Revuelta si, revolución no Por @edgardoricciuti de @VFutura

Revuelta si, revolución no Por @edgardoricciuti de @VFutura

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«La pasión por destruir es también una pasión creativa.»

Mijaíl Bakunin





Jóvenes exentos de mezquindad retoman las riendas de la lucha por la libertad. Su mecanismo es la revuelta, pura, individualista, sin jefazos que puedan perturbarles los sueños; cónsona con los aires más puros de un rescate existencial y de revancha por la niñez que les fue robada por predicadores adoctrinados en Marx, confían el uno del otro aunque jamás se hayan visto antes.

En la nobleza de la revuelta espontánea, como fue aquella del 2014 sofocada por los efialtes de la política, pueden nuevamente actuar sin amarras y seguros de la bondad del  objetivo común que sobrepasa todo interés particular: la libertad de Venezuela.

Bakunin y Camus avizoraron en la revuelta un mecanismo de emancipación, describiéndola como la rebelión del hombre en contra de una existencia en esclavitud. La concientización del sometimiento es lo que dispara el mecanismo de lucha. Dicha concientización proviene de la relación esclavo-amo, donde el oprimido comprende la injusticia específica que tiene esa condición para su ser.

La revuelta asume la  noble tarea de restaurar un valor intrínsecamente ético y perdido para todo ser humano esclavizado: aquella dignidad que sólo la libertad puede otorgar. Este resplandeciente proceso de conciencia emana de lo que Camus llama “la pérdida de la paciencia”, donde los que han sido esclavizados, finalmente llegan a rechazar la humillación de tener que obedecer órdenes incompatibles con su espíritu humano. Una vez traspasado ese límite, jamás se retrocederá hacia sumisión alguna, expresado por el autor de la siguiente manera: “antes morir de pie que vivir arrodillado”.

Muchos confunden la revuelta con la revolución; craso error. Camus concluye que son fenómenos muy distantes porque la primera es intrínsecamente ética, por responder a un estímulo individual de libertad; la segunda no, por su rasgo determinístico que desemboca irremediablemente en totalitarismos que anteponen el bien colectivo a la individualidad del ser humano.

La revuelta emana del rechazo que la persona siente al ser tratada como un engranaje inanimado y simboliza algo común en todos los hombres: la voluntad y capacidad de auto-determinarse. Interviene de forma inmediata, en el presente y en lo concreto, no actúa -como promete toda revolución- en función de un futuro que jamás llegará.

Nefasta y de índole perversa, la revolución representa la corrupción y la traición a esa espontaneidad pura y ética de la revuelta, además de poseer una violencia inhumana y un rol de despersonalización que aniquila al hombre en su individualidad, en aras de esa falsa y bien promocionada supremacía de la manada. Además, la revolución está completamente ligada a la infausta coartada de la linealidad de la historia, que “hipoteca” al ser humano del presente por aquello que va a ser el ser humano del futuro, llegando incluso a implantar el terror con el fin de crear un supuesto hombre nuevo, que generación tras generación jamás se materializa.

Bakunin, en su obra Estatismo y anarquía, le advierte a Marx de las incoherencias de su dogma para alcanzar la libertad; esas advertencias, que se convertirán en una ruptura definitiva entre ambos, evidencian aún hoy, la gran capacidad premonitora del anárquico ruso sobre la inevitabilidad del fracaso de las revoluciones.

Venezuela representa un ejemplo más que se agrega a la larga lista de fracasos marxianos, y muy probablemente evidenciará que Bakunin habrá ganado una vez más cuando al unísono todos los venezolanos gritarán: revuelta sí, revolución no.