Niños cambiaron juguetes por armas y salieron a las calles para delinquir

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Están dispuestos a matar. Sobrevivir en la calle no es un juego. Es la vida que les tocó y a la que le dan la cara todos los días. Puñales y cuchillos son sus armas de defensa, esas que sacan cuando de lograr su objetivo se trata. Son apenas unos “cachorros” que buscan callar el estómago abriéndose paso en la delincuencia. Así lo publica el diario El Norte.

“Son unas mentes asesinas” atrapadas en cuerpos de niños. No demoraron mucho tiempo en demostrarlo. Fueron autores intelectuales y materiales de aquel dantesco hecho. Ese doble asesinato de la madrugada del 18 de marzo conmocionó la opinión pública.





La supuesta banda conformada por niños y adolescentes que desde hace meses tomó posesión del Bulevar de Sabana Grande en Caracas se hizo sentir con fuerza, con sangre, con resentimiento y sin miedo.

Sacaron sus armas blancas y los mataron. Los sargentos del Ejército venezolano Yohan Miguel Borrero Escalona y José Andrés Ortiz se quedaron pequeños para aquellos “hampitas de calle”.

Andaban de civil y desarmados cuando salieron de la tasca El Colosseo, de la avenida Los Jabillos del bulevar. Los tragos demás que se habían tomado producto de la efusividad de la noche quizá los volvieron vulnerables para aquella jauría que los cercó en la penumbra.

La agilidad de esas mentes macabras los dominó y fue así como les clavaron unas cuantas puñaladas. Los asesinaron.

La saña de aquel espeluznante hecho estremeció a los venezolanos. Aun cuando funcionarios policiales tuvieron cocimiento de la conformación de este grupo hamponil, que reiteradamente ha robado a más de un transeúnte, no procedieron. No buscaron herramientas para “meterlos en cintura”. Los dejaron ganar terreno, tomar mayor poder para delinquir a sus anchas.

¿Por qué el descuido?

El Estado, a través de los cuerpos de seguridad, según explicó el sociólogo Luis Cedeño, debe ser garante de que se cumplan las leyes.

En este caso, prosiguió el experto, “se detectó que eran niños en estado de calle que no recibieron una atención gubernamental a pesar de que se hicieron denuncias públicamente. Era una verdad que estaba ahí, que fue divulgada por los medios de comunicación, pero que no se le dio la atención que requería”.

Cedeño lamentó que esta banda haya tenido que protagonizar un crimen para que las alarmas se encendieran, se detuviera a los menores, arrancara un despliegue de seguridad y se abriera una investigación.

En los últimos cinco años, momento en el que se agudizó la crisis económica, el incremento de infantes en la calle fue exponencial, relató Cedeño. Sin embargo, precisó que fue en los dos últimos años de ese quinquenio que los robos perpetrados por bandas, especialmente integradas por jóvenes menores de edad, a partir de los 10 hasta los 17 años, tomaron auge.

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Ahora, aclaró el sociólogo, la edad para hacerse un nombre en grupos delictivos bajó dos escalones y hasta tres. Pues desde los 7 y 8 años de edad los chamos, que deberían ocupar un pupitre de un salón de clases, formándose en conocimiento, están mendigando en las calles para no morirse de hambre. Matando para sobrevivir.

Explicó que la inflación y la escasez que pone los bienes y servicio fuera del alcance de un grupo de personas, es una consecuencia de esta descomposición social que se regó como pólvora.

La desaparición de los valores en los hogares venezolanos tomó ventaja y la delincuencia se posicionó en el poder, admitió Cedeño. Para él, el resquebrajamiento del hilo familiar y educativo contribuye a la formación de pequeños grandes delincuentes.

¿Sucederá lo mismo?

Niños que no solo comen de la basura sino que la usan para pedir. Este patrón se repite en el sector Venecia del municipio Diego Bautista Urbaneja, en Anzoátegui.

Más de un año llevan ahí. Aún no han matado a nadie. Hasta ahora sólo se dedican a distraer con malabares y otras maniobras, a los conductores cuyo transitar es interrumpido por la luz roja del semáforo. Uno que otro billete ganan por aquel talento que aún no ha sido perfeccionado.

El estómago les “cruje”, así lo contó uno de estos pequeños, cuyo nombre se reserva de acuerdo a la Ley de Protección del Niño, Niña y Adolescente. Dijo estar ahí desde hace ocho meses, en los cuales no ha tenido la necesidad de robarle a nadie porque las personas han sido muy caritativas.

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Al preguntarle si lo haría, inclinó su cabeza, sonrió y respondió: “no sé, no sé, conozco otros que sí lo hacen, pero yo nunca lo he hecho”. Contó que la nevera de su casa siempre está vacía, por lo que sale a mendingar. “Yo nunca busco dinero, siempre pido es comida. A veces, cuando me dan mucho le llevo a mí mamá”, continuó.

El director de la Policía de Urbaneja (Poliurbaneja), Iraní Benavides, no escondió la presencia de estos niños en este punto de la zona metropolitana. Enfatizó que varios han sido los abordajes que han hecho, así como las retenciones de algunos infantes, que luego han sido entregados a sus padres y representantes.

Al compararle la permanencia de este grupo que se ha apoderado de esta zona con lo ocurrido en Sabana Grande atinó a decir que son dos aristas totalmente diferentes, pues aquí si se han tomado las previsiones del caso. Se les ha hecho el seguimiento y están siendo monitoreados constantemente por los funcionarios adscritos al cuerpo de seguridad que preside.

“En Caracas estos niños pernoctaban ahí, aquí no sucede eso. Su permanencia es de día, pero al caer la noche vuelven a sus hogares”, continuó.

El comisario sostuvo que varios de estos jovencitos han sido llevados a centros de atención de la ciudad como la casa Don Bosco y Negra Hipólita en Puerto La Cruz así como a la Asociación Benefactora del Niño sin Asistencia (Abansa) “Mi Refugio” en Barcelona, donde han recibido atención.

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