Manuel Malaver: Maduro resiste con el terror y la oposición busca una decisión final

Manuel Malaver: Maduro resiste con el terror y la oposición busca una decisión final

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Después de 36 días en la confrontación que en un artículo anterior llamé “la guerra civil del siglo XXI”, Maduro continúa resistiendo a través del terror y la oposición avanzando con movilizaciones crecientes que terminarán cercando y derrotando al dictador.

Es la aplicación de una sencilla pero eficacísima ley de la guerra y de la política: no hay ejército más poderoso que el que no teme a la muerte y más si cuenta con efectivos que crecen sin parar.





Por el contrario, un ejército armado, no solo para matar sino por miedo a ser liquidado, y en cantidad y calidad decrecientes, no tardará en sentirse agotado, desconcertado y vulnerables a vaivenes sociales y políticos que, en ningún sentido, les son favorables.

En este sentido, nada más ventajoso para la oposición que la guerra que empeña para colapsar la dictadura transcurra en los días del auge de las tecnologías de la comunicación y la información (TIC), y donde la Internet y las redes sociales, contribuyen, eficazmente, a aislar y desestabilizar al adversario, dándole a la democracia todas la posibilidades de recuperarse y reinstaurarse en Venezuela.

En efecto, las imágenes que día a día recorren el mundo, y que, se difunden a velocidades que se cuentan en segundos o minutos, -lo mismo que los mensajes y opiniones que las complementan-, son una nueva arma con la que jamás podrán contar los totalitarios, que la democratización de las tecnologías hace incontrolables, y le dicen al mundo que. en Venezuela la sociedad abierta libra una guerra para derrotar el control, el pensamiento único y el oscurantismo.

“Guerra civil del siglo XXI” que es también mediática, porque tiene que ganarse, tanto en el escenario de la calle, como en el de la opinión y para ello nada más apropiado que sus acciones se libren en los celulares, las tabletas, las laptos y las PC.
Guerra que es propiedad de la sociedad civil global que, encuentra desde el conjunto de su cotidianidad, las formas de apoyarla.
De modo que, si bien el escenario actual de la confrontación es el mismo en que se inició la actual fase de la guerra hace un mes y 6 días, puede decirse que su definición más cabal es que, se trata del choque entre una defensa armada del madurismo cada vez más menguada, y una ofensiva democrática que se agiganta día a día en número y fervor.

Pero hay cosas nuevas, transcurridas básicamente en la política, como es la convocatoria de Maduro a una llamada “Constituyente Comunal” que, piensa, le quitaría de la garganta la soga de la Constitución Bolivariana vigente y le abriría cauce a un fraude mediante el cual, pueda reforzar la dictadura, pero ahora con armadura férrea y constitucional.

De todas maneras, si quisiera buscarle un símil -aunque sea lejano- a lo que día y noche veo en las calles de Caracas y de toda Venezuela, no tendría sino que irme al Perú de los días finales de Alberto Fujimori o tal vez a lo que sucedió en Checoeslovakia, Hungría y Rumanía, cuando, masas crecientes de ciudadanos desarmados se lanzaron contra facciones superarmadas del poderoso Ejército Rojo acampado en la URSS y lo derrotaron sin disparar un tiro.

Muchos ejemplos suelen citarse para demostrar que una oposición unida y organizada puede derrotar feroces dictaduras como las de Pinochet en Chile y el primer Daniel Ortega en Nicaragua, pero yo prefiero detenerme en reflexiones de cómo el segundo ejército más poderoso de la tierra, el que sostenía el imperio comunista soviético, el Ejército Rojo, se desplomó en cuestión de días, semanas y meses arrollado por millones de ciudadanos desarmados que querían ser libres y demócratas.

Como lo quieren los cientos de miles, los millones de venezolanos que en los últimos 36 días se han lanzado a las calles, con el arma de sus convicciones, la fe de que triunfarán y la seguridad de que ganarán porque los asiste la verdad, la razón y la legalidad, que privan sobre la mentira, la violencia y la inconstitucionalidad.

Los he visto estos días, he convivido con ellos, conversado, discutido, marchado, peleado, y de verdad, se trata de una experiencia que, es tanto más conmovedora, cuanto que la vivo en mi tierra, Venezuela.

“Gajes del periodismo” dirían algunos, pero yo pienso que emana más bien de esa historicidad que, es tanto más misteriosa, en cuanto es más consciente, pensada y meditada.

Y no es que no supiera que los venezolanos fuimos puntales en la independencia de Suramérica por allá en el siglo XIX, o que en los 205 años de vida republicana los combates por la vida en libertad y democracia no han cesado, o, más aun, que cuando se recorre el subcontinente por los rincones más perdidos de los países más perdidos, “venezolano” es sinónimo de “llaneros de Páez”, sino que, sentirlo, vivirlo y compartirlo, es otra cosa.

Pero, si deambulas en estos días por Caracas, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo, Mérida, San Cristóbal, Cumaná, Porlamar, Ciudad Bolívar y otras ciudades, la pregunta es obvia y puede oírse las 24 horas del día: ¿Pero de dónde salieron tantos muchachos, y tantas muchachas y adultos, y viejos y niños y adolescentes, de dónde, y cuando aprendieron a combatir, a luchar, avanzar, retroceder y resistir?

Y, como en todas las epopeyas y épicas, creo que solo nos toca responder: de la vida ciudadana, de las normativas del “orden” que Ortega y Gasset juzgaba “interno” y no “externo” a la sociedad y se rebela, organiza y actúa cuando agentes anómalos, antidemocráticos e inconstitucionales, intentan aplastarlo, destruirlo, barrerlo.

Y que no puede resultar sino en un imponente desorden, en el caos y la anarquía donde prospera toda revolución que, a través del monopolio de las armas, se nutre de los micropoderes que se desparraman y recogen, según el centro los usa en su beneficio.

Los saqueos que hemos presenciado en los últimos días en Guatire, Guarenas, Barquisimeto y Valencia son expresión de cómo el poder central activa los poderes locales y los expande, estira y encoge para que, en su nombre, intimiden todos los reductos de las protestas democráticas que amenazan con sitiar y tomar la fortaleza de Miraflores.

Lo mismo, el terror no siempre se ejerce desde los cuerpos formales de la represión, léase la Policía Nacional, la Guardia Nacional, el Sebín o soldados y oficiales de la FAN, sino desde organizaciones de paramilitares que llaman “colectivos” y que, cual las “Camisas Pardas” de Hitler, o las unidades de represión especializadas de la KGB de Stalin, o el G2 de los hermanos Castro de Cuba, actúan sin restricción, control y protegidas de impugnaciones y acusaciones de tribunales nacionales e internacionales que defienden los derechos humanos.

Son organizaciones criminales con el mismo status que numera a las FARC, el ELN, Hezbolá, y Hamas, que reciben órdenes y pagas del gobierno central, de Maduro y practican el delito como los cuerpos de sicarios de los carteles de la droga en Colombia y México, se enfrentaron y enfrentan a los poderes del Estado.

Por eso, no nos detuvimos en hablar por primera vez en Venezuela del narcosocialismo de Maduro, y es porque la mayoría de sus altos funcionarios civiles y militares, tienen un cártel, el Cártel de los Soles, que trafica con la cocaína que le suministran los centros productores y refinadores del Chapare en Bolivia y del Putumayo en Colombia.

La misma gente que, se tambalea con la ofensiva que se articula desde los partidos democráticos de Venezuela, empeñados en que, luego de 18 años en que el narcosocialismo fundado por Chávez y continuado por Maduro, destruyera las instituciones y colapsara el estado de derecho para imponer el reino del terror, la corrupción y el narcotráfico, emprendió la batalla final para que la paz, la civilidad, el progreso y la constitucionalidad, retornen al país.

Es, desde luego, una gran prueba de la que no dudamos en afirmar se saldrá victorioso, pero solo en la medida en que la resistencia no retroceda, se mantengan con fervor creciente, y su calidad, no solo se mida en número, sino en su capacidad de mantenerse firme y sin perder de vista que el objetivo central y fundamental que es derrocar a Maduro y barrer el modelo socialista.

Son fundamentales, también, la unidad de la oposición y la organización y entrenamiento que vayan logrando para neutralizar al máximo el terror y devolvérselo a los adversarios, pero no replicándolo, sino transformándolo en una variable de desconcierto, confusión y desmoralización.

Pero sobre todo, convencidos de que peleamos por, juntos y al lado de una mayoría de venezolanos que se acerca al 90 por ciento y decidió ponerle fin a una minoría de chafarotes, ladrones, corruptos y narcotraficantes, aficionados a vivir de lo ajeno, comprando adhesiones y, que como aquel, Millán Astray, que hizo carrera en el franquismo en la Guerra Civil española, echando mano a sus revólveres cuando oyen la palabra libertad.