Juan Pablo Guanipa: Crónica de una hambruna en el almuerzo

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Era el día martes 10 de enero de 2017. Teníamos ese día sesión en la Asamblea Nacional. Estaba fijada para las 2.30 de la tarde y, siendo las 11 de la mañana, caminaba sólo por las calles del centro de Caracas. A los diputados de la provincia, nos han advertido acerca de los peligros a los que podemos someternos caminando en solitario por esas calles. Confieso que soy muy confiado y, gracias a Dios, nunca he tenido percance alguno salvo algunas ofensas aisladas, proferidas por hombres vestidos de rojo que se apuestan a las afueras del parlamento con esa única intención. Sin haber desayunado, decidí entrar a un restaurant popular con la idea de adelantar el almuerzo. Tenía el flux de rigor, sin corbata porque la sesión era en la calle, en el Hospital Vargas, precisamente en el centro de la capital.





Al entrar al pequeño restaurant, solicité la sopa del día, hecha a base de costillas de res. Pedí también un pollo a la plancha como plato principal. En el momento en que me tomaba la sopa, un hombre joven, de unos 38 años de edad, se acercó a mi mesa y, con sumo respeto, me solicitó algo de dinero para poder comer. Le invité a sentarse y pedí le sirvieran un plato de sopa que además venía acompañado de dos arepas. El señor, muy agradecido, comenzó a degustar su plato. Cuando terminé de tomar mi sopa, el mismo señor me abordó para que le diera los restos de mi primer plato. La sorpresa que esa solicitud me causó fue superada por el llamado de otro señor, más o menos de la misma edad, quien se abalanzó hacia mí y me dijo: “Deme lo que quedó en su plato a mí, ya usted benefició con una sopa nueva al otro señor”. Con el corazón arrugado, le dije a ambos que no pelearan y le ofrecí una sopa al señor que entraba en mi escena. Este agradeció el gesto pero sin dudar, cuando el mesonero me quitó el codiciado plato que contenía los restos de mi sopa, le quitó el plato y lo virtió en una bolsa plástica que sacó de su bolsillo.

Mientras recibía mi segundo plato y ellos tomaban su sopa, ambos señores me contaban la situación de hambre que vivían en su casa y los esfuerzos infructuosos que realizaban para conseguir trabajo. El aspecto de ambos no era de indigentes. En ese momento se acercó una señora que colocó en mi mesa una estampita de Santa Eduviges. Le pregunté cuánto costaba y me respondió que lo que pudiera darle. Me dijo que desde el día anterior no había comido, que tenía dos hijos, uno hospitalizado al que tenía que llevarle comida porque en el hospital no le estaban dando. Me decía además que era padre y madre y que estaba desesperada con la situación. La invité a tomar una sopa y, ya sin hambre, le pedí al mesonero que pusiera mi comida para llevar y se la entregué a la señora para que la llevara a su hijo.

Luego de pagar la cuenta salí a la calle e inmediatamente me abordó un señor con uniforme de bombero. Con todo respeto me pidió le comprara algo de comer en un puesto de comida rápida que estaba al lado del restaurant. Cuando hacía esa operación vi hacia abajo a un niño que me miraba con el hambre pintada en su rostro. Le pedí comida, pagué la cuenta y salí a la Asamblea. Se acercaba la hora de salir a sesionar en un hospital donde también mueren niños por desnutrición. Pensaba en los 350 mil millones de dólares que se han calculado como monto de la corrupción de este gobierno. Pensaba en el daño que han hecho y ratificaba mi compromiso de luchar por el cambio que mi país anhela.

Juan Pablo Guanipa V.
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@JuanPGuanipa