Norberto José Olivar: El secreto de la tranquilidad

thumbnailnorbertojoseolivarGonzález Harbour (2016) le pregunta a John Banville si los europeos están construyendo la Europa que él deseaba. El autor irlandés responde que hubo un tiempo cuando sí se trabajó en ello, pero que la “crisis” la destruyó. Y añadió de inmediato y con cierta ira contenida que: «Mucha gente se queja de la burocracia, pero yo estoy a favor de que la gente esté gobernada por tipos que van a trabajar a las 9 y salen a las 5. Y luego, tras una comida ligera se sientan ante el televisor con su mujer e hijos, leen libros o periódicos y no tienen ideas grandiosas. Siempre que alguien tiene una gran idea quiere matar a judíos, a musulmanes, a no musulmanes. Esa es la gente peligrosa. Los burócratas son los que mejor gobiernan, y Europa estaba perfectamente burocratizada. Los burócratas no hacen guerras [ni revoluciones, diría uno], solo la gente con grandes ideas hace la guerra. La burocracia es gente pequeña haciendo sus trabajos, cuidando a su familia. No creo en grandes gestos».

Recuerdo que Tzvetan Todorov advertía, con ánimo de predicador, sobre la «tentación del bien» y de los gestos mesiánicos exacerbados que pretenden estar por encima de la ley para alcanzar el bienestar colectivo. Y dejó bien claro, en una entrevista con Muñoz (2014), que la democracia consiste, precisamente, en limitar el poder, en ponerle bridas a esas ínfulas desquiciadas.

Es verdad que nuestra historia se ha vivido como tormenta y drama, y hasta puede que de pronto salte un revolucionario con ciertas luces, aunque mal enfocadas y diga, citando a Picón Salas, por ejemplo, que Europa también fue «díscola y tumultuosa» antes de ser próspera, parlamentaria y capitalista. Y pretenderá así justificar el nacimiento de un nuevo modelo de sociedad y de producción que ni siquiera ha asomado la cabeza, contraviniendo con ello los postulados marxistas y los derechos más elementales, lo que no parece importarle mucho si a ver vamos, porque la retórica de la revolución poco respeta el sentido del lenguaje y la racionalidad; se soporta más bien en el resentimiento para encubrir la estupidez y la maldad que la alientan. Afirma, pues, Todorov que: «El populismo de izquierda tiene un sesgo de clase: tomar del rico para dar al pobre», como si eso resolviera la causa de la tragedia, por lo menos hasta el advenimiento de la revolución profunda. Y lo dice alguien de reflexión y martirios propios, por cierto.





No nos olvidemos, tampoco, de Saramago, quien sentía una inmensa tranquilidad al saber que todas las cosas, aunque él no las conociera ni las imaginara, tenían un nombre y a alguien que la burocracia había encargado para lidiarlas. Eso le brindaba un sosiego que le permitía vivir consagrado a lo suyo, que era todo cuanto aspiraba, además.

Por último y según Eliade (2001), la explicación de un sufrimiento lo hace soportable, le da sentido y, claro está, brinda la anhelada tranquilidad: se sufre en paz, podríamos concluir; ¿pero qué tan efectiva es la exegesis de nuestros males si la desesperación que nos embarga es cada vez más grande, inaceptable e incompresible?

Dicho esto, no obstante, se sabe que nadie escarmienta con citas ajenas. O en cabeza de otro. Y ni siquiera la «pax romana» parece posible en los días venideros. En lontananza republicana, cuando mínimo.

@EldoctorNo