Versalles, por Luis Eduardo Martínez

Versalles, por Luis Eduardo Martínez

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Cuando estudié en Estados Unidos hice costumbre darme una vuelta por el Café Versalles en la emblemática Pequeña Habana. Ubicado en la ruta a la Universidad, cada mañana me detenía a disfrutar de un cortadito cubano que a decir de los entendidos es capaz de mantenerte despierto por una semana o de hacerle crecer pelos en el pecho a Miss Universo. Algunos domingos almorcé con Larissa y nuestros hijos pequeños. Es un local espacioso, sin lujos, con precios módicos y grandes platos, donde la estrella es el Congri compuesto por frijoles, cochino, arroz y “maduros”.

Por Versalles han pasado todos los Presidentes de los Estados Unidos de los últimos 40 años e infinidad de senadores, representantes, líderes empresariales y artistas.

Versalles siempre está repleto de cubanos que más que hablar vociferan, casi siempre de política. Los temas más recurrentes en Versalles son el comunismo, los Castro y la inminente caída del régimen.

Presencié acaloradas discusiones unos 20 años atrás sobre si Fidel se marchaba en pocas semanas o meses o si tenía éxito un nuevo atentado contra su vida. Ocasionalmente alguien bien conectado bajaba la voz y compartía el secreto que un grupo de marines se entrenaba en Cayo Hueso para repetir ahora triunfante la invasión de Playa Girón. Los había de toda edad pero quienes dominaban el escenario eran los mayores que habían escapado en sucesivas oleadas de la Isla. En una ocasión un mesonero me comentó; “Vienen a diario y entre cortadito y pasteles de carne tumban a Fidel. El problema es que el chivudo está duro”.

En Enero, en mi escala de regreso de la investidura de Trump en Washington, pasé por Versalles e inmediatamente me percaté que las discusiones eran más subidas de tono: ahora sí, afirmaban, con el nuevo Presidente era cuestión de poco el derrocamiento del comunismo y la implantación de la libertad en Cuba. Como es habitual solo oí y no quise aguarles la fiesta advirtiendo que en mi opinión el discurso de Mr. Donald era bien claro y la prioridad del gobierno estadounidense serían los asuntos domésticos.

Puedo jurar que quienes proclamaban, ese día, el inminente fin del gobierno de Raúl, que sucedió a Fidel muerto en su cama, eran con más arrugas y menos pelos, los mismos de ayer. Faltaban algunos que seguramente partieron ya.

Observo, que no participo, muchas discusiones y sesudos análisis de amigos y conocidos que repiten como loros que esto está listo, que el cambio está a la vuelta de la esquina. Me recuerdan a los cubanos de Versalles que el próximo 1 de enero puede que celebren el 59 aniversario de la toma del poder por los Castro.

O nos unimos de verdad, priorizamos lo colectivo, olvidamos viejas o nuevas rencillas, enterramos ambiciones personales y nos enfocamos, trabajando duro, en lo importante que es la solución de los problemas de los venezolanos solo posible reemplazando al gobierno nacional gestor de un modelo que fracasó, o será larga las espera sin el consuelo siquiera de tomarnos un “guayoyo” porque café no hay.