Norberto José Olivar: Mirla Castellanos y el fin de los tiempos

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Andaba leyendo la entrada escrita por Gloria Regonini, sobre el estado de bienestar, para el Diccionario de política de Bobbio, cuando mi hermana se apareció con boletos para un concierto, en íntimo, de la señora Mirla Castellanos. Me dio cierto remordimiento abandonar a la Regonini para irme con la Castellanos, pero a mi hermana es difícil contravenirla, así que mi esposa y yo nos embarcamos, a la buena de Dios, en esa rara e inesperada aventura.

Vamos directo al grano: la señora Castellanos entró al pequeño salón con una enorme sonrisa, un impresionante vestido rojo y un derroche de elegancia y coquetería que arrebató la atención de la audiencia.No recuerdo ahora cuál de sus éxitos fue el primero en despachar esa noche, porque yo estaba concentrado en un plato de pollo frito que era como comer un libro de ciencia ficción de George White. Aunque estaba satisfecho, pensé que aquel pollo no era más que un holograma. Entonces sí comencé a prestar atención a la señora Castellanos. Sus movimientos me hicieron recordar, de inmediato, al Sábado Sensacional de Amador Bendayán, pero había en el aire un misterioso tufo a decadencia que no provenía de la señora Castellano, propiamente, sino de lo que ella nos hacía mirar por una especie de portal en el tiempo.





Confieso que no pude descifrar aquella nube de decadencia que luego imaginé sobre mi cabeza, como una lengua de fuego. Quizás se trataba de alguna clase de tormento por abandonar a la Regonini. O puede que solo fuera nostalgia de mi infancia. Comenzaba a irritarme aquella ceguera metafísica.Tampoco era añoranza por el pasado, la señora Castellanos se burlaba de él y de ella, más bien. Pensé que la molestia podía emanar de cierta angustia por la discontinuidad de lo que veníamos siendo y que se había perdido en una realidad paralela. Me venía a la mente la inefable expansión del universo. ¿En qué momento comenzó este Big Freeze republicano? Pero esta muerte térmica de nuestro particular universo no es solo político, cuando la señora Castellanos interpretó su versión de La noche de chicago, yo sentí una empatía trágica que terminó por embrollarme aún más.

 

II

La señora Castellanos bajó del escenario cuando interpretaba A mis amigos. Caminó entre las mesas y llegó hasta la nuestra, justo cuando la estrofa decía “un barco frágil de papel”. Por suerte no me miró a los ojos. Si lo hubiera hecho habría tenido la certeza de que sabía de mi zozobra metafísica. Y de que ella, además, era una femme fatal. Pero ni siquiera me notó y ese vacío que brotó allí, como un agujero negro, me hizo pensar en una cita que Houellebecq hace en su terrorífico libro, Sumisión, del gran Arnold Joseph Toynbee y de su idea, no menos aterradora, de que las sociedades no mueren asesinadas sino que se suicidan. Pensando esto y la señora Castellanos que dice que ahora va a cantarle a Venezuela, pero no a esta, sino a la otra. Esas palabras me confirmaron que en ese pequeño auditorio estábamos todos muertos. Probablemente fuimos una edición tardía de la Dimensión desconocida o la comprobación, irrefutable, de que toda felicidad es burguesa y efímera. En fin, para cerciorarme, en casa revisé El último festejo de Arlequín, de Thomas Ligotti, porque recordaba haber leído una frase terrible: “la muerte siempre sobrevive”, pero en realidad decía “la muerte siempre sobreviene”. Yo sentía que aquellas líneas, la equivocada o la que era, me revelaban el sentido de esa noche extraña. Contenían su esencia. Y no sé si la melancolía suicida de Mirocaw, el pueblo que describe Ligotti en esa historia, nos iba de fábula, metáfora o moraleja. Tampoco sé si el payaso protagonista de aquellos festejos era una especie de burla. Como sea, luego entendí que no había respuesta, solo una sensación confusa e indescriptible. Estaba en medio de eso que se llama la oscuridad de lo grotesco. Lo mejor era regresar a Gloria Regonini, a su reconfortante entrada sobre el estado de bienestar, y a la tranquilidad que suelen darnos los diccionarios con definiciones y taxonomías.