Laura Argento: Indiferencia

Laura Argento: Indiferencia

Temporalmente, cuido tres reyes gatos en casa de unos amigos. Para ganarme la atención de los mininos y ante la indiferencia con la que me recibían los primeros días, una tarde les llevé un bocadito de jamón para cada uno. Como fui a una hora distinta a la usual, ninguno salió a saludar. Como buena súbdita gatuna e ignorando sus desplantes, dejé en sus platicos lo que había llevado. Quizás mañana cuando vuelva, se dignen responder mis saludos. Fe.

En estos días, me encontré un camión estacionado en la calle con un cartel que decía: ¨3 aguacates x 2000¨. Atendían a una pareja y había otras personas. Como es costumbre, pregunté quién era el último de la fila y me coloqué detrás y así los demás que fueron llegando. Mientras esperábamos, apareció un señor y sin mirar a nadie, se puso a escoger los aguacates que quería. Acto seguido, la que estaba detrás de mí, se dejó de cuentos y empezó a hacer lo mismo. Los muchachos que vendían dijeron: ¨tranquilos señores que hay para todos¨. En el afán del que se coleó y como si no hubiera más nadie, me dio un pisotón. Se sorprendió cuando en voz alta, le dije: ¨NO ME PISE!¨, apartándolo con mis brazos. Escogí mis aguacates, pagué y me fui.

Manejar en Caracas es una proeza. Ni hablar de ser peatón. Los que conducen parecen no distinguir una avenida de una transversal, ni quién tiene derecho de paso, si el que va por la principal o el que se incorpora a la vía. Amnesia o ignorancia generalizada sobre el significado de una raya amarilla doble o los límites de velocidad. Los pasos peatonales son como rayas inservibles pintadas por mero ocio en algunas esquinas. En mi caso, uso parte de la memoria para grabar los huecos en calles, autopistas y los que dejan las tapas de las alcantarillas cuando las arrastra la lluvia convirtiendo el pavimento en un río. No supero cuando los conductores, ante peatones intentando cruzar la calle donde corresponde, aceleran. Un Goliat que indiferente a la humanidad de un ser, sigue adelante como si no existiera.





Una puerta de entrada al lugar donde vivo, no cierra sin un empujoncito final. Se desajustó el desgastado brazo que la cerraba automáticamente. Mis vecinos lo saben pero igual se avisa para que tomen precauciones. Sin embargo, cada vez que salgo o entro, encuentro la puerta abierta. Irónicamente, en cada junta vecinal se proponen planes fantásticos -y millonarios- ante el avasallante problema de la inseguridad, indiferentes a lo esencial.

Durante dos semanas estuve tratando de ingresar a una página oficial a toda hora, cualquier día. La respuesta una y otra vez, era que mi cédula no existía. En cierto punto, eso me hizo pensar en mi existencia y la de millones de venezolanos que insistimos en ser escuchados, cuando el empeño del régimen es hacernos saber de mil maneras que no existimos.

Nimios relatos que de pronto hoy y juntos, cobraron un sentido para mi. No son causa, son efecto. El que está ciego de amor y no alcanza a ver lo obvio. El que se deja pisotear y sigue mansamente esperando que algo pase, mientras observa y no hace nada. El que se considera más y mejor por estar en un entorno favorable, desestimando al que está en otra condición. El que se burla e ignora las leyes bajo cualquier pretexto. Las incongruencias de una cotidianidad que desde sus bases, no está funcionando mientras imploramos un cambio. Por ahora, mi cédula no existe y eso reafirma lo que soy y lo que quiero. Seguiré como el colibrí, llevando agua en el piquito para apagar el incendio del bosque. Lo que no puedo es ser indiferente. Ahí comienza el cambio.