Gabriel Reyes: Carta a un pueblo que salió a la calle…

Gabriel Reyes: Carta a un pueblo que salió a la calle…

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Queridos Hermanos,

No sé si quienes me leen son de aquí o de allá. Tal vez su origen no importe porque no es el “de donde vienes” sino el “donde estamos” lo que me hace conectarme contigo en este momento.





Por Gabriel Reyes

En realidad no se si has salido a la calle a acompañar a tus amistades o familiares, a tus compañeros de estudio o de trabajo, a tus vecinos o a alguien en especial, pero estás con nosotros y no eres uno más. Eres uno de nosotros.

Pocas veces podemos apreciar como un fenómeno social, que representa una movilización tan numerosa, genera automáticamente un sentimiento de identidad y pertenencia tan único, tan mágico que muchos nos convertimos en uno, y sin preguntas ni respuestas somos solidarios con cada uno de quienes comparten ese trozo de asfalto, porque, porque somos nosotros.

Pero, ¿qué nos mueve a salir cada día a la calle? Algunos salimos con hambre a buscar la comida del futuro, otros salimos con rabia, a desahogar nuestra impotencia, otros salimos con esperanza, a sentirnos constructores de un futuro diferente, otros salimos con la pasión libertaria de sentirnos protagonistas de nuestra propia épica, de esa historia que no tiene colores ni banderas diferentes a los de nuestro tricolor, y lo hacemos convencidos de que, aún existiendo el riesgo de nuestras propias vidas, hemos perdido el miedo a la libertad, y salimos a buscarla porque sin ella perdemos nuestra esencia.

Venezuela ha decidido resolver su destino y ha comenzado por hacer visible en un lugar común la tragedia de cada uno de nuestros hogares, para que nadie tenga dudas de que esto no es una bailoterapia de la clase media caraqueña, para que todo el mundo sepa que si la igualdad tiene sentido, es en la desgracia de un país donde la validamos de manera visible y totalmente pública.

Quienes hoy violentan sus juramentos y empuñan sus armas en contra de su Pueblo, también son parte del mismo, y cada dia que regresan a sus casas de la faena represiva y cobarde, sienten el cansancio en el cuerpo y el dolor en el alma, porque ellos tampoco tienen qué comer, ni les alcanza lo que ganan, ni tienen un hospital que funcione, ni tienen sueños que alimentar, porque lo que les queda es la promesa, siempre a flor de labios de quien ya tiene, de que algún día ellos también tendrán.

Ellos saben que el desgaste es irreversible, como es infinita la voluntad de los ancianos, mujeres, jóvenes, y muchas veces hasta niños, que salimos a la calle convencidos de que ya no queremos la respuesta a nuestras preguntas. Queremos otra Venezuela.

Recordar aquella Venezuela, desdeñada por los convencidos por el buhonero de ilusiones que volcó el resentimiento social en quienes siempre tuvieron mucho más que hoy, pero pensaron que recibirían su cuota parte del petróleo, y hoy hacen interminables colas para comprar lo que pueden o esperan por la miserable bolsa que exhiben como modelo de economía solidaria.

Hoy se acabó el embrujo porque el heredero del buhonero nunca fue querido por nadie, y porque la magia del dinero se esfumó entre el despilfarro del gasto sin inversión y los bolsillos repletos de la verdadera oligarquía que se envileció con lo que nunca repartió, convirtiéndose en los nuevos ricos que hoy son despreciados en todo el mundo porque su dinero huele a delito.

Lo que nos queda es la calle. Ese sitio que los analistas de escritorio consideraron exagerado. Esos mismos gurúes que nos llamaron “radicales lineal pensantes” hoy no encuentran cómo explicar que todas las fórmulas de la “Real Politik” aprendida fracasaron, que nunca ha habido ni habrá espacio para negociar, mientras el dilema de una de las partes sea poder/cárcel y la otra no desee elevar el costo político a la pérdida de las libertades individuales y colectivas.

Yo, al igual que millones de venezolanos, estoy en la calle, formando parte de una conciencia pública que reclama un cambio de rumbo, entendiendo que a mí no me interesan elecciones ni regionales ni generales, mientras el CNE sea el mismo y mi voto sea custodiado por pretores del régimen. Tampoco quiero entender que “de boquita” le van a devolver el respeto que la AN se merece, mientras no sean derogadas las 52 sentencias que anulan el ejercicio del poder originario de total legitimidad y legalidad. Tampoco quiero que me anuncien libertades parciales de presos políticos, dejando a otros por ser “políticos presos”. Todos deben salir libres, con libertad plena, entendiendo que no es un pleonasmo exigir que esa libertad les devuelva todos sus derechos políticos.No quiero un “Corredor Humanitario” porque aquí no hay una tragedia coyuntural que atender. Venezuela necesita la inmediata rectificación del modelo económico que reactive el aparato productivo nacional y nos devuelva la calidad de vida que nos robaron estos infelices cleptócratas porque nuestra crisis es estructural. Yo no quiero unas Fuerzas Armadas militantes, ni de uno ni de otro, porque deben los gendarmes de esa democracia que debemos rescatar, ni quiero Magistrados de medio pelo que sirven de muleta para quien no puede mantenerse de pie.

Quiero una Venezuela de muchos partidos políticos, pero para tenerla, necesitamos la democracia que perdimos, y por eso estamos en la calle, porque si ese sentimiento que compartimos millones de venezolanos se convierte en energía, no habrá quien nos niegue nuestro derecho a regenerar el tejido desgarrado de una hermosa nación.

Mientras escribo estas líneas, me entero del fallecimiento de otro joven, de Juan Pablo Pernalete, estudiante universitario de 20 años, que salió a la calle a cumplir su sueño, y encontró una pesadilla. El no es el primero, y seguramente no será el último, mientras quienes ordenan agredir con armas a quienes llevan una bandera y un pito no comprendan que el Pueblo que salió a la calle no regresará hasta que la luz ilumine las tinieblas y podamos construir un nuevo amanecer.

Juan Pablo, tu no te has ido. Estás entre quienes mañana también saldremos a la calle, convencidos de que tu sacrificio no ha sido en vano, porque el cielo ha ganado un nuevo ángel y nosotros un nuevo faro que nos iluminará en este difícil camino.

Que complicado es escribir con el alma en la mano y los ojos en el infinito. Finalizo con una frase de José Ingenieros, hombre libre y de buenas costumbres, que nos dejó esta reflexión de su libro Las Fuerzas Morales.

“Ahora o nunca. “Mañana” es la mentira piadosa con la que se engañan las voluntades moribundas”

Atentamente,

Gabriel Reyes