Ramón Peña: Souvenires de Stalin

Ramón Peña: Souvenires de Stalin

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Esta revolución ha acumulado tanto tiempo y tanta arbitrariedad, que sus propios dirigentes se confundirían recordando su propósito o su doctrina original, si alguna vez la hubo. En su titulo primario, Socialismo del SXXI, se declaraba marxista-leninista de nuevo cuño, es decir, igual al comunismo del SXX pero sin debacle; en otra época fue Ceresolista por aquello del pueblo, caudillo y ejercito que pregonaba el fascio-peronista Norberto Ceresole; pero también en un ínterin tuvo como libro ideológico una vaina que se llamaba El oráculo del guerrero, un folleto que el fenecido caudillo blandía en sus cadenas (alguien luego advirtió que era una guía gay). Lo cierto es que en medio de tanto pastiche, solo el dúo taimado de la Habana, sólido beneficiario de esta revolución, tuvo claridad de propósito.

De todas aquellas andanzas pseudo-doctrinarias, se destiló un puro y simple objetivo existencial: permanecer en el poder. Las viejas banderas comunistas de la Dictadura del Proletariado o la República Democrática de los Trabajadores ya no son leit motiv del proceso revolucionario. Ahora se presta mayor atención a mantenerse a resguardo de la espada de Damocles de la DEA, de la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos o del Tribunal de La Haya.





Solo sobreviven del pregonado comunismo las enseñanzas stalinistas: la clase trabajadora, supuesta depositaria del poder, además de arruinada, es sustituida por el partido del régimen; éste, a su vez, por la nomenclatura militarizada; el país es administrado, controlado y vigilado con centralización jacobina; la oposición es reprimida sin pausa bajo la apariencia de lucha de clases; las promesas de “máxima felicidad” desmoronadas, pero todo fracaso invariablemente atribuido a una conspiración exterior…

Miraflores hoy, como el Kremlin de 1937, conspira con malignidad contra sus adversarios y también, sin reconocer falta ni culpa, duerme tranquilamente mientras el pueblo aguanta sus miserias.