Nueva Orleans, la ciudad que suena

Nueva Orleans, la ciudad que suena

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No muchos aeropuertos llevan nombres de músicos. Lo más habitual es que recuerden a presidentes o héroes de la aviación. Pero hay algunos: el de Mar del Plata se llama Astor Piazzolla; el de Liverpool, John Lennon; el de Budapest, Franz Liszt y el de Río, Antonio Carlos Jobim. LaNacion.com.ar

Aterrizar en el Louis Armstrong International Airport, de Nueva Orleans, ya predispone a un viaje fuertemente musical. Una primera sensación que se corrobora pronto por las vibrantes calles de esta ciudad de Luisiana, en el sur de Estados Unidos, sobre el río Misisipi, donde Satchmo, máxima figura del jazz, nació, creció, estuvo preso y aprendió a soplar.





Nueva Orleans suena. Y la trompeta de Armstrong es sólo la nota más conocida de una contundente banda sonora que incluye las canciones del carnaval Mardi Gras, las bandas de funerales, los géneros autóctonos como el cajun y el zydeco, los géneros adoptados y elevados como el blues y el rock y la saltarina melodía de Cuando los santos vienen marchando. Pero, sobre todo, una cultura de la música en vivo que se expresa en innumerables artistas tocando todos los días de la semana, a toda hora, en todo tipo de escenarios, bares, teatros, plazas y museos. Bienvenidos a una de las ciudades más musicales del mundo.

Bourbon Street, el eje nocturno del antiguo barrio francés
Bourbon Street, el eje nocturno del antiguo barrio francés. Foto: N.O. Convention and Visitors Bureau

“Toda la música que hoy se hace en los Estados Unidos se incubó en o evolucionó por influencia de Nueva Orleans. Menos la polka, sobre la que aún no he investigado lo suficiente”, dice Chris Rose, periodista de espectáculos, escritor y guía de un tour por la rica historia musical de Nueva Orleans. Estamos charlando bajo un roble de Congo Square, una plaza de adoquines que durante el siglo XVIII fue punto de encuentro para los esclavos de origen africano a los que, los domingos, se les concedían unas horas de tiempo para sí mismos. Allí, bien profundo, están las raíces de esa tradicional necesidad de Nueva Orleans de cantar lo que le pasa.

Congo Square, entonces todavía a las afueras de una ciudad mucho más pequeña, se convertía cada semana en un mercado y también en una fiesta de música y baile, donde se tocaban tambores y se recitaba en una jerga extraña para el hombre blanco. “A través de esas rimas, los negros reivindicaban su dignidad como hombres, su fuerza, su sexualidad. Los blancos miraban la escena desde lejos y pensaban tres cosas: 1. No entiendo nada de lo que dicen. 2. Esto da miedo. 3. Esto es peligroso. Exactamente igual que hoy con el hip hop”, apunta Rose, mientras en un banco cercano de la plaza cuatro percusionistas tocan indiferentes a todo menos al legado de este sitio sagrado.

Fiesta cajun

Al mismo tiempo, a pocos pasos de Congo Square, en el Louis Armstrong Park, hay un festival gratuito de cajun y zydeco, dos géneros hermanos poco conocidos y menos escuchados fuera de los Estados Unidos, pero que son tan Nueva Orleans como la trompeta de Satchmo y los barcos de vapor por el río Misisipi. Unas cien personas bailan frenéticamente mientras otras cuatrocientas miran el show de Dwayne Dopsie & the Zydeco Hellraisers tomando cerveza y comiendo frituras varias bajo el intenso sol de la tarde en Luisiana.

A un ritmo acelerado y con protagonismo de dos instrumentos muy particulares, el acordeón y la tabla de lavar (como percusión), estas músicas son precursoras del country tal como hoy lo conocemos. Pero, sobre todo, son testimonios del origen del principal puerto del Misisipi. La Nouvelle Orléans, fue fundada en 1717 por colonos franceses, cedida durante casi un siglo a España, pero finalmente recuperada por Napoleón, que se la vendería a Estados Unidos junto con toda Luisiana. Ese pase de manos forjó una ciudad extraordinariamente multicultural, una rareza en su propio país.

Congo Square y Armstrong Park son la puerta de entrada a Tremé. Este barrio, dicen que el más antiguo afroamericano en los Estados Unidos, es un legendario bastión de músicos. Tan así que es la locación excluyente de Tremé, gran serie de HBO producida por David Simon, el creador de The Wire. Tremé, con sus cuatro temporadas, es una previa ideal para quien esté por viajar a Nueva Orleans, con su minucioso retrato de las calles, los bares de jazz, las cocinas y los cementerios tras el paso del huracán de categoría 5 Katrina.

El ojo de la tormenta

Katrina es un tema inevitable en Nueva Orleans, por el que todos los visitantes preguntan y del que todos los locales tienen un relato. Fue en agosto de 2005. Nueva Orleans es una ciudad bajo el nivel del mar, construida sobre pantanos y resguardada de las aguas del delta y del lago Pontchartrain por un sistema de diques que colapsó ante los fuertes vientos. En pocas horas, prácticamente todo estaba bajo el agua y Nueva Orleans debió ser evacuada completamente. Siguieron días de caos, confusión, saqueos generalizados y una asistencia que tardó demasiado y terminó por lastimar aún más a esta sociedad tantas veces al margen del Sueño Americano.

A Chris Rose, el mismo del tour musical, Katrina lo expulsó del periodismo de espectáculos y lo llevó a escribir sobre la vida post huracán. “Mi trabajo, hasta entonces, era hacer guardia en la puerta del baño del club House of Blues, a ver si Paris Hilton salía con restos de cocaína en la nariz. Pero eso ya no existía en Nueva Orleans. Digamos que, de pronto, tuve que cambiar… el ángulo”, recuerda.

Rose escribió una serie de columnas para el diario Times-Picayune, luego compiladas en el best seller 1 Dead in Attic (un muerto en el ático). El título es una inscripción que Rose leyó en la puerta de una casa dañada por la inundación. Después del huracán, los equipos de rescate hacían este tipo de pintadas con aerosol, directas y a veces brutales, a modo de relevamiento. Algunos vecinos regresaron a la ciudad, recuperaron sus hogares, pero jamás borraron esas inscripciones, que hasta hoy se pueden ver.

Por el French Quarter

El barrio más tradicional de Nueva Orleans es el French Quarter, con su preservada arquitectura colonial, sus calles de nombre francés y su ambiente portuario, coronado por el French Market. Bourbon es la calle que lo atraviesa y que concentra una cantidad de bares para el récord Guinness.

Transitar Bourbon es como mover el dial de una radio: a medida que se avanza, va cambiando la música, sin interrupciones. Hay un bar para turistas al lado del otro y en todos hay una banda en vivo, generalmente de covers de rock, y muchísima gente que no le presta atención y se ocupa más que nada de terminar otra cerveza u otro trago en vaso de plástico extra large mientras las chicas tratan de domar a un toro mecánico.

Bourbon es una experiencia inevitable. Pero si se quiere escuchar música lo mejor es pasarla rápido, atravesar el French Quarter y cruzar la avenida Esplanade para tomar Frenchmen Street. En doscientos metros, esta otra calle alberga otra buena cantidad de bares donde cualquier noche de la semana se puede ver a algunos de los mejores músicos de Nueva Orleans.

“Frenchmen tiene la bohemia y la efervescencia que alguna vez tuvo el East Village de Nueva York, pero resumido en sólo dos cuadras”, dice Rose. La mayoria de la oferta es gratuita, con la condición de una consumición mínima, que en ningún establecimiento vigilan demasiado. De todos modos, pasada cierta hora, es difícil detectar a nadie en Nueva Orleans sin un vaso en la mano.

Esta noche en Frenchmen, lo fuerte pasa por dos clubes exactamente enfrentados: The Spotted Cat y DBA. The Spotted Cat tiene a la Smoking Time Jazz Band, un grupazo de músicos blancos concentrados en el swing de la década del 30. Al otro lado de la calle, el d.b.a. recibe a la poderosa Tremé Brass Band, más que una banda un escuadrón armado con trompetas, tubas y trombones que sopla como un huracán.

Ver a esta brass band fuera de Tremé es una oportunidad para aprovechar: no sería sencillo hacerlo en su propio barrio. Los sitios de Tremé donde suelen tocar, como el Candlelight o el Ooh Poo Pah Doo, no están en la parte más segura de la ciudad ni se preocupan demasiado por formalidades como sostener un horario regular. Aunque por ahí se ve algún reducido grupo de turistas que llega a conocer la locación de la serie de HBO, Tremé todavía está a un largo trecho de la gentrificación que experimentaron otros barrios fotogénicos del mundo.

Mientras la Smoking Time y la Tremé Brass parecen batirse a duelo, en el vecino Dragon’s Den toca Jazz Manouche. Al fondo de este bar, que es casi un pasillo, sobre una tarima que es casi un escalón, un violinista y un guitarrista tocan clásicos de Radiohead y Village People al estilo gitano de Django Reinhardt. Cinco parejas de veintipico bailan como imaginan lo habrán hecho sus abuelos, pero con borceguíes Doc Martens, tatuajes y remeras de rock. Junto a la tarima hay un cajón con sobres que contienen nombres de canciones. Si se pone el sobre y un dólar en una urna, los Jazz Manouche tocan lo que sea, hasta una de Erasure, pero al estilo de Oscar Aleman.

Aunque suene ficticio y conventiente para este relato, en Nueva Orleans realmente mucho de lo más interesante se encuadra en un radio muy caminable. Algo poco habitual en Estados Unidos. Así, exactamente frente al Dragon’s Den se encuentra The Old US Mint, uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Ex casa de la moneda, ahora es un museo en proceso de conversión: pronto, en la medida que se reúnan los fondos necesarios, será el Museo del Jazz de Nueva Orleans.

¿Y Satchmo?

Por estos días, en estas salas se presenta una muestra dedicada a Louis Armstrong, con algunas trompetas, fotografías y manuscritos de este ícono de la ciudad, que, sin embargo, hizo toda su carrera viviendo en Chicago y Nueva York (su casa-museo en Queens es un lugar más recomendable para cualquier fan).

“Lamento decepcionarte, pero Armstrong odiaba a esta maldita ciudad”, me decepciona Chris Rose y sospecho que no lo lamenta nada. “Nunca lo iba a decir en público porque él era la voz de Un mundo maravilloso y todo eso, pero es la verdad. Fue como un matrimonio de cuarenta años, en el que ya no hay verdadero amor, pero la situación se preserva en beneficio de todos. ¡El tipo nunca volvió a tocar en Nueva Orleans!”

Rose debe saber de lo que habla, pero lo cierto es que Armstrong sí actuó, ya consagrado, en su tierra. Aunque es verdad que la relación fue tensa: durante años, no se presentó en Nueva Orleans en rechazo a la ley local que prohibía las bandas integradas por negros y blancos. No obstante, hoy el aeropuerto, uno de los principales parques y el gran festival anual, entre otras cosas, celebran su figura. Aunque el tributo más genuino es el de docenas de trompetistas que atacan la melodía de What A Wonderful World cada noche, en cada bar de una ciudad que no es ninguna maravilla, pero que vaya si siente la música.

Cómo llegar

Desde Buenos Aires, Copa Airlines ofrece vuelos a Nueva Orleans, con una rápida y conveniente conexíón en Panamá (sin trámites de migraciones ni retiro de equipaje). Pasajes en clase turista, desde 20.000 pesos, según la fecha elegida. www.copaair.com

Cuándo viajar

Nueva Orleans seuel ser muy calurosa y húmeda durante el verano en el hemisferio norte. El invierno, templado, es más propicio para explorarla. También hay que tener en cuenta la semana de l carnaval Mardi Gras (en nuestro Carnaval), cuando la capacidad hotelera se ve desbordada por los turistas y los precios del alojamiento se duplican.

Donde escuchar música

Preservation Hall: la gran institución del jazz de Nueva Orleans, con la residente Preservation Hall Jazz Band, que se presenta a diario y en varias funciones que se agotan.

The Spotted Cat: un pequeño y cálido bar en el corazón de Frenchmen Street, con varios grupos por noche. d.b.a.DBS, del otro lado de esa calle, es otro antro recomendable.

Fritzel’s: el mejor bar de jazz sobre la decadente calle Bourbon, con un piano siempre listo sobre una tarima apenas elevada y una barra bien provista de cerveza.

Qué comer

A pesar de lo que esta nota da a entender, la música es apenas uno de los ingredientes de esta ciudad. La cocina, en realidad, es igual de importante. Para una experiencia completa, no se pueden dejar de probar el gumbo (arroz, tipo sopa), blackened fish (pescado rebozado en una potente mezcla de especiass criolla), jambalaya (otro guiso de arroz), étouffée (arroz con mariscos) y cangrejo, entre otras maravillas siempre intensamente condimentadas.

En Internet

Sin necesidad de viajar, el sonido de Nueva Orleans se puede apreciar vía WWOZ, una excelente radio comunitaria, gestionada por voluntarios y dedicada hace ya tres décadas a defenderifundir la música local. www.wwoz.org