Orlando Viera-Blanco: Una carta para mí… 33 años más tarde

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Apreciado Orlando. Os escribo -errante- desde un lugar donde reina la paz y la tolerancia. Por un deseo concedido, he pedido escribirte a ti -que soy yo- a tus 17 años. He elegido esta edad porque 33 años más tarde, me he dado cuenta que fue una de las edades más esplendorosas de tu vida (por ahora). Para ir atrás en el tiempo me han puesto como condición no anticipar eventos. Solo sugerir. Y con el aprecio que os preservo y deseando que jamáis os marchéis de Venezuela, os cuento…No puedo cambiar vuestro destino, pero sí me permiten mejorarlo… A los 17 conocisteis tu único amor, al tiempo que casi perdías la vida en un accidente. Es esa hermosa quinceañera que os visitaba a escondidas en tu convalecencia. Valórala incansablemente. Su discreción y ternura no guardan relación con la inmensidad de su lealtad, inteligencia y disposición de amar. Juzgarla por su silencio es inadecuado, porque su prudencia es virtud que siempre debéis adoptar… A los 17 comenzaste a trabajar. Agradece y recuerda siempre a esos “patronos”, y en lo posible evita sociedad. Pero si la tenéis, entonces consérvala, más por la amistad con tus socios que por el dinero (los venezolanos solo repartimos bien, lo público). En todo caso ten presente que los grandes proyectos de vida se logran con tu único liderazgo. Todo aquél que se mantenga a tu lado en momentos duros, concédele especial consideración. Los amigos os frecuentan en las buenas y en las malas. Son quienes dicen lo que queréis oír y lo que no. Y si enfermo o derrotado siguen ahí, jamás los apartéis porque quien es modesto y solidario desde joven, será aliado incondicional en la vejez… A los 17 iniciasteis la Universidad. Ese mismo año palpaste la pobreza. Como estudiante de Derecho asimilabas la trascendencia de la justicia. Pero como colaborador en los barrios del Padre Olaso, fuiste testigo de la inclemencia de la injusticia. No la olvides. Comenta cada experiencia en esas barriadas, como cuando quedaste paralizado al ver embarazada a una niña de 12 años de su propio padre, o cómo al llegar al tope del barrio Mamera -ataviado de un buen abrigo- el frío se colaba por tus huesos, por lo que cuán helados debían estar aquellos que dormían sobre trozos de cartón y cubiertos -a medias- con desechos de sábanas. No te allanes de ese sufrimiento. Y no pares de escribirlo, hasta cifrar un libro o dos o diez. Tampoco compenses a los pobres con dádivas. Invita aliviar su dolor, tanto el del  frío, la barbarie o la soledad como el de la indiferencia, el abandono y el olvido. En esos antivalores está l’état de la question (aprende idiomas); el mar de fondo, el ser o no ser…?

A los 17 habéis conocido la devaluación y una crisis-país interminable. Toma buena nota de ese evento. La corrupción y otras tantas transgresiones constitucionales que estudiarás en tu querida UCAB, no se aprecian en libros que no registran las variables AD y Copei. Pero no hablo mal de ellos. Al contrario. Involúcrate más con la política y con movimientos comunitarios. No faltes a vuestros partidos de beisbol, pero funda un partido o haz vida en él, haciendo de lo público un compromiso tan serio, como vuestra pasión por la pelota. Privilegia al otro más que a ti mismo y conocerás las bondades de la humildad y la gratitud. De la arrogancia y el egoísmo solo obtendrás rechazo e ingratitud (de pronto merecido). De la banalidad, simpleza. Revalúa tu vida cada día, demostrando que la gente os importa más, que cambiar de carro, corbata o ir a Choroní. Sube más Sabas Nieves, tanto por tu salud como por su belleza. ¡Y cuida el Ávila! No conocerás montaña -amén de recorrer mundo- más espectacular… A los 17 conocisteis un gran amigo mayor. Consérvalo. De él aprende lo bueno. No le juzguéis. Trátalo con respeto, paciencia y afecto. Será él quien después aprenderá de ti. La vida no es un bate y una pelota. Pero sí es fugaz como jugar 9 innings. Entonces disfruta cada sencillo instante y se feliz. Mucho más por lo que des que por lo que recibas. Más recordarás una “especial” en un fogón, que una cena en Le Coq D’or. Y por cada disgusto que evites, anotarás una carrera…

En vuestra madurez -que es la mía- vivirás en un país sano si das los buenos días, compartes tu educación y restas vulnerabilidad a quienes están en la miseria… Y me escapo del protocolo de no anticipar (ni guardamos secretos ni cumplimos reglas): tendrás cuatro irrepetibles hijos. Dos tan bellas como sus abuelas y su mamá, y unos morochos tan fuertes y cabezones como sus abuelos. Para legarles un país, recompénsales con la misma generosidad que os criaron e inculca los deberes que os sembraron. No te dejes arrebatar tus sueños y tus principios. De lo contrario oirás decir “No hay comida, pero tenemos patria”. Y eso no es verdad. Espero que a mi edad sigas en el país, porque sí tenéis esa suerte, la mía habrá mejorado. Y desde este gélido rincón del mundo -que visitaste por primera vez a tus 17 primaveras- me resta pediros: ¡Jamás dejes de luchar por Venezuela! Entrañable abrazo.





Tu amigo, Orlando Viera-Blanco.

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