Manuel Malaver: Mujeres venezolanas tenían que ser

Manuel Malaver: Mujeres venezolanas tenían que ser

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Llevan mes y medio siendo noticia en los medios y redes sociales del mundo, y así, de manera genérica, “mujeres venezolanas”, y sin que a nadie se le ocurra ponerles nombres y apellidos, identificarlas para que se sepa quiénes son, qué edad tienen, raza, religión, y por qué son las primeras en entrar y las últimas en irse de las batallas en que se juega el destino de su país, hijos, novios o esposos.





Por Manuel Malaver

Pero podrían ser “Milagros”, “Mariela”, “Elinor”, “Claudia”, “Natalia”, “Mayra”, “Perla”, “Maríanella”, “Rosa María”, o cualquiera de esas que nos tropezamos a diario en la casa, en el barrio, en las calles, el café, la iglesia y la urbanización.

Lo primero que nos dicen las imágenes: son hermosas, nacidas del taller más cuidado de la creación, como que, a la gracia de sus líneas, el Creador endosó valentía, inteligencia, y alegría, una inmensa alegría, por ser ellas y ser libres.

No arruguen el ceño y piensen que exagero, porque las conozco, y si me fuerzan, diré que, es de los asuntos que más conozco, aunque ser experto y especialista en “mujeres venezolanas” precisaría muchas vidas, y yo, “una sola vida tengo, y me la quieren quitar”.

Para empezar, les diré que nací en una isla que tiene nombre de mujer, Margarita, y donde las mujeres, no solo son el tema principal de la música, sino de la poesía, la literatura, los cantos, las leyendas, las conversaciones, y la toponimia también se desglosa en nombres de mujeres que debieron ser “las principales” de sus pueblos: Las Gómez, Las Hernández, Las Marval, Las Vázquez.

A los margariteños nos une una mujer, una mujer de origen divino, la Virgen del Valle, la cual nos acompaña noche y día y tenemos presente en todos y cada uno de los viajes que la vida, con toda su enorme pulsión cosmogónica, nos obliga a emprender.

Nací, me crie, y crecí entre los nombres de una típica familia matriarcal margariteña, porque los hombres se iban de casa, tenían que ir a buscar el sustento en “Tierra Firme” y la vida era pasarla entre estas figuras regias que, a la ternura, unían un instinto genético por sus derechos que, siempre versaban sobre la libertad, la igualdad, la justicia y el respeto que nos debemos unos a otros.

Nombres de mujer que me acompañaron siempre y forman parte de mis vivencias más íntimas: mis mamás Lucina, Chichía y Corina, mis abuelas Ildefonza y Susana, mis tías Martina, Segunda, Elvira, Tatá, mi hermana Julia, Lesbia, Sonia y tantas que se han unido después, porque la familia, como la vida, crece, y es este regalo de encontrarse siempre con los nombres que el destino escogió para que nos reconociéramos.

Son los nombres que me encuentro este casi mes y medio que he pasado entre la humareda de los bombas lacrimógenas, las balas, los heridos, los gritos y la historia más hermosa que la vida me tenía reservada que, he empezado a contar en artículos y fotografías para los medios y las redes sociales y serán los temas que diseccionaré para determinar si la vida es un misterio o una simple crónica para ser vista, escrita, leída y olvidada.

Aunque no ahora, ni en estos días, meses o años, porque de verdad, no hay un solo detalle en este aparente tumulto que no deje su marca, y sobre la marcha, nos impela a pensar si no te aguarda al final del camino “un antes y un después”.

El “antes” de la protesta oculta y apenas manifestado, cuando, el régimen te involucraba en sus copiosas elecciones para después informarte, a través de sus organismos electorales, que habías perdido otra vez y no te quedaba sino reducirte a tus ocupaciones habituales esperando que te convocaran a la próxima elección.

Y no quiero decir que se tratara de una paralización de la vida política y te plegaras al “ver que pasar”, sin que surgieran nuevos retos que se ven ahora como la forja donde crearon a estas mujeres guerreras.

No, había protestas y la necesidad de organizarse en el barrio y la urbanización para contener -e incluso derrotar- los conatos de la dictadura para arruinarte la vida como fuerza familiar e individual.

Y también hubo triunfos, como cuando el pueblo derrotó, electoralmente a Chávez en un referendo para reformar la Constitución y meter al país en el cepo del socialismo, y posteriormente y en el curso de unos pocos años, ir recobrando espacios como las gobernaciones y alcaldías que se fueron perdieron, según la dictadura, no podía seguir comprando votos y, las recobraba a la fuerza, por la violencia.

Y lo máximo, se logró aplicarle al sucesor de Chávez, Maduro, una derrota catastrófica en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, que le dieron a la oposición democrática la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y el mandato popular de ponerle fin al madurato, si se negaba a someterse a la constitución y se resignaba a ser demolido, junto con el modelo socialista, de una vez y para siempre.

Y, desde entonces, puede decirse que no hubo un solo día en que no aparecieran mujeres en la calle, incorporadas a las movilizaciones por diversas protestas y ahora, en este días asoleados de abril y de mayo, prácticamente, que liderando las batallas.

Pero las he visto marchando y peleando con una sola pierna o una sola mano, sin piernas o sin manos, desnudas o cubiertas, saliendo de los escondrijos más irreparables, y corriendo a lanzar cualquier proyectil (una piedra, devolver una bomba), o a proteger a un manifestante rodeado por los guardias, o retirar un herido y ocupar el puesto de combate.

No hay edades aquí, ni colores, ni clases, ni religiones, ni partidos, ni ideologías, es la sociedad más igualitaria que conozco, porque luchar por la vida, la libertad y la democracia no admite discriminaciones, diferencias, ni intolerancia.

Pero, igual, las hay que aparecen en las marchas como exhalaciones, vestidas de guerreras, con atuendos de batallas de última generación, inconocibles en ninguna de las experiencias políticas y militares que viví en otros tiempos y países, y que atacan, hacen retroceder a los guardias, y desaparecen como aparecieron, de la nada y en silencio.
Personajes para futuras series o películas que cuenten la zaga de esta mujer venezolana que no sé cuándo y cómo se entrenó para protagonizar la historia.

Pero que podría estar a tu lado cuando la marcha se desvía hacia el puente de Las Mercedes, saluda y cuenta que debe regresar pronto a su casa porque dejó a su hija con su papá, o decidió darse un alto en sus estudios de medicina hasta que se acabe está desgracia, o que concursó para un miss Venezuela y ahora existe para esto, para luchar, y modelar en las marchas.

¿Modelar en la marchas?, si, como lo oyen, que es enseñar cómo se camina, desplaza, aparece y desaparece sin dejar rastros, pero igual puede ser bailar ballet u otra danza relacionada con la decisión de no retroceder.

Como igual lo hacen los músicos, muchachos con formación académica o músicos “de oído” que con un violín, un cuatro o una flauta tocan el “Gloria al Bravo” o una canción venezolana acompañando a los que combaten.

Es parte del paisaje de estas mañanas, estos mediodías y estas tardes que también cuentan con brigadas que protegen a los más jóvenes o más viejos para que no les pase nada.

Y de repente la marcha empieza a disolverse, por lo menos esta que había tomado la Fajardo, llegado a Plaza Venezuela y había cumplido un objetivo, creo. La guerra viene ahora de lejos y hay quien decide ir a incorporarse a otros frentes, o como la muchacha con la que hablé, regresar a su casa a atender a su hijo.

Entre los que nos conocimos en estas horas hay despedidas, despedidas para mañana en cualquier punto de la agenda opositora, pero sin revelar nombres, y mucho menos, direcciones.

Ya en la casa, nada más importante que meterme en la Internet para enterarme como estuvo la marcha en otras partes de Caracas y ciudades del interior.

Después, escribir notas para los medios, webs y fotos, muchas fotos, para las redes sociales, porque, definitivamente, esto es para contarlo.