Una cárcel de Lisboa, la guardería de los perros

Una cárcel de Lisboa, la guardería de los perros

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Justo antes de marcharse de fin de semana, Rui Silva pasa por la cárcel de alta seguridad de Monsanto, en Lisboa, para dejar a su perra Gloria al cuidado de los presos. AFP

Situado en un parque de una colina que señorea la capital portuguesa, el establecimiento penitenciario alberga una perrera donde este técnico de la televisión pública RTP suele dejar a su perro, un boyero de las Azores.





Los presos se ocupan de Gloria en un local de acogida modesto, con las paredes tapizadas de fotos de los animales que pasaron por el lugar. Verifican si tienen a día las vacunas y después registran al nuevo huésped en esta pensión cuando menos curiosa. Les dan de comer, los bañan y los sacan de paseo, además de controlar la medicación.

“Es una gran responsabilidad”, declara Ricardo, de 34 años, encarcelado en la prisión de Monsanto por tráfico de droga, mientras un pitbull le lame la mano a través de la reja de la perrera.

El trabajo al aire libre le agrada. “Es completamente diferente a la vida dentro, el tiempo pasa más rápido”, dice apuntando con el dedo a la cárcel rodeada de alambrada.

“Me gusta estar en contacto con la gente y con los animales”, declara este antiguo gerente de un bar, vestido con pantalón deportivo rojo y camiseta gris.

Ricardo no quiere dar su apellido, está casado y es padre de una niña. Cuando salga de la cárcel espera poder abrir una pensión canina.

– Vistas –
Es uno de los pocos presos ejemplares seleccionados por la dirección penitenciaria para ocuparse de los perros, un trabajo por el que cobra 80 euros por mes. El objetivo: facilitar su reinserción social.

La “casa de los perros” se encuentra en un edificio blanco y amarillo, al lado de la imponente cárcel, un antiguo fuerte militar rodeado de pinos y robles, con vistas panorámicas sobre Lisboa.

Las 68 áreas cercadas de la perrera suele estar ocupadas durante las vacaciones de verano, por Navidad y los fines de semana largos.

La perrera se creó inicialmente para los canes del personal penitenciario, pero en 2000 se abrió al público en general. Cuesta 10 euros por día y 9,50 euros si el propietario proporciona la comida.

Cuando dejó a Gloria en manos de la cárcel de Monsanto por primera vez, hace unos años, Rui Silva no tuvo que reservar. “No hubo problema alguno. Les pregunté si se ocupaban bien de los perros y me dijeron que ‘sí’. Eso es lo importante”, recuerda.Justo antes de marcharse de fin de semana, Rui Silva pasa por la cárcel de alta seguridad de Monsanto, en Lisboa, para dejar a su perra Gloria al cuidado de los presos.

Situado en un parque de una colina que señorea la capital portuguesa, el establecimiento penitenciario alberga una perrera donde este técnico de la televisión pública RTP suele dejar a su perro, un boyero de las Azores.

Los presos se ocupan de Gloria en un local de acogida modesto, con las paredes tapizadas de fotos de los animales que pasaron por el lugar. Verifican si tienen a día las vacunas y después registran al nuevo huésped en esta pensión cuando menos curiosa. Les dan de comer, los bañan y los sacan de paseo, además de controlar la medicación.

“Es una gran responsabilidad”, declara Ricardo, de 34 años, encarcelado en la prisión de Monsanto por tráfico de droga, mientras un pitbull le lame la mano a través de la reja de la perrera.

El trabajo al aire libre le agrada. “Es completamente diferente a la vida dentro, el tiempo pasa más rápido”, dice apuntando con el dedo a la cárcel rodeada de alambrada.

“Me gusta estar en contacto con la gente y con los animales”, declara este antiguo gerente de un bar, vestido con pantalón deportivo rojo y camiseta gris.

Ricardo no quiere dar su apellido, está casado y es padre de una niña. Cuando salga de la cárcel espera poder abrir una pensión canina.

Es uno de los pocos presos ejemplares seleccionados por la dirección penitenciaria para ocuparse de los perros, un trabajo por el que cobra 80 euros por mes. El objetivo: facilitar su reinserción social.

La “casa de los perros” se encuentra en un edificio blanco y amarillo, al lado de la imponente cárcel, un antiguo fuerte militar rodeado de pinos y robles, con vistas panorámicas sobre Lisboa.

Las 68 áreas cercadas de la perrera suele estar ocupadas durante las vacaciones de verano, por Navidad y los fines de semana largos.

La perrera se creó inicialmente para los canes del personal penitenciario, pero en 2000 se abrió al público en general. Cuesta 10 euros por día y 9,50 euros si el propietario proporciona la comida.

Cuando dejó a Gloria en manos de la cárcel de Monsanto por primera vez, hace unos años, Rui Silva no tuvo que reservar. “No hubo problema alguno. Les pregunté si se ocupaban bien de los perros y me dijeron que ‘sí’. Eso es lo importante”, recuerda.