Robert Gilles: El indigno Tribunal

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Agustín, el gran Obispo de Hipona, sentenció con sabiduría que, una definición si se quiere arcaica del moderno concepto de Estado fallido y forajido. Concepto donde encaja el Estado venezolano que desmanteló el chavismo-madurismo desde que asaltó el poder en el ya lejano 1999 con su proyecto totalitario de perfil marxista-stalinista, influenciado al máximo por el castrismo cubano.





El proyecto de los hermanos Castro que fue repelido de forma eficaz durante los primeros gobiernos de la “democracia civil”, encontró en Hugo Chávez y su grupo de oficiales militares resentidos tierra fértil para ¡al fin! expandir su modelo a toda la región. Chávez fue el mejor alumno y con nuestro petróleo logró imponer en casi toda la región latinoamericana su proyecto hegemónico, conservando la fachada democrática y un aparente Estado de Derecho soportado de forma angular por la persistente actividad electoral, previa ocupación del Consejo Nacional Electoral. El trabajo fue muy limpio. No hubo engaño, dejó muy claras sus intenciones en todo momento. Además consiguió ocupar el espacio vacío que dejó la dirigencia opositora desde siempre, aquella que había sucumbido al clientelismo, la corrupción y había conformado la élite del “nuevoriquismo”, que sin ningún pudor había abandonado los ideales que habían alentado la lucha por la democracia durante el siglo XX.

La ocupación del espacio vacío al que me refiero tuvo además la intención de desmontar el aparataje partidista de la democracia. Debemos admitir que fue exitoso. Al inicio de 2017 podemos comprobarlo. Los Obispos venezolanos en su reciente Asamblea Plenaria lo reclaman al denunciar que los partidos políticos y sus voceros deben dejar de pensar en sus intereses personales y asumir con plena conciencia histórica al país.

Y es que sólo la conciencia histórica puede salvarnos de este oscuro laberinto donde se está disolviendo la República. Este momento de orfandad en el que se encuentra nuestro país es más que doloroso y la factura de muy alto precio, siendo que aún seguimos acechados por los violentos fantasmas que se alimentan del hambre, la miseria, la falta de medicamentos y el colapso final de nuestra sociedad que deambula sin ninguna referencia moral ni ética.

Uno de los signos más trágicos y no menos elocuente es el tribunal supremo de justicia. Con justificada e intencional minúscula.

Esta exigua institución, máxima administradora de JUSTICIA e interprete final de nuestro contrato social que es la ley fundamental, ha derivado en un antro de delincuentes que, investidos ilegalmente de magistrados, se han propuesto sostener a un presidente de origen ilegitimo, fraudulento, extranjero y, por si fuera poca cosa, declarado en abandono del cargo por la Asamblea Nacional, único órgano legítimo de origen en Venezuela. Este aberrado sostenimiento que el otrora máximo tribunal le hace a Maduro es indigno, no tanto por lo que soporta sino por lo que obvia al hacerlo.

El tribunal supremo de justicia, así como el ministerio público, la defensoría del pueblo y demás instituciones del estado fallido del madurismo, obvian lo más vergonzante de este tiempo: el prontuario criminal, “en pleno desarrollo”, de quienes ocupan el poder por la fuerza de la sinrazón y el odio. Y es que la mayoría, si no la totalidad, de estos funcionarios, incluyendo los mismos magistrados del tsj, utilizan sus falsas investiduras para el narcotráfico, la corrupción, la promoción e inoculación del terrorismo islámico en la región y no menos grave: la destrucción con saña de lo muy poco que queda de Venezuela.

La presentación de la Memoria y Cuenta respecto al 2016 por parte del dictador confirma que no habrá un fujimorazo en el sentido estricto del acto. La disolución de la Asamblea Nacional ya está consumada. Estos delincuentes han decidido instalarse y permanecer en el poder con un indigno tribunal. Y esto es muy grave, gravísimo, porque nuestra orfandad es muy peligrosa. La ausencia de una clase política que realmente se pare en medio de la calle a decir que ¡ya basta! es muy peligroso. Los fantasmas de nuestro violento pasado pueden despertarse y el chavismo entonces habrá coronado su victoria amoral: la disolución final de nuestro pueblo en la sangre mártir de los inocentes.

Somos un pueblo que clama en el desierto. Necesitamos ser libres ya. Y no podemos seguir esperando que de forma milagrosa esto se resuelva, menos cuando ni siquiera existen mesías sino falsos profetas. La salida no está en las puertas de los partidos políticos, aunque son actores de primer orden. La salida está sí en nuestro corazón y en nuestra conciencia colectiva, en la historia que habremos de invocar cuando el momento final llegue. Y llegará. En esto saldremos todos por todos y para todos o no saldremos. Que se levanten pues las últimas fuerzas vivas que quedan.

Robert Gilles Redondo