Carlos Flores: La muerte del titiritero

Carlos Flores: La muerte del titiritero

cuba fidel

 

La verdad es que carece de importancia real la muerte, la desaparición física de Fidel. Como cualquier otro mortal (aunque él haya imaginado ser más que eso), dejó de respirar. Su pulso se detuvo. Su cuerpo quedó inmóvil. Ya no seguirá modelando su indumentaria Adidas, como si fuera un abuelito gruñón al que los nietos visitan los domingos en el asilo y lo sorprenden balbuceando cuentos baratos sobre luchas, victorias y malévolos imperios que no pudieron doblegar “su revolución”, mientras una enfermera obstinada lo persigue para obligarlo a tragar las 20 píldoras que le permiten seguir trastabillando con terquedad sobre la superficie del planeta Tierra… pura palabra… puro show… puras mentiras de alguien que se dedicó a someter y engañar. Aunque, en cierta manera, hace rato ya estaba muerto. Porque lo peor que le puede ocurrir a un evangelizador maléfico —como Fidel— es estrellarse contra el granítico muro del tiempo. La edad no perdona a los buenos, pero mucho menos a los malos. No debió ser fácil mirarse al espejo en sus últimos años: un narcisista-egomaníaco cuyas virtudes y capacidades fueron amputadas por el inmisericorde verdugo que es —en casos como este— la naturaleza.





Y así, vapuleado, derruido físicamente, el coloso se fue extinguiendo de la escena que siempre protagonizó, como cada uno de los Cohiba que fumó apaciblemente mientras exhalaba bocanadas de prepotencia. Eso sí, luego de haber inyectado suficiente veneno, cual cobra que presiente su aniquilación pero antes espera dejar un legado de agonía y dolor (es decir: que nadie olvide lo que mejor supo hacer).

Fidel Castro envenenó no solo a su gente, su país, sino todo aquello que tocó. Nada bueno, nada positivo, puede escribirse de su obra que es, en una palabra: tiranía. No hay excusas ni lamentos ni duelos ni honor ni orgullo… al menos no para los que, de alguna manera u otra, son víctimas de su paso por este mundo. Y pocos no son.

Las falsas ideas igualitarias (¿acaso vivió Fidel y su séquito tal como los demás cubanos?); las utopías trasnochadas que no conducen en otro sentido diferente al de callejones ciegos, donde la única luz es proyectada por un caudillo que deja en penumbra al resto de la población, se han propagado, fomentado y expirado tarde o temprano. Pero ese virus, la enfermedad del poder y protagonismo de Fidel, tuvo su revival. Y la enorme y casi infinita nube que ahoga la existencia del pueblo cubano, destinado a la humillación y el miedo, desde que Castro convirtió la isla en su reino y fortaleza, se desplazó, fue atraída hasta Venezuela por otro tirano que se valió de la misma medicina histriónica para inocular odio, división y discursos para los que una nación pobre en educación, sin memoria ni líderes políticos carismáticos y con la corrupción como componente de su ADN social, tuvo tanto poder de aguante como una adolescente en plena explosión hormonal, que es tocada con morbo por primera vez… Hugo Chávez sedujo a Venezuela como un Sith Lord de Star Wars, justo como lo hizo Fidel, cuando no vestía ropa deportiva Adidas.

Master of Puppets

El potente clásico de la banda rockera Metallica resume mucho de lo ocurrido en la Venezuela hugo-fidelista: “Master of puppets I’m pulling your strings/Twisting your mind and smashing your dreams/Blinded by me, you can’t see a thing”.Porque la gran sensación que ha acompañado a los venezolanos desde el 8 de marzo de 2000, cuando Hugo Chávez pronunció la horrible consigna profética de: “Cuba es el mar de la felicidad. Hacia allá va Venezuela”, es de la existencia de un gobierno alterno o superior que maneja los hilos de todo aquello que posteriormente ejecutó, primero Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro. Fidel fue el maestro titiritero. Él fue el líder real, el cerebro que planeó muchos de los padecimientos de los venezolanos. Él fue la imagen y semejanza. La fórmula que jamás debió ser repetida pero que fue copiada y alterada (para peor) por otro personaje lleno de rencor, sediento de venganza y con un ego tan grande como su incapacidad gerencial. Solo alguien como Hugo Chávez pudo destruir Petróleos de Venezuela (alguna vez empresa modelo a nivel mundial), empobrecer a los que ya eran pobres y demoler derechos humanos como si se tratase del lobo feroz soplando la endeble casa de los cerditos. Fue revisitar el mapa cubano. Mapa que no muestra un tesoro sino arcas repletas de desgracia.

Fidel hizo lo que le dio la gana con Hugo (o sea, con Venezuela). Obtuvo todo lo que quiso. Poder, dinero, más protagonismo… al final, todo innecesario. Todo burdo. Todo a costa de millones de personas. ¡Millones! Tanto sufrimiento, por simples caprichos paridos en mentes distorsionadas. Tanta retórica. Tanta falsedad. Pues, cuando el imperio yankee le tocó la puerta, los Castro olvidaron —súbitamente— todo lo que han venido criticando de ellos y abrieron sus bolsillos para recibir al gran capitalismo —que ya no es tan maldito— de regreso a su isla de la fantasía. ¿Y Venezuela? Bueno, es como la raza de aliens de Día de la Independencia, que van de planeta en planeta chupando los recursos hasta conseguir otros mundos. Eso es lo que hizo Fidel con Venezuela. Fue una aspiradora. Una plaga voraz que acabó con lo que teníamos… no solo los recursos, los bienes, el dinero, sino los sueños, el presente y buena parte del futuro. No fue una violación. Aquí hubo total complicidad y consentimiento. Hugo Chávez invitó a un sádico a llevarse todas las doncellas que quisiera… ¡Y además le pagó por hacerlo!

Sigo escuchando, como supuesto consuelo, la frase patética “la historia lo juzgará”. Excelente pero, ¿eso qué puede importarle a los venezolanos que ahora viven en miseria y desespero, gracias a Fidel y sus planes macabros cocinados junto a Hugo Chávez? Venezuela no puede esperar por el juicio de la “historia”. Venezuela ha experimentado durante casi dos décadas el peso de la historia. ¡Y qué peso!, como una estampida de mamuts prehistóricos atravesando un puente que ya era endeble.

Intelectuales, líderes políticos, artistas, gente común… todos pueden decir lo que les provoque sobre Fidel Castro. Todos pueden hablar de su valentía y coraje y creer lo que deseen creer. Pero para los venezolanos que hoy no tienen alimentos ni medicinas, Fidel fue el gran tumor que generó un cáncer llamado Hugo Chávez y luego una metástasis llamada Nicolás Maduro. Sin embargo, Fidel y Hugo unieron a Cuba y Venezuela en un solo deseo que comparten sus ciudadanos: escapar, a como dé lugar, de la pesadilla que viven en esos países. **

Carlos Flores / @CarlosFloresX

Periodista venezolano. Ha sido colaborador de diversos medios de comunicación y es autor de ‘La moda del suicidio’ (EXD, 2000), ‘Temporada caníbal’ (Random House Mondadori, 2004) y ‘Unisex’ (Santillana, 2008). Actualmente es columnista de The Huffington Post.