Las cañerías de la frontera de Venezuela huelen a gasolina

Las cañerías de la frontera de Venezuela huelen a gasolina

 REUTERS/Carlos Eduardo Ramirez
REUTERS/Carlos Eduardo Ramirez

 

El cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela ha causado varios problemas. Uno de los más extraños: cañerías que rebosan gasolina, publica La Nación.

De repente, empezó a oler a gasolina.





Y los vecinos de un sector de Ureña –uno de los seis municipios en estado de excepción en la frontera venezolana con Colombia, cerrada hace una semana– salieron de sus negocios y sus casas en busca del origen del hedor.
“Teníamos miedo de que eso se prendiera, imagínese, con este calor es muy fácil”, dijo uno de los comerciantes de la calle.Era una alcantarilla, por la que “rebosaba gasolina mezclada con desechos y ratas”, le dijeron varios de ellos a BBC Mundo.

Un viejo termómetro en su tienda marcaba los 31 grados centígrados.
Los bomberos destaparon la alcantarilla, pero un día después, cuando llegó BBC Mundo, el olor se mantenía; también esa inconfundible grasa multicolor que pintaba el agua que salía de la cloaca.Pare evitar arrestos y confiscaciones, algunos han tirado gasolina destinada al contrabando en las alcantarillas.

Los vecinos coinciden en que el origen de esa suerte de fuente de combustible era que la gente de los barrios “de arriba” estaba botando la gasolina por los inodoros, lavamanos y sifones de sus casas para deshacerse de ella.

“Toda mi casa huele a gasolina porque las cañerías están todas intoxicadas”, dijo, con acento colombiano, Yusnary Narváez, una habitante del sector.

A unas cuadras de la alcantarilla se veían decenas de recipientes para guardar gasolina –conocidos como pimpinas– que la gente al parecer botó después de regar el material inflamable.

“Y eso que la Guardia (Nacional) recogió como 200 pimpinas que habían botado ahí”, dijo Evaristo, un mecánico de la calle.

Acá el contrabando de combustible –que se compra en Venezuela a menos precio que un caramelo por litro y se vende en Colombia por cientos de veces más– es una forma de vida para cientos de personas.

Ahora las autoridades venezolanas, como parte de una polémica política para rehabilitar esta liada frontera, están allanando casas en busca de material de contrabando; no necesitan una orden judicial, porque el estado de excepción permite las inspecciones directas.

Y el miedo a la sanción, que puede traducirse en varios años de cárcel, llevó a la gente a botar sus reservas de combustible.

El negocio del contrabando

El contrabando de gasolina en la frontera es un negocio multimillonario.

Estudios y declaraciones de autoridades aduaneras de ambos países han dicho que incluso puede mover más dinero que el narcotráfico.

Para mucha gente de la frontera, el contrabando de gasolina es una forma de vida.

El precio de la gasolina en Venezuela, que cuenta con la inflación más alta del planeta, no ha sido aumentado desde 1996.

Y un aumento anterior, en 1989, fue en parte el detonante del estallido social conocido como el Caracazo, que dejó cientos de muertos.

Acá en Venezuela, el país de las reservas de petróleo más grandes del mundo, aumentar el precio del combustible es considerada una de las políticas más impopulares que un gobernante puede llevar a cabo.

Y aunque el gobierno de Nicolás Maduro dijo hace un año y medio que estudia aumentarla, el debate ha sido archivado en este año que terminará con elecciones legislativas el 6 de diciembre.

El Estado venezolano pierde US$12.500 millones al año por el subsidio de la gasolina, según cifras oficiales.

Al menos unos 200.000 barriles de petróleo, según el gobierno, salen por contrabando al día del país: un 10% de la producción diaria.

Las filas para comprar gasolina han desaparecido en Venezuela, pero se han hecho comunes en el lado colombiano.

El cierre de la frontera, y el establecimiento del estado de excepción, busca en parte erradicar ese contrabando.

Aunque analistas venezolanos de oposición dicen que si los incentivos económicos se mantienen es imposible que este negocio se acabe.

Sin cola en gasolineras, pero cola en tiendas

Desde que la frontera fue cerrada hace una semana, las bombas de gasolina de este lado de la frontera, que solían acoger kilométricas filas, están vacías.

Ha sido el impacto económico del cierre fronterizo que más comentan los habitantes de la zona.

Según el gobierno, el cierre fronterizo ahorra 6.300 barriles de petróleo diarios: un 3% de los 200.000 que se contrabandean cada día.

Pero otro de los efectos de las medidas es que en los supermercados y tiendas de la zona han aparecido productos que antes se iban por el contrabando –desde harina de maíz precocida hasta leche– y los están vendiendo al precio regulado.

En las tiendas de repuestos para carros, por ejemplo, se ven largas filas de gente que espera comprar cauchos a precio regulado, que es decenas de veces menor al precio libre.

“Encontrarán la forma”

“En este momento el contrabando está parado”, me dijo un contrabandista en una lujosa oficina en uno de los municipios fronterizos.

“Pero tarde o temprano los grupos ilegales que se alían con las autoridades venezolanas encontrarán la forma de volver a activar el negocio, no lo dudo”, dijo.

Pocos habitantes del sector, que siempre ha sido de fuerte presencia militar, dudan de la participación de algunas autoridades en el contrabando.

El cierre y militarización de la frontera ha logrado detener el contrabando de gasolina. Por el momento.

El contrabandista dice algo que he escuchado mucho por acá: “Los militares y guardias incluso pagan para que les den trabajo en la zona”.

Pimpinas tiradas en Ureña

Los recipientes empleados para almacenar gasolina ahora son basura.

De vuelta en los municipios fronterizos, un habitante de Ureña me muestra en su celular unas fotos que los vecinos han estado compartiendo.

Son imágenes de una explosión de gasolina que los habitantes de San Antonio, otro de estos municipios fronterizos, provocaron para deshacerse del combustible.

Y en los chats de los otros municipios fronterizos se reporta el mismo olor, el mismo miedo, el mismo riegue desesperado de combustible. (Cortesía de BBC.com)

Los nuevos cierres fronterizos  provocan otro éxodo colombiano 

Puerto Santander (Colombia). (EFE).- El estado de excepción que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, amplió  a cuatro municipios fronterizos provocó ayer otro éxodo de colombianos que, atemorizados ante la posibilidad de ser deportados, regresan a su país a través de rutas alternativas.

Maduro, que ya aplicó esta medida el pasado 21 de agosto a seis municipios limítrofes, anunció este viernes el cierre a la circulación fronteriza en otras cuatro localidades para luchar, dijo, contra el paramilitarismo y el contrabando.

Con la decisión, toda la frontera con Colombia a lo largo del estado de Táchira permanecerá cerrada, lo que supone cerca de 160 kilómetros de límite fronterizo de los 2.219 kilómetros totales entre ambas naciones.

Tras el anuncio, muchos colombianos residentes en los alrededores de estos cuatro municipios han decidido emprender el regreso a su país por el temor de ser deportados, como le ha ocurrido en los últimos diez días a más un millar de compatriotas.

Colombia y Venezuela cuentan con tres puestos migratorios terrestres en Paraguachón (La Guajira), Cúcuta (Norte de Santander) y Arauca (Arauca), y uno fluvial en Puerto Carreño (Vichada), y el resto son cruces ilegales, muchos de ellos en zonas selváticas.

Por estos complejos senderos ha caminado durante horas Arleny Nieto, colombiana de 27 años que decidió abandonar la noche de este viernes su casa en la localidad de Boca del Grita, en Táchira, al ver aparecer dos tanquetas de soldados venezolanos.

“Llegaron unas tanquetas al pueblo y pedimos salir voluntariamente con los niños porque dicen que los quitan. Decidimos salir antes de que nos fueran a sacar a la fuerza o golpearnos y quitarnos a los niños”, cuenta Nieto a Efe tras llegar a Puerto Santander, localidad en territorio colombiano, cercana a Cúcuta.

Al recordar las últimas horas, explicó que se puso en marcha en apenas minutos, los que tardó para salir con sus dos hijos de cinco y tres años y despedirse de su esposo venezolano, que decidió quedarse en la vivienda ante el temor de que esta sea derribada, tal y como ha ocurrido en otros municipios fronterizos.

Tras ocho años residiendo en Venezuela, Nieto apenas hizo una maleta con ropa para los menores y salió del pueblo “junto con otras 150 familias” que eligieron volver a Colombia a través de un complejo camino.

“Algunos pasamos por canoa y otros voluntariamente por el puente internacional La Unión”, contó.

Ahora, en Puerto Santander, espera para llamar a su esposo con el fin de saber qué ha ocurrido y decidir hacia dónde irá.

Desde el cierre parcial de la frontera, ordenado hace diez días por el presidente venezolano, Nicolás Maduro, 8.250 colombianos han cruzado voluntariamente a su país, según datos del Gobierno de Colombia.