Manuel Malaver: Maduro: Primer apóstol del evangelio de San Donald Trump

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Si Donald Trump supiera que a cinco horas en jet de Nueva York y en una república bananera llamada “Bolivariana de Venezuela”, su presidente, Nicolás Maduro, se adelanta a hacer realidad el evangelio de “guerra eterna contra los inmigrantes y expulsión de los indocumentados”, pues dejaría de tener tan mala opinión de los latinos y es posible que hasta se anime a incorporar a Maduro como asesor de su campaña electoral.

Pero es difícil que el primer accionista del concurso “Miss Universo”, republicano, derechista, empresario y, lo que es peor, de origen anglosajón se entere de tales atrocidades, pues podría apostar que la mayoría de los medios que en Estados Unidos y en el mundo han armado tan justificada gritería por sus bestialidades racistas, en lo que toca a Maduro, no es solo que serán absolutamente laxos en el tratamiento de su psicopatía, sino que hasta la bypasearían.





No hablemos de los llamados gobiernos “democráticos” que, si hasta ahora juzgan pecados veniales que Trump amenace con el calvario y la crucifixión a los “inmigrantes e “indocumentados” mexicanos, en caso de que cumpla su promesa, como en el de Maduro, voltearán la cara, y seguirán considerando a uno y otro como irreprochables demócratas.

Pero es que, ni siquiera las multilaterales, parapetos o mamotretos sigladas ONU, OEA, Unasur o Mercosur, dotadas de pomposos instrumentos jurídicos llamados “cartas”, “manifiestos”, o “documentos” de defensa de la democracia y los derechos humanos se dan por aludidas, y así los criminales y genocidas, sean o no miembros de la “organización”, pueden continuar sin interrupción.

Porque, algo decisivo debe aprender Donald Trump -y también quienes en el contexto de futuras campañas electorales correrán a imitarlo-, y es que, una cosa es ser racista, genocida, y violador de los derechos humanos de prisioneros, inmigrantes e indocumentado desde la perspectiva de los eternamente odiados capitalistas e imperialistas yanquis y europeos, y otra cosa es, si las atrocidades se cometen desde los paraísos del “Buen Salvaje” que aun persisten en América Latina, Asía y África.

Hay, por supuesto, excepciones y es si el dictador latinoamericano, africano o asiático es de derecha, capitalista y aliado del Imperio en sus versiones gringa o europea, porque entonces, si será acusado, perseguido y condenado, pero no tanto por su naturaleza criminal, monstruosa y atroz, sino por su ideología.

Los latinoamericanos tenemos a mano las páginas del expediente de esta intragable hipocresía, en los casos de las dictaduras militares de derecha que plagaron el Cono Sur durante los finales de los 70 y mediados de los 80, hasta ahora vindictados y abominados por sus asesinatos, torturas y desapariciones de civiles inocentes, en tanto otros dictadores, los comunistas cubanos, Fidel y Raúl Castro, no solo son tolerados, sino hasta celebrados.

Por ahí andan las ánimas en pena, los fantasmas y las miasmas de Videla, Pinochet, Stroessner, Banzer, Geisel y Joao Baptista Figuereido, perseguidas aun por las erinias de quienes sufrieron sus bestialidades, pero las momias de Fidel y Raúl Castro siguen vivitas y coleando, veneradas y aplaudidas, exactamente como si los derechos humanos de los luchadores por la democracia y la libertad tuvieran una calidad ínfima comparada a la de quienes se empeñan en destruirlas.

Preparándose para instaurar la primera dinastía conocida en la región después de la guerra de independencia librada contra el imperio español, pues se da por descontado que los hijos y nietos de los casi nonagenarios dictadores, continuarán sus reinados.

Como también lo harán Maduro, Ortega, Correa y Evo Morales si, los crímenes de lesa humanidad en los que diestramente se entrenan, les son permitidos y siguen avanzando.

En otras palabras que, pienso que la coincidencia de que el evangelio del derechista, Donald Trump, haya explotado mientras el izquierdista, Maduro, se adelantó ha implementarlo expulsando a “inmigrantes e indocumentados” colombianos del territorio venezolano, pone a prueba lo que, presuntamente, ha aprendido el subcontinente en materia de derechos humanos y si por primera vez se establece que los derechos humanos son universales, atributos de todos los hombres y mujeres y no pueden ser discriminados porque quiénes los violen sean Hitler o Stalin, Pinochet o Fidel Castro, Donald Trump o Maduro.

Las pruebas no pueden ser más contundentes si, minuto a minuto, seguimos las imágenes que, vía televisión por cable, páginas web, correos electrónicos, Smartphone, iPhone o tabletas ruedan sin cesar describiendo este Apocalipsis que, ya no rememora el Holocausto nazi, el Gulag soviético, o los campos de concentración y cárceles de Cuba y Corea del Norte, sino la deportación forzosa y en vivo y directo de miles de familias colombo-venezolanas, que, con sus niños, ancianos y escasos enseres son sacadas de sus hogares y lanzadas por trochas y a cruzar el río Táchira para que los abriguen del otro lado, del lado colombiano.

Antes, sus casas o ranchos fueron marcados con tiza o spray con una “D” de demolición, y para demostrar que no hablaban en vano, tan pronto se alejaban aparecían los buldozers que no dejaban piedra sobre piedra, cartón sobre cartón.

¿Sus delitos? Aun no se saben y quizá nunca se sabrán, porque, como los judíos, los rusos, los cubanos, o los nordcoreanos, no son individuos, ciudadanos o seres humanos, sino fichas, piezas, números de una supuesta conspiración que en la Alemania nazi era “racial”, en la Rusia de Stalin, Cuba y Corea del Norte “ideológica”, y en la Venezuela de Maduro de “contrabandistas, bachaqueros y acaparadores”.

O nada, porque si nos atenemos a las declaraciones de Maduro de que su expulsión es para que el gobierno de Colombia cierre las Casas de Cambio y no permita especulaciones del dólar y el peso contra bolívar, o prohíba el contrabando, o “se niegue a que nos sigan robando nuestra comida”, entonces, no hay otra causa que explique la crisis humanitaria de la frontera, sino por el uso de miles de ciudadanos colombo-venezolanos como “instrumentos de presión” o “chivos expiatorios”.

Pero eso si le damos alguna credibilidad a la tesis que esgrime Maduro para justificar los atropellos y no a la de organismos de inteligencia que opinan que se trata de una guerra entre carteles venezolanos de la droga, el “Cartel de los Soles” que controla el Ejército, y el de la Goajira que controla la Guardia Nacional, solapada por Maduro en esta feroz arremetida contra seres humanos que no tienen nada que ver con carteles, ni drogas.

E infinitamente pobres, si nos fijamos en sus vestimentas, lugares de habitación y enseres que cargan en hombros, carretas improvisadas, o lo que sea, para cruzar el río Táchira.

Pero, igualmente, podría ser que la crisis se cocinó en La Habana entre las FARC Raúl Castro y Maduro para abortar el “Acuerdo de Paz” que, presuntamente, estaba avanzando entre la organización guerrillera y el gobierno colombiano y ahora sufrirá un atraso del cual es difícil se vuelva a recuperar.

Por último, partidos de lo oposición venezolana, sostienen que Maduro fabricó la crisis para extenderla y profundizarla hasta diciembre y hacer imposible las elecciones parlamentarias que, según una última encuesta, perdería con el 80 por ciento de los votos.

Y la realidad es que, no una sino todas estas causas podrían estar en las motivaciones del madurismo para provocar y sostener la crisis, pues en su estrategia multifocal y serial, nada es más importante que abrir varios frentes de modo que, si se pierde uno, se gana otro y la sobrevivencia del modelo neototalitario puede ser precaria, de al borde del abismo, pero derrotada jamás.

Guerra asimétrica, en fin, la que no conoce reglas, ni vicios, ni crímenes que no puedan ser cometidos para alzarse con los genocidios que llaman “victorias”.