Gustavo Coronel: Muerte y  libertad

Gustavo Coronel: Muerte y  libertad

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La historia de la humanidad es rica en episodios que enlazan estos dos  conceptos, el de la muerte y la libertad. Sociedades enteras han muerto esclavas y sociedades enteras han pagado con multitud de vidas el precio de ser libres. El trágico dilema de ofrendar la vida por la libertad nunca será satisfactoriamente dilucidado, en parte  porque quienes pagan el precio dejan de ser deliberantes y pasan a depender de la frágil memoria de los sobrevivientes para hacer valer su sacrificio. La lucha contra la Alemania Nazi, las rebeliones contra la Rusia comunista, la resistencia de Mandela, de Gandhi de Martin Luther King, son ejemplos de esa dramática dualidad. ¿Es la muerte un precio a pagar inaceptable por la libertad? ¿Qué compromisos le exigen quienes lo pagan a los sobrevivientes?





La duda que contraemos con nuestros muertos exige, creo yo,  la continuación  de los esfuerzos que los llevaron a ofrendar voluntariamente sus vidas. El sacrificio de una vida para comprar la libertad de sus semejantes es la más pura expresión del noble espíritu humano, es un sacrificio consciente, el supremo sacrificio.  El sacrificio de Franklin Brito y de los compatriotas caídos en Venezuela en la lucha ciudadana por la libertad y por la democracia nos obliga a honrarlos mediante la continuación de sus esfuerzos.

Nadie quiere morir, sobre todo cuando su vida tiene aún, en condiciones normales, un largo camino por delante. Sin embargo, Juana de Arco tenía 19 años cuando fue llevada a la pira por sus convicciones.

Hago estas reflexiones porque entre los caminos que se abren por delante a nuestro país hay al menos dos que tendrían, de ser seguidos, un significativo impacto sobre la vida o la muerte de nuestros compatriotas, así como también sobre la futura calidad de nuestras libertades. Se trata de (1), Continuar la lucha o, (2) negociar una salida. Esta encrucijada está a diario abierta ante los venezolanos. Y ambas tienen sus partidarios y sus adversarios. Yo me pronuncio por la continuada resistencia, porque la considero la única vía verdadera para la redención de nuestra sociedad, la única manera de llevar a cabo un eficaz lavado espiritual del pueblo venezolano y de lograr la verdadera libertad y democracia. Negociar con quienes nos han arruinado no solo tiene el riesgo de verlos de regreso a los pocos años, ayudados por el dinero mal habido que le robaron al país, sino que viola  todo lo que nos enseñaron en la escuela y en el hogar: el crimen no paga, con los malhechores no se negocia, quien cede en lo pequeño cede en lo grande.  Pero, además, negociar con los criminales, con los narcos y ladrones que han arruinado al país, niega el sacrificio de quienes han dado su vida por la libertad y la democracia.

El argumento que escucho con insistencia para justificar la negociación, lo que algunos han comenzado a llamar el “salvoconducto”, suena poderoso: Hay que negociar para evitar más muertes. Pero este es un argumento frágil por dos razones: La primera razón, porque negociar será rechazado por muchos compatriotas y ello, lejos de garantizar la paz y la tranquilidad, puede hasta incrementar el conflicto. Darle salvoconducto a un El Aissami, a un Cabello, a un Maduro, sería una injusticia que casi garantizaría la permanencia del conflicto, no por subterráneo menos amargo. La segunda razón es que la negociación invalidaría en gran parte el sacrificio de quienes han do sus vidas por obtener la victoria de la libertad sobre la narco- dictadura. Quienes hoy marchan en Venezuela no quieren una negociación con los criminales, quieren que salgan como lo que son, no como miembros de un ejército honorable que puede irse tranquilo con armas y bagajes.

No es fácil resolver este dilema y no pretendo estigmatizar a quienes hablan de una negociación. Hay mucha gente de bien que sinceramente piensa que así debe ser. Al ponerme del lado de la resistencia continuada, hasta que el narco-régimen haga explosión, pretendo ser leal a mis valores. Como decía Lutero: “Aquí me planto. No puedo hacer otra cosa”.

Hoy día ha aparecido un fenómeno revelador de la seriedad de nuestra situación. Los familiares de los corruptos (definidos como cualquier representante político del régimen de Maduro) están divorciándose de ellos en público, por medio de cartas. En paralelo los chavistas están siendo abordados públicamente en todo el mundo por gente indignada que los increpa, se ha colmado el vaso de la paciencia. Las estatuas del sátrapa fallecido son derribadas, rotas o quemadas. Se usan excrementos en contra de las fuerzas de la represión. Algunas manifestaciones se salen del cauce pacífico obligados por la represión. Todo lo que esto significa es que la sociedad venezolana está harta y que sus modos naturales de expresar descontento se han visto entorpecidos por demasiado tiempo por un régimen insensible y cruel.

Ello reafirma la necesidad de la justicia porque la violencia y la venganza surgen cuando ella se le niega a un pueblo.