Gabriel Reyes: El Equilibrio Perdido

Gabriel Reyes: El Equilibrio Perdido

Se acercan fechas en las que todo va perdiendo su significado inicial. El menguante 2016 anuncia con eventual desespero la necesidad colectiva del cambio de un gobierno inepto, corrupto y hegemónico por una transición que intente regenerar el desgarrado tejido democrático que inevitablemente sufrió los embates de la violación sistémica y sistemática de los derechos individuales y colectivos de los venezolanos.

El problema no es meramente económico, aunque mantener a toda costa un modelo anacrónico, fundamentado en los controles que sólo auspician la voraz cleptocracia que arruinó nuestras finanzas, ha resultado en una nefasta imposición que ha corroído el espacio de lo tangible hasta rasgar en la intangibilidad de la esperanza de quienes no invierten un bolívar en una Venezuela sin seguridad de ningún tipo.

El problema no es meramente político, aunque la crisis de ingobernabilidad que se vive es la consecuencia de la barbarie de quienes aplastan con poderes públicos comprometidos con el régimen al poder originario representado en una AN que es asfixiada como estrategia para reducir a su mínima expresión la posibilidad del disenso, pilar de cualquier democracia del orbe, hoy reducida en sus atribuciones naturales de contrapeso de un Poder Ejecutivo obeso y torpe, que como elefante en cristalería es llevado de la mano por el judicialismo de lo imposible.





El problema no es meramente social, aunque Venezuela no conoce mayor tragedia que una pobreza infinita que se expande por todo el territorio nacional, que evoca conceptos de crisis humanitaria ante el desparpajo de los rufianes que dilapidan las fortunas construidas sobre la miseria colectiva. El hambre, la delincuencia desbordada y apoyada en la infeliz impunidad de la complicidad, el resurgimiento de enfermedades endémicas décimonónicas por abandono del sector salud, el microtráfico, tráfico e hipertráfico de estupefacientes que nos coloca en la mira de los especialistas del mundo como un narcoestado, la violencia, reflejada en todos los episodios de la vida diaria del venezolano, y la degradación del ciudadano convirtiéndolo en un habitante sin más propósito en la vida que sobrevivir.

El problema no son los militares, otrora gendarmes honorables de la democracia conquistada, hoy, en el mejor de los casos, meros espectadores de la barbarie de un gobierno que atropella a su pueblo, y donde por otra parte, destacan “próceres revolucionarios” que no se conforman con la complicidad del silencio siendo actores protagonistas de propias felonías contra la cosa pública y contra los Derechos Humanos de los venezolanos.

Tal vez el problema somos nosotros, quienes no entendemos que el juego político democrático sólo se juega en democracia, que no comprendemos que hoy el sistema de partidos políticos dibuja un país pluralista donde no hay respeto al disenso, haciéndole el juego a quienes secuestran nuestros derechos políticos por convertirse en contraparte sin reconocimiento de una democracia fallida.

Tal vez el problema es una dirigencia política que no ha entendido en muchos casos, y no ha querido hacerlo en otros, que Venezuela necesita líderes antes de dirigentes, y que la inacción del miedo a la libertad solo se mantiene donde quienes deben ser conductores del descontento se convierten en coristas del opresor, que no construyen sobre la esperanza colectiva una Venezuela potable de futuro inmediato, dejando a los extremos de un peligroso continuo de desesperanza y desesperación el futuro de un país.

Tal vez el problema es que el concepto de “oposición” ha sido malinterpretado, ya que este solo es posible en Democracia. En regímenes autoritarios y hegemónicos, eso se llama Resistencia, y las prácticas no son mediáticas ni públicas, son de materialización del clamor colectivo. Tal vez, esta “oposición” no ha comprendido que el gobierno cumple con precisión su objetivo de desarticular cualquier movimiento opositor sin dejar de mantener una, cada vez más estrecha pero real, zona de confort para los oficiantes del antagonismo al oficialismo, pero los actores involucrados sienten que se la están comiendo, sin preocuparse realmente por evaluar con objetividad la ineficiencia de su accionar, sin entender que su efectividad es directamente proporcional al costo político que logren acarrear a los infractores de nuestros derechos, que en este momento pareciera, por su avance con desparpajo, casi inexistente.

Seguramente, los próximos días transcurran entre más escamoteos de los efectivos opresores y el evidente riesgo de un país, sumido en el caos, que desplace a la dirigencia buscando en emergentes el liderazgo inexistente. Sólamente podremos encontrar una salida potable a esta crisis estructural, trasladando al ciudadano de a pie la materialización de su propia libertad, desistiendo de la infantil y vergonzosa exhibición de colores y banderas partidistas, sin comprender que la única bandera necesaria es el tricolor patrio.

Y esto no es antipolítica, menos antipartidismo, nunca colaboracionismo. Esto es un llamado serio a la introspección de quienes necesitan oxigenar su repertorio de estrategias, es un reclamo a los oídos sordos de los felones que creen haberse apropiado del destino de un país, y es una disertación que no puede ser menos catártica que el dolor silente de un pueblo azotado por las plagas antes referidas y que necesita encontrarse con un camino real que construya esperanza sobre bases reales.

Conseguir el Referendo Revocatorio este año no es optativo. Es mandatorio. Porque es un derecho en vías de ser conculcado y de impostergable cumplimiento. Porque el anuncio de unas elecciones regionales, obviadas este año y planteadas para abril del próximo año, no puede convertirse en un espejito ante el cual los partidos opositores negocien la omisión actual.
Venezuela necesita un cambio urgente, porque hace rato hemos perdido el equilibrio y nos balanceamos peligrosamente con el riesgo de una aparatosa caída, y sólo lo lograremos nosotros, quienes no cedamos a la indiferencia de algunos, al miedo de otros, y a la maldad de una minoría que nos pretende mantener en la miseria que no merecemos. La Libertad se conquista. La Igualdad entre los venezolanos no es utopía. Y la Fraternidad es la respuesta a la infeliz estrategia de dividir a un pueblo históricamente solidario y unido.

Amanecerá y veremos…


Atentamente,
Gabriel Reyes