Sin comida, sin medicinas, sin respiro: la muerte de un joven por hambre en Venezuela (NYT)

Sin comida, sin medicinas, sin respiro: la muerte de un joven por hambre en Venezuela (NYT)

Yamilet Lugo, a la izquierda, visitó en septiembre la tumba de su hijo Kevin Lara Lugo, quien falleció en julio cuando cumplía 16 años. La familia pasó tres días sin comer y el joven se enfermó después de ingerir la yuca que consiguió en un campo abandonado. Credit Meridith Kohut para The New York Times
Yamilet Lugo, a la izquierda, visitó en septiembre la tumba de su hijo Kevin Lara Lugo, quien falleció en julio cuando cumplía 16 años. La familia pasó tres días sin comer y el joven se enfermó después de ingerir la yuca que consiguió en un campo abandonado. Credit Meridith Kohut para The New York Times

 

A través de un trabajo de investigación, el diario The New York Times (NYT) hizo ver la crisis económica y hospitalaria que vive actualmente el país en un trabajo titulado: “Sin comida, sin medicinas, sin respiro: la muerte de un joven por hambre en Venezuela”.

Lea a continuación la reseña completa:





MATURÍN, Venezuela — Su nombre era Kevin Lara Lugo y murió el día que cumplió 16 años.

The New York Times / NICHOLAS CASEY

El joven pasó su cumpleaños buscando alimentos en un terreno abandonado porque no había nada para comer en su casa. Luego fue trasladado a un hospital porque lo que encontró para comer lo enfermó.

Horas más tarde yacía muerto en una camilla que trasladaban los médicos mientras su madre miraba con impotencia. Ella dijo que en julio el hospital carecía de los suministros más elementales para salvarlo.

“Tengo una tradición: en la mañana de sus cumpleaños, despierto a mis hijos y les canto”, dijo la madre del joven fallecido, Yamilet Lugo. “¿Cómo podía hacer eso si mi hijo estaba muerto?”.

Este año, Venezuela ha sufrido muchas enfermedades. La inflación ha causado que los oficinistas abandonen las ciudades y se marchen a las minas ilegales en la selva, arriesgándose a los ataques de pandillas armadas y a la malaria para poder ganarse la vida.

Los médicos han tenido que operar en mesas ensangrentadas porque no tienen suficiente agua para limpiarlas. Los pacientes psiquiátricos han sido atados a las sillas de los hospitales de salud mental porque no había medicamentos para tratar sus delirios.

El hambre ha causado que algunas personas participen en saqueos y otras aborden destartalados barcos de pesca para huir de Venezuela en peligrosas travesías por mar.

Pero esta historia parece encarnar todo lo que ha salido mal en Venezuela: la de un muchacho que no tenía alimentos y salió a buscar raíces silvestres para comer, pero terminó envenenándose.

La crisis económica del país agobió a su familia durante varios meses, hasta que les arrebató a su segundo hijo.

Su barrio, ubicado en lo que alguna vez fue una próspera ciudad petrolera, llevaba mucho tiempo sin recibir el suministro de productos básicos como la harina de maíz y el pan.

La fábrica de cubiertos donde Yamilet Lugo trabajaba cerró en mayo porque ya no tenían materiales para hacer plástico, como ha pasado con muchas empresas que han parado sus operaciones en todo el país. Eso impidió que la familia pudiera comprar la escasa comida que aún se conseguía.

En el hospital, contó Lugo, no tuvieron respiro. Al igual que en muchos otros centros médicos de todo el país, el hospital de Maturín se quedó sin suministros básicos como las soluciones intravenosas, lo que obligó a que los familiares de Kevin buscaran por toda la ciudad y regatearan con los vendedores del mercado negro en las horas previas a su muerte.

“Ese muchacho se murió de esa manera, sin ninguna razón”, dijo su tía Lilibeth Díaz mirando la tumba de Kevin, cuyo nombre fue grabado en el cemento fresco por un amigo que usó sus propios dedos.

Kevin es el bebé que luce un overol en una de las fotos que cuelgan en las paredes de su hogar. Fue el que ganó todos los premios de asistencia perfecta a la escuela que todavía adornan la casa.

Yamilet Lugo, la madre de Kevin, mostró el uniforme escolar del joven. “Todo lo hicimos juntos”, dijo. CreditMeridith Kohut para The New York Times.

Las rayas en la pared de la cocina marcaban su crecimiento. A los 12 medía un metro y medio; a los 14 creció 10 centímetros más. Su nombre aparece garabateado con su caligrafía infantil en el interruptor de luz del dormitorio que compartía con su madre. “Kevin activo”, dice otra marca en un armario.

En su teléfono, Lugo miraba fijamente una foto que fue tomada el año pasado: está abrazando a su hijo en el porche que habían pintado de amarillo. Ella ha cambiado mucho desde entonces. Ahora su clavícula sobresale en el cuello.

“Peso 40 kilos”, dijo.

Kevin también estaba perdiendo peso. En los primeros meses del año todos adelgazaron.

Luego, José Rafael Castro, el novio de Lugo y único sostén de la familia, llegó a la casa con una mala noticia: la fábrica de construcción donde trabajaba haciendo bloques había cerrado porque los dueños no podían encontrar cemento.

Al principio, la familia comía mangos. Para el verano se pasaron a la yuca que crecía en la parcela de un familiar, ubicada a una distancia corta en autobús.

“Esa era nuestra comida en las mañanas, los mediodías y las noches”, dijo Lugo.

En julio ya ni siquiera tenían dinero para tomar el autobús y empezaron a buscar comida en otros lugares.

Se acercaba el cumpleaños de Kevin. La familia sabía que sería el primero sin un pastel, pero habían ideado una solución: un vecino también celebraba su cumpleaños y se había ofrecido a dejarle una rebanada de pastel a Kevin.

Sin embargo, la familia necesitaba algo para comer esa noche. Habían pasado tres días sin alimentos, y todo el mundo se debilitaba.

Había pocas opciones. Esta ciudad no es como la capital, Caracas, donde la comida escasea en los barrios, pero por lo menos siempre hay alguna tienda o vendedor del mercado negro.

Tampoco es la frontera donde se pueden comprar productos extranjeros. Esta familia vive en el interior de Venezuela donde incluso el aceite de cocina es escaso y productos como el pan y la harina de maíz desaparecen apenas llegan a las tiendas. A veces había pollo pero el precio era muy alto.

Kevin y José Rafael Castro, su padrastro, habían escuchado de un campo abandonado a 45 minutos de su casa donde otros vecinos habían conseguido yuca amarga.

Yamilet Lugo recolecta jobito, una fruta que se consigue cerca de su casa. Perdió su trabajo en mayo por lo que no podía comprar los pocos alimentos que llegaban a su barrio en Maturín. CreditMeridith Kohut para The New York Times.

Castro cuenta que al salir del terreno cuatro hombres armados con pistolas los rodearon y les robaron sus teléfonos celulares. Sin embargo, respiraron con alivio porque todavía tenían la yuca. No sabían que lo peor estaba por llegar.

La familia conocía los riesgos de la yuca amarga y había tratado de secarla para extraer las toxinas, una práctica utilizada para hacer pan seco.

“No teníamos nada más para comer”, dijo Castro.

A las 23:30 del 25 de julio, la noche antes del cumpleaños de Kevin, la familia se enfermó. Castro contó que él estaba vomitando y Kevin estaba en el suelo.

Como no tenían auto pasó una hora antes de que un vecino llevara a Kevin al hospital.

Cuando finalmente se fue, el joven recordó el trozo de pastel.

“Volveré mañana para comérmelo”, dijo.

La intoxicación por yuca es tratada con la técnica de succión gástrica, también llamada lavaje de estómago, y soluciones intravenosas, entre otras medidas. Pero la familia de Kevin dijo que pasó horas sin tratamiento esperando en los abarrotados pasillos del hospital Manuel Núñez Tovar, sin ser examinado por los médicos.

Eskel Gascon, a la derecha, el novio de Kimberlit Lugo —la hermana de Kevin—, toma un descanso mientras planta yuca con sus vecinos. Todos perdieron sus empleos en la fábrica por la crisis económica. CreditMeridith Kohut para The New York Times

Luis Briceño, director del hospital, dijo que se trataba de una situación común en ese centro de salud. A veces su sala de emergencias, con capacidad para 200 personas, tiene hasta 450 pacientes que buscan atención médica.

“Siempre hay alguien que no recibe tratamiento”, dijo Briceño.

La escasez de medicamentos era tan común, explicó, que a menudo los pacientes tenían que buscar y comprar sus propios suministros como las soluciones intravenosas, aunque también pensaba que el hospital tenía algunas sustancias la noche en que Kevin llegó.

Sin embargo, la madre de Kevin sostiene que una enfermera les pidió que fueran a comprar la solución intravenosa. Los familiares encontraron un vendedor del mercado negro que la tenía, pero el precio —alrededor de 4 dólares— era más de lo que podían permitirse.

Finalmente, otra familia que llegó con botellas adicionales de la solución le dio dos a Kevin, pero eso no cambió su condición. Cerca de las 4 de la madrugada del 26 de julio, en la mañana de su cumpleaños, el joven apenas podía hablar.

“Su estómago se sentía como una piedra”, dijo su madre.

Lugo estaba sola con su hijo. Recuerda que un líquido negro le escurría de la boca.

A las 4:45 Kevin ya estaba muerto.

A la mañana siguiente, un amigo de Kevin llamado Jesús Maestre, de 17 años, vio a sus amigos reunidos fuera del salón de la escuela. Hablaban en voz baja.

“Ellos me preguntaron: ‘¿Oíste lo que le pasó a Kevin?’”, contó Maestre. “La noticia me golpeó, se había ido”.

El día de su funeral, el ataúd de Kevin fue cargado por un largo desfile de amigos, un camino que su madre vuelve a hacer cada domingo cuando visita su tumba.

Hace poco, ella señalaba la iglesia católica donde fue bautizado y la calle en la que jugaba de niño, y un primo de Kevin pasó en ese momento.

“Míralo”, dijo. “Son exactamente iguales”.

Y luego volvió a repetir: “Desde que mi mamá me crió, y ahora con mis hijos, siempre tuvimos la tradición de cantar ‘Feliz Cumpleaños’ en la mañana”.

El día del funeral, ella cantó la canción antes de que el ataúd fuera enterrado.

“Hicimos todo juntos”, dijo Lugo mientras señalaba la lápida con el nombre de su hijo. Luego miró la parcela vacía, ubicada al lado y dijo: “Un día me enterrarán ahí”.

Yamilet Lugo amamantando en el porche, junto a su hija Kimberlit y su nietoCreditMeridith Kohut para The New York Times

Pero en casa ya hay más bocas para alimentar.

Lugo tuvo otro hijo hace unos meses. Su hija de 13 años, Kimberlit, también dio a luz recientemente. Las dos pasaban la tarde juntas amamantando a sus bebés en el porche.

Esa era la única comida en la casa. No había nada en la cocina.