Robert Gilles Redondo: La sanción moral

Robert Gilles Redondo: La sanción moral

thumbnailRoberGillesRodondoLa crisis es una etapa dramática de la vida histórica de Venezuela, pero, por ese mismo motivo, es también la oportunidad para solucionar algunos de los problemas de fondo que anclaron a nuestra sociedad en este momento. En dicha oportunidad que se nos ofrece surgen nuevo Hércules, con soluciones mesiánicas, e inquisidores que aferrados a su propio dogmatismo –del no preguntar ni cuestionar- cierran puertas y ventanas a las alternativas que van surgiendo del instinto de auto preservación que tienen los ciudadanos. Esto lejos de solucionar las cosas empeora el panorama que ya es muy complejo.

Nadie sabe ni puede prever qué sucederá en Venezuela en los próximos meses o tan siquiera en los siguientes días. Se acabó el tiempo de las certidumbres, todo lo que se avecina es incierto. Y quizá esto sea lo más preocupante porque ninguna persona en este momento puede darnos garantías sobre lo futuro. Pese a que los cambios políticos de la región pudiesen constituirse en una suerte de horóscopo que descifra que el turno le toca a Venezuela.

En este tiempo de la incertidumbre nacional que no es nuevo, las alternativas para encarar el desafío de defenestrar al régimen chavista son muchas, parecen un abanico de colores. Cada una ha sido convincente y se le ha considerado certera y eficaz en su momento; la enmienda y el revocatorio, las dos iniciativas colegiadas de la MUD, por ejemplo. Pero habrá que hacer una evaluación de ellas sin que sea implícita la respectiva satanización de los dogmáticos fanáticos que consideran como “alta traición” disentir de lo que se está diciendo y se está haciendo. El problema es de todos y entre todos debe encontrarse la solución a la pesadilla que es este régimen.





A ninguna alternativa diferente al referéndum revocatorio se le puede colocar la tilde de inviable, porque sabiendo el ominoso proceder totalitario del régimen podríamos también calificar de inviable al revocatorio partiendo de una máxima “¿Cómo invocar el derecho ante un Estado fallido-forajido?” y si así lo hiciéramos nos encerraríamos en concluir que entonces nos encontramos atrapados. Entonces es el momento de actuar serenamente pero con mucha rapidez y preguntándonos sobre ¿qué es viable a estas alturas en Venezuela?, ¿En el marco de qué estado de derecho pretendemos salir de esta tragedia? O es que acaso ¿quedan dudas del perfil totalitario del régimen que preside Nicolás Maduro? Porque quien siga alegando que la democracia agoniza pero está viva es quien está dispuesto a seguir cohabitando con este drama, incluso con la capacidad de encontrar viabilidad a un diálogo que sería solamente darle largas a la crisis humanitaria que vive el país.

Nuestras alternativas internas son reforzadas por no pocas voces de la comunidad internacional aunque su silencio ha sido un pesado fardo en la conciencia regional. Pues debe admitirse que Venezuela ha tenido que luchar sola pues muchos han decidido callar. Sin embargo, vista esta crisis sin precedentes, con el país igualado a un vergonzante campo de concentración, varios organismos evalúan la posibilidad de sancionar con sus propios mecanismos al régimen de Nicolás Maduro que, aunque siendo estas de carácter moral, significan un aliento importante para la sociedad venezolana, aunque el régimen mismo sea un ente de inmoralidad a quien no le caben tales sanciones porque supera todos los parámetros de la indecencia. Sería realmente torpe negar el apoyo a estas iniciativas después de haber cuestionado tanto tiempo el proceder y la inacción de la comunidad internacional.

La Organización de Estados Americanos, en su caso, ha asomado la posibilidad de invocar la Carta Democrática. Y dentro del MERCOSUR se han oído voces sugiriendo la aplicación del Protocolo de Ushuaia. Estos gestos no podemos menospreciarlos ni vetarlos por el simplismo de decir que son “sanciones morales”. Por el contrario, debemos apoyar y apremiar estas acciones. La frialdad diplomática con la que ha actuado hasta ahora la comunidad internacional es injustificable en este momento.

El único gesto que debe observarse con cautela es la venidera mediación del Estado del Vaticano en la persona del cardenal Pietro Parolin y con la propuesta de una mesa de negociación que, lejos de ser condenable, es un interesante proceso que deberá traducirse en la aspiración general para cualquier acción futura de esta u otra índole: el fin incondicional del régimen chavista.

De resto, aguardemos que la dirigencia opositora también escuche el grito de rebelión e indignación que se alza con dignidad en las calles de nuestra Venezuela para que las iniciativas venideras tengan el respaldo popular necesario para dejarle claro al régimen su condición de minoría.