santomé: Un mejor destino

Gonzalo Himiob Santomé: Un mejor destino

thumbnailgonzalohimiobConfieso haber sido de los millones de venezolanos que se mantuvieron pegados a sus televisores o a la radio el pasado miércoles, a la espera del discurso de Maduro. No tanto porque anticipara alguna sorpresa, ni mucho menos soluciones concretas a nuestros problemas, sino porque de lo que diría, pero además de lo que no diría, podríamos evaluar cuál sería el destino inmediato de nuestra nación. En ese sentido, no nos dejó con los crespos hechos. Ya sabemos qué nos espera.

Más allá de la perorata, aburrida ya, sobre los imaginarios escenarios de “guerra económica”, de los delirios sobre conspiraciones internas y externas y del ya patético “yonofuismo” al que nos tiene acostumbrados la “revolución bonita” desde hace ya más de tres lustros, del discurso de Maduro pudimos extraer varias conclusiones importantes. Podemos separarlas de acuerdo a dos criterios: el que se refiere a lo que dijo y reflejó en sus palabras, y el que abarca lo que no dijo, aquello sobre lo cual, sencillamente, guardó silencio.

Sobre las segundas, sobre aquello que no dijo, hay mucho que elaborar. No mencionó, por ejemplo, ni una sola vez al grave problema de inseguridad que padecemos todos los venezolanos. Ni una sola palabra soltó, como si eso no fuese de su incumbencia o como si no fuese su responsabilidad, sobre el lamentable balance de casi 25.000 fallecidos a manos de la violencia en el 2014. Tampoco dijo “ni pío”, y eso que se supone que le hablan los pajaritos, sobre las estadísticas oficiales que reflejan un índice de impunidad generalizada que supera el 90%. Es un juego perverso, doloroso y hasta ofensivo. Es jugar a que el problema no existe si no se verbaliza, si no se habla de él. Es callar y maromear sobre la tumbas de miles de personas que allí seguirán esperando que el poder comprenda que su primer deber es el de garantizar la vida del pueblo, que eso no lo digo yo, sino nuestra Carta Magna (sí, la “bolivariana”) y que es el momento de aceptar que el gobierno no ha sabido siquiera administrar, en materia de seguridad, su estruendoso fracaso, uno que suena a balacera, a llanto, a soledades.





Tampoco lo dijo expresamente, pero quedó muy claro que para Maduro no existen más víctimas de crímenes y de violaciones a los DDHH que las que estén de su lado. Allí estuvo la madre de Robert Serra, que fue vilmente asesinado, pero las puertas de la AN y de los órganos de la administración de justicia siguen cerradas para las madres y los demás familiares de Bassil Da Costa, Juancho Montoya, Geraldine Moreno, Génesis Carmona, Adriana Urquiola, Mariana Ceballos, Argenis Hernández, Jesse Acosta, Guillermo Sánchez, Roberto Redman, José Alejandro Márquez, Asdrúbal Rodríguez, José Amarís, Ácner López, Giovanni Pantoja, José Guillén, Johan Quintero, Willmer Carballo, Arturo Martínez, Doris Lobo, Jesús Labrador, Giselle Rubilar, José E. Méndez, Jimmy Vargas, Danny Melgarejo, Luis Gutiérrez, Wilfredo Rey, Josué Farías, ni los de los demás fallecidos el año pasado en el contexto de las protestas. Tampoco hubo espacio para los torturados y lesionados por los cuerpos de seguridad del Estado, ni para los detenidos injustamente por cometer el “grave pecado” de haber alzado su voz. Estos, sencillamente, representan una verdad incómoda sobre la cual es mejor, para Maduro, no hablar. No existen. En todo caso, si se hace mención de ellos, es para consolidar la mentira oficial sobre los graves acontecimientos de los últimos meses. Esa es, para el gobierno, su única utilidad.

Arremetió Maduro contra los distribuidores y mayoristas de los productos que hoy, a todas luces, escasean en Venezuela, pero no mencionó ni un solo avance en su gestión dirigido a garantizar la producción nacional, ni mucho menos tuvo el coraje de asumir que su mentor, Chávez, se había equivocado de plano en la ejecución de sus políticas confiscatorias “socialistas”. De eso tampoco se rindió cuentas. De las empresas destruidas por la voracidad del Estado no se habla, pero son manchas que no se quitan. No mostró ni una sola obra de importancia, y en cuanto a la infraestructura solo habló de lo que va, supuestamente, a hacer, no de lo que a estas alturas debería estar hecho. Habló de la supuesta disminución de las tasas de desempleo nacional, pero no dijo que la trampa está en que a quienes pierden sus empleos formales, que son forzados a dedicarse a la economía informal, sus estadísticas chucutas los consideran como “trabajadores”.

Del mercado cambiario no dijo nada que no estuviera ya previsto en las normas vigentes desde el año pasado. Las modalidades de adquisición de divisas propuestas no son novedad, lo que ha faltado es terminar de regularlas, que no se ha hecho. Aunque dijo que tenía claro que el control de cambios debe ser, por su costosa naturaleza, temporal, no explicó entonces por qué en nuestro país ya tenemos once años limitados por éste ni tuvo el coraje de asumir que hay que desmontarlo. Lo único que puede concluirse de sus “anuncios” sobre este tema es que las mafias privilegiadas de enchufados seguirán, como hasta ahora, recibiendo dólares “mango bajito” para luego disponer de ellos como si fuesen trufas blancas del Piamonte italiano; pero ni siquiera para estos arteros hubo buenas nuevas, pues al final del día solo se puede vender lo que se consigue, y la caída de los precios del petróleo, principal fuente de las divisas que recibe Venezuela, continuará limitando la oferta de las mismas. La “torta” a repartir entre estos aviesos será mucho más pequeña, y no hay manera de hacerla rendir más. Tampoco le escuché asumiendo la responsabilidad, ni pidiendo excusas, por los innumerables abusos que de la mano de la Ley Contra los Ilícitos Cambiarios, se ejecutaron contra los operadores de casas de bolsa y cambiarias que existían en el país, llevando a muchos ellos, por mero capricho y ceguera del ausente, a la cárcel por hacer antes lo que ahora se promueve como una “solución”.

De lo que sí dijo Maduro queda claro que lo que sí viene es el aumento de la gasolina, que no nos quepa duda. Por supuesto, como sabe y reconoce que tiene “al 150% del país” en contra, no se atreve Maduro a implementarlo de una vez. Escurre el bulto “abriendo el debate”, según dijo, sobre el tema, lo que no es más que lanzar un globo exploratorio que mida el impacto que dicha medida tendrá en la población antes de largar el sablazo ¿Es necesaria la medida? Ciertamente, pero todos sabemos por sí misma no solucionará ninguno de los problemas económicos de nuestra nación. También vendrá un aumento adelantado del salario mínimo de un 15%, pero no explicó cómo ese porcentaje servirá para contrarrestar los efectos de una inflación que, según las cifras oficiales, superó el año pasado el 60%, ni dijo de dónde saldrá el dinero para asumir esa carga. Las cuentas no dan.

En fin, tras el discurso de Maduro mi conclusión es que Venezuela, es hora de que lo asumamos todos, merece un mejor destino en mejores manos ¿Dios proveerá?