Karl Krispin: Veneno marca Le Pen

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Hace poco el premier canadiense, Justin Trudeau, se regocijaba por aceptar a 20 mil refugiados sirios. Canadá es un país formado con migrantes de todas las latitudes y sus habitantes se enorgullecen del mosaico que han creado. El ministro de refugiados de ese país es Ahmed Hussen, un somalí nacido en Mogadiscio. Naciones como Estados Unidos, Argentina y Venezuela son producto de oleadas migratorias que fueron a hacer país y adoptarlo con la firmeza del emprendedor a pesar del desarraigo que sufre el migrante. Nuestra historia en ese sentido es fascinante. A pesar de los datos oficiales no confiables, a estas costas recalaron entre 1936 y 1958, por escoger los años luminosos de la inmigración, 800 mil europeos de los cuales medio millón permaneció. Estamos hablando de un país de 3 millones de habitantes para entonces. De las características del venezolano urbano en nuestros días es tener algún abuelo europeo, lo que nos ha hecho intérpretes y antecesores de la globalización. Hemos atestiguado el encuentro de muchas culturas y por eso, contemplamos la totalidad del planeta con unos prismáticos cosmopolitas.

Si los europeos ocuparon buena parte del planeta en ejercicio de una dominación metropolitana, es aceptable y recíproco, hallar pakistaníes en Londres, senegaleses en París o eritreos en Roma. Los carteles de rechazo al racismo en el Reino Unido incluyen frases como: “We are here because you were there”, estamos aquí porque ustedes estuvieron allá. Como todo, la migración debe ser controlada pero no rechazada, especialmente de aquellos países en donde los europeos se instalaron no precisamente con el Bill of Rights entre las manos sino con el látigo supremacista. Los británicos han sido especialmente mezquinos en negarle la entrada a sus antiguos súbditos. Si no, pregúntenle a los trinitarios o a los hongkoneses, y hoy a los europeos instalados en su territorio.





Cada vez que aparecen aislacionistas cuadriculados y racistas como Marine Le Pen o Gert Wilders, se resquebraja la libertad y se incendia el discurso. El propio Donald Trump carece de moral para rechazar migrantes. Él mismo desciende de abuelos alemanes y escoceses. ¿Es que no son iguales o hay migrantes más iguales que otros? Sin mencionar que territorios como Texas o California le fueron arrebatados, Smith & Wesson en mano, a los mexicanos. Si la troglodita tóxica de Marine Le Pen llega a la presidencia de Francia, estallará la Unión Europea, el ensayo de integración más armonioso de la historia de la humanidad ya pateado por los ingleses. Oponerse a su candidatura ponzoñosa es defender la Europa unificada y universal. Las frases que vomitan ella y los suyos contienen veneno para la civilización.

@kkrispin