José Toro Hardy: Nada hay más terco que la realidad

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Todos estamos en un sube y baja de emociones. Un día amanecemos convencidos de que ya el final se acerca y otro día caemos en una profunda depresión. Un día compramos todos los argumentos favorables al diálogo y al día siguiente quedamos convencidos que fue un error sentarse en una mesa con esos diablos que sólo quieren ganar tiempo. A veces nos reconforta la idea de que el Vaticano esté tomando cartas en el asunto, sólo para oír después en internet alguna vieja intervención del Papa donde este afirmaba que “con el diablo no se dialoga”.

Quiero decirle a mis compatriotas que no nos dejemos desanimar. Entendamos que la meta del oficialismo es sembrar desaliento y que en la medida en que nos dejemos convencer, están logrando sus objetivos.





Los más asustados, los que tienen un futuro incierto son ellos. Los más aterrorizados, son los que más amenazan. Hay que entenderlos. Muchos no tienen a donde correr. Algunos pocos, sin alternativas, sienten que tienen que morir con las botas puestas. Obstaculizan cualquier forma de acuerdo, incluso aquellos que contemplen amnistías, porque saben que nunca podrían ser beneficiados por ningún perdón porque están involucrados en temas de violaciones a DDHH o incluso en temas de drogas.

Sin embargo, la gran mayoría añora una noche de sueño tranquilo. Quisieran que todo esto llegue a su final. Están desesperados.

Por favor, no caigamos en la tentación de atacarnos entre nosotros mismos. Algunos queremos soluciones más radicales y otros más racionales. En materia de tácticas es lícito tener puntos de vista diferentes. Democracia es diversidad de opiniones. Pero el objetivo es el mismo y el adversario también.

Decía Mario Vargas Llosa: “Estoy admirado con la oposición venezolana. Es de un coraje extraordinario. Sus líderes están presos, les fraguan procesos, los expulsan de donde ganaron la diputación, los meten a la cárcel, los matan si es necesario. Y allí están, peleando con gran valentía. No hay que darles consejos, hay que rendirles un homenaje”.

Los más pesimistas siempre sacan el ejemplo de Cuba. “Fidel lleva casi 60 años en el Poder. Esto se lo llevó el diablo”.

A quienes así opinan me quiero dirigir. Cuba fue un caso excepcional. Fidel sólo pudo existir en la cúspide de la guerra fría. Fue la alternativa a una III Guerra Mundial. Fue el resultado de un acuerdo entre Kennedy y Krushov como condición para que la URSS -en ese momento en el cenit de su poderío militar- retirase de Cuba los cohetes atómicos con los cuales hubiera podido alcanzar todo el territorio americano. Y también fue el resultado del apoyo incondicional que recibió de Moscú para mantenerlo en el poder y después de Chávez.

¿Cuál es el país que va a darle a este régimen un apoyo como el que la URSS le dio a Fidel? ¿Acaso Cuba? La realidad es que Cuba está “guindada de la brocha”. Corre el riesgo de entrar en un nuevo “período especial” como el que sufrió al desintegrarse la URSS. Necesitan desesperadamente a los EEUU y no van a arriesgar esa relación por salvar a Maduro. Su apoyo al régimen tiene límites.

Nuestro caso es diferente. Un Chávez sólo pudo existir en la cúspide de un súper ciclo de materias primas que llevó el precio del petróleo al punto históricamente más alto. Ese mismo ciclo permitió el establecimiento de gobiernos populistas en toda Latinoamérica. Eso fue un Lula, una Dilma, un Nelson o Cristina Kirshner, un Fernando Lugo o un Zelaya. Eso fue también un Evo o un Correa.

Sin los precios altos de las materias primas todos esos gobiernos tienen los días contados. De hecho, ya Chávez, Lula, Dilma, los Kirshner, Fernando Lugo, Zelaya se fueron (algunos porque murieron y otros porque dejaron de ser viables). La tendencia en Latinoamérica es irreversible.

La realidad se impondrá también en Venezuela. Nada hay más terco que los hechos. Un gobierno que provocó el colapso de la economía e igualmente de las instituciones, “la economía peor administrada del mundo” (según el The Economist), que padece la inflación más alta del planeta, que destruyó el aparato productivo, que vive de una sola industria a la que redujo a cenizas, cuya población enfrenta una crisis humanitaria en medio de un empobrecimiento sin precedentes y donde un 80% adversa al régimen, es a no dudarlo, un gobierno con los días contados.

Para colmo, la comunidad internacional que durante muchos años se hizo la vista gorda, ahora actúa de manera diferente. Mercosur, la OEA, la Unión Europea, incluso UNASUR (donde ya no prevalecen los regímenes populistas), el Caribe (que antes apoyaba incondicionalmente a Chávez), están en otra tónica.

Recordemos que Latinoamérica entera estuvo plagada de dictaduras. A partir de los ochenta, cuando el agua les llegó al cuello, todas se fueron sin disparar ni un tiro, en muchos casos a cambio de leyes de amnistía. No hay nada más terco que la realidad.

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@josetorohardy