William Anseume: Límites a nuestra “vida”

William Anseume: Límites a nuestra “vida”

William Anseume Elaborar lo peor de este gobierno es impedir coto al pensamiento. Las bondades no aparecen casi ni con gigantesca lupa. Tal vez, algunas construccioncitas maquilladoras, para que creamos que el dinero, faltante o que si se tiene para muy poco alcanza, se invierte en obras no propiamente comestibles; sí visibles: un elevadito, un puentecito, un edificio arbitrariamente estorboso, en medio de recuerdos arquitectónicos de bienestar, de lejanas bellezas objetivas de cemento y cabillas en onda vertical.

Sin duda, lo peor de todo este ejercicio gubernamental ha sido su deliberado propósito de limitarnos la vida, en todo. Entrometérsenos hasta en la intimidad más absoluta, casi ósea. Este no dejarnos vivir. Esto puede convertirse, y se convierte, de hecho, en matarnos, de un modo directo o indirecto, más o menos perceptible.

La carencia de preservativos, impedimento rotundo al sexo liberador es limitante hasta a la salud a la que tenemos derecho constitucional. No podernos bañar cuando queremos, un límite tal vez baladí, pero importante en nuestra cultura de higiene permanente, de salir olorosos y atractivos o cuando menos así intentarlo. La fastidiosísima y costosísima “ley seca” vacacional, casi permanente por los precios inverosímiles del licor, ese que nos vuelve más expresivos y decidores de verdades, guardadas o repetidas. La carencia de dinero o, peor, el tenerlo sin poder comprar juntando el real y medio para la vaca de la cantinela.





El límite más significativo lo estable la represión impuesta en todos lados y a diario. Ese ver a la Guardia Nacional regada no para cumplir funciones de vigilancia policial sino expectante a ver quien tiene dos “lochas”, una moto, un carro, para poner en marcha sus estrategias represivas más evidentes y esquilmar un billete, varios, porque uno nada es.

La represión de no poder protestar siquiera porque vamos presos, o enviar un tuit desde la protección hogareña, esos tuits riesgosos de altanera prisión. No digamos de sacar un cartel o una pancarta que dé cuenta de alguna posición ante algo.

Tenemos amigos que no hablan aterrorizados de hacerlo, que no escriben por miedo; se recogen en sus casas amuralladas, entre rejas, a veces electrificadas, morrocoyas modernas de dos extremidades andantes, sin esa larga vida de galápago asustadizo. Morrocoyes que no abren el caparazón caracólico de sus casas, por miedo. Tememos la persecución delincuencial y también la policial o militar. Es el mundo de los límites mortales. Un miedo impuesto a través de un régimen aliado con el crimen desde sus orígenes (del régimen, digo).

Nos limitan a diario la vida que pretendemos vivir y aún nos damos en llamar rumbosos seres vivos, como si así fuera esta mentira del vivir así. Y, sin posibilidad alguna, siquiera, de viveza, ya, por supuesto. La morgue habla, sin miedo, de cientos de muertos semanales. Como si nada, en esta piel insensible, acostumbrados como estamos a cifras bochornosas.

Como canta Mecano en uno de sus temas, manifestadores, como son, de estas nuestras  absurdidades: este cementerio, ciertamente, no es cualquiera cosa.

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