El Dilema del Teniente Vega, por Yon Goicoechea

Yon Goicoechea preso político del régimen de Nicolás Maduro

Franklin Vega Gómez nació hace 31 años en Curiepe, Miranda. Tiene dos varones, de 10 y 5 años, que viven comiendo mango como los “angelitos negros por las barriadas del cielo”. Una mujer delgada, con piernas de caoba y olor a sudor fresco, lo espera en casa. Si no pasa nada en el país, el fin de semana será para ellos.

Hace 9 años entró a la academia ¿Por qué? Más bien habría que preguntarse por qué no… Fue mitad por necesidad, pero también hubo algo de vocación y hasta de destino.





Por esa época estuvo Hugo Chávez en Curiepe inaugurando una escuela. Cientos de ojos ansiosos se agolparon en la calle mientras bajaba el helicóptero levantando la tierra caliente ¿Nos ves que a Curiepe hacía décadas que no llegaba un Presidente? De esa visita del Comandante le vino a Franklin la idea de ser militar y como desde chiquito ha sido serio no faltó un tío que lo recomendara.

En los 4 años de estudios mantuvo la certeza de que había escogido bien. Cuando entró por primera vez al Fuerte Tiuna, Vega Gómez se sintió “que era él”, como si Bolívar lo estuviera viendo desde lejos. Fue buen alumno, talentoso y con buena resistencia física. Pero bebió y rumbeó sin privarse de nada, según recuerdan sus “cursos” (compañeros) y las mujeres de El Safari.

Tiempos aquellos… hoy no hubiese tenido ni para comprar los uniformes, porque ya no los dan completos. Vega Gómez votó por Maduro y le ha salido caro. Cada vez que lo llama su madre a decirle que le deposite porque no tiene comida, la rabia y la frustración le suben a la garganta. Ayer mismo le mandó este mensaje: “Gracias a ti mijo querido hoy comí sabroso cuídate x Dios”, pero no dice cuántas veces le ha faltado la cena. Ni con el rebusque le llega para mantener su casa y la de su mamá. La cosa está muy dura y no todo el que lleva un uniforme es un enchufado.

Ya no puede salir uniformado, porque se expone a que lo maten en la camioneta. Cada vez que puede ir a su casa se va de civil y se mete la credencial en la media, por si le roban la cartera no lo descubran. Parece mentira, pero el hampa disfruta matando guardias. Hasta hace unos años un teniente podía tener su carro, pero ahora es muy difícil por no decir imposible.

No le quise preguntar exactamente, me dijo que ganaba en torno a un millón entre sueldo y rebusques, pero es que tiene que mantener a mucha gente y no le alcanza. La esposa trabaja aquí y allá, en lo que consigue, y le reclama que sea él quien deba darle todo a su mamá, mientras los hermanos se hacen los locos. “Piques entre mujeres”, se dice Franklin y, además, ¿Qué va a hacer, la deja pasar hambre? 4 años de academia, 5 de graduado y no tiene para los útiles de los hijos, que vuelven al colegio en septiembre ¡No puede ser! Esta vaina se tiene que acabar.

Hace una semana, por primera vez, pensó seriamente en irse del país. Estaba dándole vueltas a la cabeza, mientras trataba infructuosamente de dormir, porque en la cuadra se les dañó el aire. Su angustia es morirse en un procedimiento y dejar a los niños y a Yajaira sin apoyo. El seguro de salud cubre 450.000, que no alcanza ni para un yeso. El seguro de vida es peor todavía. En la FANB, al que se muera se le llora y listo. No hay más. Los jefes están haciendo plata y ni les importa si sus subalternos tienen casa o no, menos aún las familias de los funcionarios muertos… y así se le fue yendo la noche.

Al día siguiente le tocó salir a dispersar guarimbas, cosa que hace siempre de mala gana. Por supuesto que la tropa es la que se lleva la peor parte, porque ganan todavía menos y el equipo anti motines pesa como 15 kg, lo que se multiplica por 500 bajo el sol del mediodía. Pero el teniente Vega Gómez también lleva lo suyo. Ese día volvió a ver al montón de chamos encapuchados y flacos, pero con una fuerza inmensa que le sale de las tripas vacías. Vio a la gente valiente con banderas, con máscaras, gritando, corriendo… Vio las piedras y las molotov como suspendidas en el aire. A los heridos, gente de pueblo como cualquiera. Y volvió a sentir que algo estaba mal, que eso no podía ser una revolución. No es sólo el cansancio, porque para eso es “un comando”, es que en su interior, bajo su piel negra de Curiepe, en su consciencia de venezolano, él sabe que esta represión no está bien. Él sabe que su mamá está pasando trabajo y que sus hijos merecen un futuro mejor. El socialismo no se impone desde un yate. Lo sabe, pero siente que no puede hacer nada.

Y entonces el conflicto se le va a la cabeza y habla por hablar mientras bebe cerveza y se mueve al ritmo de “Despacito”. -Negra, te amo y quisiera estar ahí abrazado contigo- escribe en su teléfono. Vuelve a acostarse con la idea fija de darse de baja, de irse a Colombia o al Perú, en donde viven sus primos. Vuelve a tener calor por el aire dañado y a extrañar a Yajaira en el cuerpo, porque hace un mes que no va a su casa. Vuelve a pensar en su mamá y en Venezuela y en los carajitos con escudos de lata y en Maduro bailando salsa mientras él se estaba llevando presos a unos manifestantes. Vuelve a preguntarse ¿Qué puedo hacer? Y así se le va otra y otra y otra noche…

¿Qué puede hacer Vega Gómez, en su tragedia de verdugo sin causa? Si incumple órdenes lo acusan de volteado y entonces el preso puede ser él. Si reprime y sostiene la dictadura su mamá seguirá pasando hambre y llegará el momento en que no tendrá ni para sus hijos. Mientras piensa en esto abre el Twitter y ve que varios diputados plantean ir a regionales como si no pasara nada. Y vuelve a repetirse “estos tipos lo que quieren es billete”, con una rabia no del todo justa, no del todo informada, pero a la que tampoco le falta razón. Va terminando el café. Hoy volverá a levantar barricadas y recibirá insultos de señoras con camisas de libertadoras y de mujeres jóvenes con cuerpos firmes de color miel y noche … otra vez los gases, otra vez el sol pegándole en la frente, otra vez esa incertidumbre de no saber para quién trabaja y esa fatalidad de estar cavando la propia tumba mientras reprime al pueblo venezolano.

¿Qué puede hacer Vega Gómez? Pues no le queda otra que cumplir las órdenes de su consciencia y no matar, no oprimir, no permitir que los colectivos hagan lo que les venga en gana. ¿Que puede ir preso? Sí, es verdad, como todos los que se exponen por este país. Pero es eso o es irse de Venezuela, porque el papel de esbirro es demasiado humillante. Con cada orden arbitraria le están quebrando el alma. Habrá otros a quienes no le importe, pero Franklin no es un mal hombre, nunca lo ha sido.

Por eso es que yo creo que un día de estos va a dejar de disparar. Un día decidirá bajar el fusil frente a los venezolanos y cantará el himno junto a la multitud, repitiendo íntimamente, como una confesión hecha a sí mismo: Gloria al bravo pueblo… Ese día volverá a casa, le contará a Yajaira lo que ha visto en Caracas y soñarán juntos todo lo que les queda por vivir en Libertad.