Reflexiones de un déspota asustado, por Ana Black

Reflexiones de un déspota asustado, por Ana Black

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Tengo miedo. Mucho. Y no sé qué hacer.
En general desde hace mucho tiempo vivo con algo que empezó como un sustico pero ya alcanzó dimensiones siderales a las que, por respeto a los oídos castos, no voy a calificar. Por eso he ido prohibiendo por aquí, inhabilitando por allá, entorpeciendo más allá a ver si los demonios se calman y cede un poco este cubillo.

Mediante decreto presidencial y con la ayuda de mis raspicuises he restringido al Parlamento de este país, mi país, mi país a sus mínimas consecuencias volteando toda ley que propongan, aunque beneficie al pueblo, no me importa, todo lo que venga de ellos lo rechazo.





Le he negado entrada a los de afuera y vedado la salida a los de adentro. Vernáculos, reencauchados, autoridades mundiales, agentes de Limperio, presidentes de la Asamblea Nacional, estudiantes, empresarios, en fin, todo aquel que señale mis fracasos ni sale ni entra. También los encarcelo.

He ido creando un gigantesco sistema eliminador de evidencias del desastre, por ejemplo, para desaparecer las colas en el centro de Caracas prohibí que se vendieran productos regulados en los comercios ubicados en sus principales avenidas; ordené a todos los ministros decir que si hay filas interminables es porque la gente tiene mucho dinero y las colas son “sabrosas”, que en Venezuela no se consiguen las medicinas porque los venezolanos hacen mal uso de ellas… y así.

Prohibí también que me critiquen, que se rían de lo que digo, de cómo gobierno y hasta de mi manera de bailar. Quien se burle de mi va preso.
Veté las narco novelas porque alborotan mi paranoia.
He ignorado los ofrecimientos externos de ayuda alimentaria y medicinal de primera necesidad para que el mundo no vea el drama que estamos viviendo todos aquí: Los afectados por la escasez y quienes gobernamos por la incapacidad de resolver.

Intento opacar, desviar y derrotar cada manifestación púbica de quienes se me oponen negando permisos, cerrando el transporte público y amedrentando al ciudadano con todo el ejercito en la calle.

He deshonrado la Constitución y he despojado al soberano de casi todos sus derechos civiles.

Aún así, en vez de acobardarse, los ciudadanos se han vuelto más activos, exigentes y firmes en sus reclamos, y mi miedo en lugar de disminuir aumenta con las horas, por eso ahora quiero inhibir los pensamientos en general y en particular -y con verdadera saña- los adversos a mi indigestión ¡Perdón, es este corrector! a mi gestión.

Intentaré prohibir las matemáticas porque me da miedo contar, y la química porque le temo a las transformaciones y vetaré la práctica científica de la física porque los movimientos de masas cada vez me agobian más.
Quiero prohibir los movimientos de traslación para que los ciudadanos no se muevan de una ciudad a otra ¡Si pudiera eliminar las carreteras! ¡Si pudiera congelar a la gente!

Ya impedí los vuelos sobre Caracas, ahora quiero prohibir los balcones, las ventanas, los pisos altos, las azoteas, las alturas en general.
También intento averiguar cómo reprimir las sombras porque las mías me atormentan, me atosigan, me siguen furtivas a todas partes.
Y me da miedo.

¿Hay alguien allí?