Guayaneses mitigan el hambre con la pesca en La Llovizna

Guayaneses mitigan el hambre con la pesca en La Llovizna

lalloviznapesca

 

Una marca verde en un poste de la avenida Leopoldo Sucre Figarella, cercano al aliviadero de la represa Macagua, señala la entrada al parque La Llovizna. Parece la entrada a una zona prohibida, de no ser por una pequeña puerta semi abierta y unos caminos ya perfectamente marcados por el uso diario, publica Correo del Caroní.





Por  

El reloj aún no marca las 6:00 de la mañana. No amanece siquiera, pero camionetas, más llenas de baldes que de personas, saben dónde estacionarse para dejar a los pescadores.

– ¡Buenos días! -dice uno de ellos.  Aunque su expresión era amable, no disimulaba la miraba de extrañeza de todos sus compañeros al ver a periodistas en esa zona.

Caminando 25 minutos desde la entrada y hacia una de las orillas más concurridas del río Caroní. Podían verse los caminos dividiéndose poco a poco en encrucijadas cada vez más frecuentes.

– Por acá no suelen venir personas que no vengan a pescar -dice otro de ellos- Nos tienen miedo, pero nosotros comemos pescado, y no personas. Es lo único que podemos comer.

Los 21 años de Johan Gaspar contrastan con su rostro marcado por un trabajo fuerte y constante. Desde joven pescaba cerca de una zona donde solo se podía acceder con curiara y por eso había dejado de hacerlo.

Sin embargo, recientemente, un amigo le dijo que se podía pescar libremente en los espacios del parque. Por eso se acercó junto a sus compañeros para  arponear un rato. Todos trabajan en una contrata de Venalum.

– Aquí está hasta nuestro supervisor -comenta Gaspar entre risas.

Hay 22 personas a una orilla del río, donde una piedra enorme hace de puente para ellos. Desde allí se observa a otros buscando estar entre los rápidos para poder pescar a su manera. Hasta con sábanas. Al otro lado, unas 30 personas se dedican a lo mismo.

– “¿Tú crees que la gente aquí está pescando porque les gusta? Aquí hasta la carnada que usamos para pescar se la llevan para comer, la gente tiene hambre”, comenta Gaspar.

Nadie hace el intento siquiera de arruinar la paz con la que trabajan los otros.

– Aquí no vas a ver armas que no sean de pesca, dice Luis García, de 47 años, y quien confiesa que su trabajo se resume en pescar y cubrir los pocos trabajos de albañilería que le salen debido a la escasez de productos de construcción.

García no detiene su faena para conversar. Pareciera que puede pescar con los ojos cerrados. Después de un rato, es evidente que el fuerte reflejo del sol en el agua lo obliga a entrecerrar los ojos.

Ninguno de ellos sabe con certeza si la pesca en esa zona está prohibida o no.  Es que efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana y de la Policía Municipal de Caroní merodean esporádicamente la zona; aunque, cuando éstos se retiran, nunca lo hacen con las manos vacías.

Sol poniente

Casi son las 10:00 de la mañana y el cansancio se nota en rostros curtidos por recibir tanto sol. La faena no acaba hasta que se llenen los baldes que entraron al parque o hasta que se hagan las 5:00 de la tarde.

Entre ellos se oyen relatos familiares, laborales y hasta varios insultos al Gobierno venezolano. Muchos se entristecen al hablar de una Venezuela que no es tan lejana como pareciera. En los silencios, disfrutan del agua que salpica tanto que hasta pareciera una ligera llovizna.

En sus profesiones se oyen los nombres comunes de Ferrominera, Sidor, Venalum. “Venimos más que todo en las 80”, es la respuesta frecuente, haciendo referencia a sus horas libres en las empresas básicas.

Otros incluso confesaron haberse dedicado a la venta ilegal de artículos de primera necesidad, pero la dificultad para conseguir los productos nacionales los obligó a dedicarse a pescar. Aunque no es común que ellos vendan lo que pescan.

– Habrá quienes vendan lo que pescan. Pero dudo mucho que lo vendan todo (…) pescamos por la necesidad que tenemos (…) como está la situación no se puede vender casi, aclara Carmelo Márquez, de 52, quien asegura ser uno de los pocos privilegiados de pescar con atarraya.

Sus ojos le brillan cuando habla de su faena diaria, incluso llegando a describir los peces que se obtienen en los distintos puntos de Ciudad Guayana. Asimismo, con orgullo confiesa ya haber pescado en todos ellos.

– Ahorita el punto principal es este cuando abren suficiente el aliviadero (…) Morocoto surapire, pámpano, checheco (también llamado bocachico) y cachamoto es lo que se consigue, detalla.

En la actividad también participan niños que pescan más que los adultos. Unos esbozan una sonrisa cada vez que atrapan un nuevo pez. Otros juguetean en la orilla mientras los adultos trabajan, pues ya saben de memoria la ubicación de las corrientes que pueden arrastrarlos.

– Nosotros venimos caminando desde Francisco de Miranda -comenta uno de ellos que no parece tener más de 12 años.

Ya casi se esconde el sol cuando todos salen de nuevo a la avenida. Recogen su indumentaria con una concentración digna de un ritual. Pronto se retiran en los mismos grupos que llegaron. Unos tienen transportes que los esperan en la avenida. Otros esperan pagar el aventón con pescados.

– No olvides decir que el pueblo tiene hambre, es lo único que se escucha de uno de ellos.

PESCA2

A3-Pesca4PESCA3

A3-Pesca5