Orlando Viera-Blanco: El rehén de La Habana

El TSJ decretó una orden política. Cierto. Saltarse el 231-C fue saltarse el Derecho y convalidar el secretismo sobre la condición de salud y vida del Primer mandatario. El TSJ se prestó a un manejo antillano irresponsable, como fue “autorizar” soterradamente la retención del presidente Chávez, por un régimen que a la sazón comporta la última dictadura comunista que pase impunemente sobre la faz de la tierra. ¡Una pelusa!

Chavistas o no, quedamos huérfanos de poder. Un país cacareadamente soberano e independiente, ahora se exhibe cogobernado por los Castro, abiertamente. Esto comporta un ocupacionismo sin precedentes, ni en Venezuela ni en el continente. Cuando los Castro intentaron lo mismo en Colombia, Chile o Centroamérica, las fuerzas políticas -gendarmes o no- de estos pueblos, entraron en legítima resistencia. Y ahí reposa el potingue del TSJ. Llevarnos a un precipicio político y ciudadano, que nos pone al límite de la violencia y la desobediencia. Un país libre y autodeterminado, resiente que un pretendido “alto mando interino” se apoltrone cómodamente a pactar con Fidel y Raúl (pacto de La Habana), su destino, su identidad, su dignidad, sus recursos. Este lamentable episodio será recordado como una de las afrentas más bochornosas y temerarias de lo que resta de esta era republicana.

Chávez indudablemente ha dejado una impronta de aciertos y desaciertos que marcarán nuestra memoria grupal. Las causas de su llegada al poder deberán ser bien anotadas y recordadas para evitar tropezar con la misma piedra. Pero Chávez en su ocaso y más comprometida situación de vida y de poder, apeló al hilo constitucional. “Si me ocurriese algo que me impida regresar, voten por Maduro”. Palabras más o menos, fue lo que predijo… Chávez no legó una sucesión automática. Chávez no decidió permanecer en Cuba más de lo que su voluntad, suerte y amor por Venezuela anticiparan. Porque hay que reconocerle a Chávez en medio de su intemperancia, que lleva a Venezuela como “luz, aroma y un cuatro en el corazón”. Fue él quien aplicó primero el 231-C en caso de ausencia o incapacidad. Y ahora su propio mentor, Fidel; su delfín, Maduro; su partido y el TSJ, a contrapelo de la CBV y su propia voluntad, revierten el orden constituido y lo retienen en La Habana. Un potaje bachato -inhumano por demás- que no pongo en duda sus familiares, hombres de su gobierno y el pueblo venezolano -pro y en contra- ni concita, ni aprueba… Qué cosas tiene la vida. Fue CAP quien al ser defenestrado del poder, lanzó aquella frase “hubiese preferido otro… fin“. Qué diría Chávez. Ya le oigo cantar: “Y si algún día tengo que naufragar y el tifón rompe mis velas, enterrad mi cuerpo cerca del mar en Venezuela”.





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