Vladimiro Mujica: Los custodios de la unidad

Vladimiro Mujica: Los custodios de la unidad

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Confieso que tengo dos semanas sin escribir mi columna simplemente porque no he tenido la tranquilidad de espíritu para poner en blanco y negro lo que he estado pensando sobre la situación venezolana. Ello es así no tanto por temor a escribir lo que pienso, sino por el sentido de responsabilidad que me impone el hecho de que paso una buena parte del tiempo fuera de Venezuela y que, en consecuencia, se requieren prudencia y respeto con quienes están en la primera línea de combate contra el autoritarismo del gobierno y sus aliados.  Lo inquietante es que en este momento pareciera indispensable pensar no tanto en el desastre ocasionado por la gestión de un gobierno enemigo de su propia gente, sino mucho más sobre la forma en que se está conduciendo la oposición democrática. Quizás una forma de simplificar el argumento, es comenzar dejando por sentado que estamos en presencia del peor gobierno de la era democrática, pero algo que no le podemos atribuir a este gobierno, malo y corrupto sin reservas, son nuestros propios errores como oposición. Y utilizo adrede la palabra “nuestros” para dejar establecido que no pretendo hacer ninguna diferencia de principio entre el ciudadano opositor y su liderazgo.

La oposición venezolana tiene una característica singular dictada por el hecho de que el apoyo a los partidos políticos es relativamente bajo y porque el ciudadano común percibe a la unidad como el valor agregado más importante de las fuerzas opositoras. Este hecho está íntimamente vinculado a otro elemento fundamental: del lado opositor no existe un liderazgo estructurado alrededor de un solo individuo, sino que varios líderes se articulan, y con frecuencia se disputan, la dirección de la oposición. La expresión más acabada del complejo mundo opositor es la MUD, pero existen otros espacios importantes de factores opositores que no pertenecen a la Mesa. Muy prominente es el hecho de que la sociedad civil organizada no está directamente representada en el organismo, un hecho que la diferencia fundamentalmente de la fenecida Coordinadora Democrática. La MUD es pues una alianza de partidos donde las decisiones fundamentales se toman en un sub-grupo de partidos aún más reducido. La ausencia de la sociedad civil en la organización es posiblemente defendible tanto por un asunto de eficiencia como por el hecho de que los partidos son esenciales para el funcionamiento de la democracia y por su propia naturaleza están llamados a cumplir una función de liderazgo social y político distinta a la de la sociedad civil.  Pero este hecho impone restricciones importantes al manejo de la información y la toma de decisiones.





Esta combinación de factores y la propia composición de la MUD genera una compleja dinámica de toma de decisiones que, con frecuencia, conspira contra la participación ciudadana y la transparencia del flujo de información, dos elementos esenciales en la dirección de una criatura tan compleja, además enfrentada a un monstruo autoritario, como la oposición venezolana. El asunto de fondo es que la fortaleza más importante del movimiento democrático, la unidad, puede resultar vulnerada en el proceso político, minando así la fortaleza del esfuerzo opositor.

La necesidad de mantener un espacio fluido de participación ciudadana se pone especialmente de relieve cuando la dirección de la MUD percibe que es indispensable corregir el rumbo en asuntos tan complejos, y con una carga real y emotiva para la gente, como el RR y el diálogo con el gobierno. Indudablemente que el diálogo era y es una necesidad política, tanto para abrir espacios internos en una situación de profundo deterioro como para mantener el apoyo de la comunidad internacional, un ingrediente esencial en toda la estrategia opositora. Sin embargo, los graves errores de puesta en escena y lenguaje sobre los términos de los acuerdos con el gobierno y la verificación de su cumplimiento y, muy especialmente, las manifestaciones públicas de desacuerdo en el seno de la oposición han sembrado una profunda decepción y desconcierto en las filas opositoras.

No creo en la tesis de una conspiración colaboracionista dentro de la oposición y mucho menos en la insostenible acusación de traidores con la que hoy se pretende destruir a quienes apenas ayer eran reconocidos como los artífices de la unidad opositora. Los venezolanos terminamos por reaccionar de un modo demasiado elemental frente a temas de la máxima importancia, algo que en el fondo nos trajo la catástrofe del chavismo, y bajo la premisa de que todo el mundo es culpable hasta que se demuestre su inocencia, especialmente en temas políticos. Pero dicho todo esto, los ciudadanos estamos en el derecho y tenemos la responsabilidad de exigirle a los custodios de la unidad, es decir el liderazgo opositor, que protejan este vital activo colectivo.

Todavía estamos a tiempo de corregir y retomar la iniciativa política frente a un gobierno que ha perdido el apoyo del pueblo pero que tiene un sólido domino de la represión y las instituciones de control del país. Pero ello requiere aceptar que se han cometido errores muy importantes y corregirlos con la participación activa de la gente. Solo así será posible avanzar en todas las direcciones y emplear todas las herramientas: el diálogo, la resistencia ciudadana y los procesos electorales con trasparencia y sin complejos, entendiendo que la lucha contra el régimen supone una flexibilidad muy grande y poder corregir el camino sin perder el rumbo. Los custodios de la unidad están obligados ética e históricamente a deponer sus diferencias. Todos los líderes son necesarios en este esfuerzo titánico por recuperar a Venezuela, pero ninguna actuación puede expresarse a expensas del bien mayor que es la unidad.

 

Vladimiro Mujica