Érase un jefe de la policía política, por Guido Sosola

Érase un jefe de la policía política, por Guido Sosola

Guido Sosola @SosolaGuido
Guido Sosola @SosolaGuido

Casi siempre se supo del principal y directo responsable de la represión en todos los regímenes del siglo XX, por distintos que fuesen los nombres que orientasen o concursasen la faena. Era difícil que escurriese el bulto, confundiéndose con el resto del gobierno, pues, cada quien tenía y celaba sus funciones.

En los tiempos de la democracia representativa, además, cuando de excesos se trataba frente a las conspiraciones de derecha y de izquierda, el titular del o los organismos represivos, mal que bien, con su nombre y apellido bien grandes, debían comparecer ante alguna comisión parlamentaria y los propios medios de comunicación. Y hubo uno que fue viceministro y, después, ministro de Relaciones Interiores, no jefe de la Digepol o del Sifa, que a la vuelta de la esquina conquistó la presidencia de la República muy a pesar de un estigma que la inteligente campaña electoral de 1973 supo revertir, gozando del beneplácito de muchos de los que lo combatieron al re-ascender al poder en 1988.

Quizá el más emblemático jefe de la policía política ha sido Pedro Estrada que, ante todo, desde los tiempos de López Contreras, fue eso: policía. Él y sus secuaces, como el Negro Sanz y los Suela-espuma de todo pelaje, ganaron buena y mala fama en sus tiempos, porque no había delincuentes comunes reinando en las calles, aunque persiguió, encarceló, mató y exilió a demasiados venezolanos por razones enteramente políticas.





Por sobrados vicios que tuviese, ciertos o falsos, como el de meter las manos en el erario público, estuvo muy lejos de entroncar con una mafia,  favoreciéndola hasta facilitarle el control de Estado. Nadie, en su sano juicio, desea exaltarlo, pero érase de los jefes de la policía política circunscrito a sus funciones: también inventaba cosas de la oposición para perseguirla o balaceaba al dirigente más pintado, e igualmente lucía elegante en el Pasapoga o el Trocadero o cualesquiera de los cabarets de la recién inaugurada avenida Urdaneta que le garantizaba la privacidad deseada, pero no se hacía el loco o ningún tribunal internacional lo buscaba para que respondiese por delitos comunes.

Estrada contó con una doble suerte, como fue la de tener a Gustavo Rodríguez para representarlo en la telenovela “Estefanía”, emblematizándolo, y de entrevistarse  largamente con Agustín Blanco Muñoz, dejando leer lo que entendió como sus verdades, desde el larguísimo exilio dorado de París. Agreguemos otra: en el siglo XXI quedó como un niñito de pecho, tras estos años de cruda y brutal represión.